Iluminada Bermejo es de Vegaviana, Cáceres. Pertenece a una de las familias de colonos que se instalaron en este pueblo de nueva planta creado en los años 50 en la comarca de la Sierra de Gata. Fue uno de los casi 300 núcleos promovidos por el Instituto Nacional de Colonización para repoblar y transformar el campo español en plena autarquía. Esta semana se ha inaugurado en el Museo ICO de Madrid una gran exposición que revisa la historia olvidada del segundo movimiento migratorio más importante del siglo XX español y que movilizó a unas 60.000 familias. El miércoles, decenas de vecinos como Iluminada llegaron de toda España –de Entrerríos, Badajoz, de Setefilla y Esquivel en Sevilla, de El Torno, en Cádiz, pero también de San Jorge, en Huesca, o de Gimenells en Lleida– para participar en la emocionante celebración popular en que se convirtió la inauguración de Pueblos de colonización, miradas a un paisaje inventado

Los artífices de la muestra, Ana Amado y Andrés Patiño, recibán a los paisanos llegados a la capital como si fueran de la familia. Esta pareja de arquitectos y fotógrafos comenzó a recorrer los pueblos de colonización hace ocho años. Buscaban los primeros proyectos realizados por algunos maestros de la arquitectura española del siglo XX como José Luis Fernández del Amo, Alejandro de la Sota, Antonio Fernández Alba o José Antonio Corrales. Los habían visto en los manuales gracias a las preciosas fotografías que Joaquín del Palacio, Kindel, había realizado en los años 50 para el Instituto Nacional de Colonización (INC). Amado y Patiño querían conocer y documentar el paisaje singular de estos lugares, la rareza en medio del campo español de su urbanismo racional, a veces radical, y los experimentos formales de sus viviendas y edificios públicos. Pero se encontraron con personas. Sus habitantes les abrieron sus casas de par en par, les contaron sus historias y les ayudaron a completar el relato conflictivo y lleno de lagunas del gran movimiento de colonización. 

Así que el resultado de su trabajo tenía que ir necesariamente mucho más allá de los planos, las maquetas y los documentos. Se adentra de lleno en la experiencia humana de los colonos y sus descendientes. Por eso, en la segunda planta de la exposición, en medio de una recreación metafórica de uno de estos pueblos, el visitante se encuentra con el bosque de colonos, una colección de retratos de gran formato de algunos de sus habitantes. Entre ellos Iluminada, que posa orgullosa junto a sí misma.

Iluminada Bermejo, vecina de Vegaviana, en la exposición de los pueblos de colonización de Fundación ICO.
Iluminada Bermejo, vecina de Vegaviana, en la exposición de los pueblos de colonización del Museo ICO.

Pintar una nueva España de verde

En 1939 el franquismo celebraba su victoria, pero afrontaba el reto de reconstruir un país arrasado por la guerra. Una de las primeras iniciativas fue la creación del Instituto Nacional de Colonización. El proyecto retomaba todos los trabajos y estudios previos realizados durante la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República para la racionalización y optimización del campo español, en una época en la que todavía cerca de la mitad de la población trabajaba en el sector primario.

La aprobación de la reforma agraria había sido una de las prioridades de la Segunda República. También uno de los detonantes de la Guerra. El franquismo adaptó los proyectos abortados del régimen al que había derrotado, retomando las obras hidráulicas y la planificación del territorio, pero “dándoles la vuelta”, explicó Ana Amado durante la presentación de la exposición. Había que "pintar una nueva España de verde", promover la agricultura y los regadíos, pero sin olvidar que para algo se había hecho la Cruzada. Así, se expropiaron tierras a los latifundistas, pero se pagaron a muy buen precio, y además estos grandes propietarios pudieron beneficiarse de las nuevas infraestructuras hidráulicas creadas para la ocasión.

Frenar el éxodo rural

El INC tenía como misión ampliar la superficie cultivable y convertir los terrenos baldíos en regadíos. También fijar la población rural y frenar la emigración, que ya era un grave problema tanto para el campo, que quedaba abandonado, como para las ciudades, que no podían asumir la torrencial llegada de nuevos habitantes. El proyecto se inspiró en la colonización fascista del Agro Pontino italiano, aunque los pueblos proyectados serán más pequeños y se llenarán con colonos de proximidad.

Iglesia de Villalba de Calatrava (Ciudad Real), proyectada por José Luis Fernández del Amo. Fotografía de Joaquín del Palacio, Kindel, ca.1956.
Iglesia de Villalba de Calatrava (Ciudad Real), proyectada por José Luis Fernández del Amo. Fotografía de Joaquín del Palacio, Kindel, ca. 1956.

