No existe mayor certeza en nuestro mundo que el paso del tiempo: nada dura para siempre. Esta es la verdad que David Robles captura con su cámara. Es un fotógrafo del abandono, persigue imágenes de espacios olvidados en los que el paso del tiempo se presenta en su crudeza. 

Este tipo de fotografía se cuela en lugares abandonados para retratar la huella del tiempo sobre ellos, sitios donde hay enseres olvidados y putrefactos, espacios donde la naturaleza se penetra por la paredes hasta que termina tirándolas abajo. Las imágenes de Robles que demuestran nuestro efímero paso por la vida han sido recopiladas en el libro Al final todo llega (Editorial Tres Hermanas), un volumen que recorre dos décadas del trabajo de este fotógrafo. 

Entre sus imágenes hay lugares muy reconocibles como Belchite, la localidad aragonesa arrasada durante la Guerra Civil o la estación de Canfranc, antes de su restauración. “En el libro no aparecen los sitios donde se han hecho las fotos para mantener en su anonimato. Quienes hacemos este tipo de fotografía evitamos que se conviertan en sitios en los que la gente termine yendo a hacer botellones, porque realmente lo que nos gusta es el encanto de este tipo de espacios. Y esto lo transmite, sobre todo, su tranquilidad y sosiego. El que haya habido tanto tiempo que no haya pasado gente”, explica Robles.

En la playa de Madrid

Le acompañamos por el espacio abandonado de la Playa de Madrid, no hay que saltar vallas, está abierto. También sale humo de una de las instalaciones. “Es probable que haya alguien viviendo dentro”, asegura el fotógrafo. No es la primera vez que se encuentra gente dentro de un recinto abandonado, no es deseable, porque, según explica, pueden pensar que vas a robarles. 

La Playa de Madrid que ahora acoge a personas sin hogar es un complejo deportivo con piscinas, canchas de tenis, frontón, pádel y otras instalaciones completamente abandonadas. Su historia se remonta a la Segunda República española, momento en el que se creó una presa y se obró el milagro de tener un mar de 80.000 metros cúbicos con agua del río Manzanares en el que los madrileños podían navegar con barcas y tomar el sol en una playa de arena. 

La Guerra Civil acabó con aquella utopía veraniega con instalaciones de arquitectura racionalista que en 1947 fueron recuperadas por el franquismo. Las líneas rectas y sencillas de su diseño fueron coronadas con tejados de pizarra negra, sello del imperialismo español en los edificios del momento. Posteriormente, ya sin la playa, pero con piscinas, el recinto pasó a ser un espacio de recreo de empleados de Telefónica y, después, un espacio privado del Grupo Cantoblanco, del polémico empresario Arturo Fernández. El espacio que pertenece a Patrimonio Nacional, no ha encontrado empresa para explotarlo y según pasan los años la inversión para su puesta en marcha será cada vez mayor.

¿Qué persigue la fotografía del abandono?

Les gusta ver lo que no se ve, lo que no sale en la foto, sino lo que nos componemos en nuestra mente. “Me gusta ver la vida que hubo antes. Me encanta descubrir que aquí hubo niños que estuvieron tirándose de estos toboganes, que estuvieron columpiándose aquí, yo me puedo imaginar a toda esta chavalería pegando saltos o gritando y sus padres llamando la atención para que vayan a comer”, fantasea.

Nada de eso hay delante de nosotros, sólo hay columpios viejos que no pasarían una inspección de seguridad.  Tampoco hay nada de lo que dice entre las fotos de su libro, porque no hay nada más que espacios vacíos y abandonados. Pero Robles no está loco, basta asomarse a las páginas del libro y las historias aparecen, cobran vida mientras se viaja en el tiempo. Quizá el secreto de esta fotografía es que estos espacios son la antítesis de los no-lugares que habitamos cada día. No-lugares impersonales como el metro o el centro comercial. Por contra, estos espacios abandonados están cargados de identidad e historias.

“De estos sitios, me atrae la memoria qué dejan. Todos tenemos nuestra propia memoria y todos tenemos sitios en los que hemos estado, hemos pasado y ya no volvemos, dejamos de pasar por esos espacios. Se convierten en sitios en los que hemos generado nuestras vidas, nuestras parejas, nuestras amistades y que, en un momento dado, desaparecen. Creo que gran parte de lo que transmite el libro es eso, la memoria propia y la de la gente que ha vivido alrededor”, explica el fotógrafo.

La fotografía del abandono tiene tantas normas interpretativas como personas las contemplan, pero a la hora de realizarse tiene una máxima que se debe cumplir: “Cuidado donde pones el pie, eso es algo que siempre, absolutamente siempre, ponemos el foco.. Cuidado dónde pongo el pie, dónde piso. Puedes encontrar que el suelo no está en absoluto estable. Cuando veo que la situación estaba complicada, doy un paso atrás”, asegura Robles. Por que una cosa es que todo llegue, pero cuanto más tarde, mejor.