Los aspirantes a conseguir uno de los lotes ofertados debían contar con un pasado limpio de antecedentes, algo especialmente relevante en plena depuración de posguerra. También tenían preferencia las familias numerosas. Tras el correspondiente sorteo, el colono adjudicatario y su familia tomaban posesión de la casa –o del barracón provisional, en el caso de que todavía no estuviera construida–, de la parcela y los animales asignados. Comenzaba entonces un periodo de tutela de cinco años bajo la supervisión técnica de los funcionarios del INC. Había que cumplir con los cupos de producción impuestos por el régimen. Algunas familias, superadas por la dureza de las circunstancias, tiraron la toalla, aunque la mayoría se quedaron. Los periodos de amortización oscilaron entre 25 y 40 años, dependiendo de la rentabilidad del cultivo asignado y de la fertilidad de la tierra. La deuda de los colonos con el Estado era la hipoteca que garantizaba su vinculación con el proyecto y el pueblo. Mientras, el INC se reservaba el derecho de rescindir la concesión en cualquier momento.

Un proyecto racional

La dureza de los términos de la colonización ha quedado con frecuencia enmascarada por la belleza de los pueblos levantados para los colonos. La sección de Arquitectura del INC estuvo presidida por José Tamés desde 1941 hasta su jubilación en 1975, Él fue el encargado de aplicar los programas de construcción de los pueblos, ofreciendo normas claras pero flexibles, como queda de manifiesto en los exhaustivos informes elaborados para la creación de cada uno de ellos. Para su diseño se contó con profesionales provenientes de la etapa republicana, entre ellos algunos depurados como Carlos Arniches, y con jóvenes arquitectos herederos del pujante racionalismo arquitectónico vigente en España antes de la guerra y abiertos a las innovaciones del movimiento moderno.

Por ello, los pueblos de colonización presentan un evidente contraste con la monumentalidad neoherreriana de la arquitectura oficial. Desde el primero que fue construido, El Torno, el objetivo fue aprovechar la creación ex novo de las localidades para aplicar un urbanismo y una arquitectura racionales, que cumplieran con unas condiciones óptimas de habitabilidad, con elegantes guiños a las tipologías locales y la arquitectura tradicional.

"El objetivo era que la gente estuviera bien", explicaba el miércoles Alejandro de la Sota Rius, hijo de uno de los arquitectos participantes en el proyecto, Alejandro de la Sota. Su padre fue el encargado de diseñar pueblos como Esquivel, en Alcalá del Río, Sevilla. "Después de setenta años lo que la gente nos dice es qué bien estamos, qué bien hemos vivido".

Vista aérea de Esquivel (Sevilla), diseñado por Alejandro de la Sota.
Vista aérea de Esquivel (Sevilla), diseñado por Alejandro de la Sota.

Integración de las artes

El legado arquitectónico del Instituto Nacional de Colonización fue una admirable excepción de belleza racional diseminada por toda España en el contexto del obsoleto historicismo de la arquitectura oficial. También un ejemplo de integración de las artes. Se encargó la realización de elementos artísticos para viviendas y edificios públicos como iglesias a destacados nombres como los escultores Pablo Serrano y Arcadio Blasco.

En este sentido fue una figura clave José Luis Fernández del Amo. Arquitecto de once de los pueblos de colonización, tres de los cuales son hoy Bien de Interés Cultural, Fernández del Amo fue uno de los fundadores del primer Museo de Arte Contemporáneo –germen del actual Reina Sofía–, y director del mismo entre 1952 y 1958. "Fue un gran intelectual, un creyente post conciliar antes del concilio, amante del arte y de la música", recordaba en la inauguración su hijo Rafael. Gracias a su intermediación, importantes artistas españoles pertenecientes a la incipiente escena del arte moderno español hicieron algunos de sus primeros trabajos para el INC.

Todo ello está representado en el Museo ICO hasta el próximo 12 de mayo. La exposición es un acto de desagravio de una geografía única, que con frecuencia ha sido despreciada por su vinculación con el régimen que la propició, como en su momento los propios colonos fueron despreciados por los habitantes de los pueblos cercanos. Esta circunstancia fraguó los fuertes lazos de solidaridad que sobreviven al paso del tiempo, como han documentado Ana Amado y Andrés Patiño. Hoy, después del esfuerzo de varias generaciones, sus habitantes son los orgullosos propietarios de sus tierras y sus casas. Pero estos enclaves se ven amenazados por la crisis demográfica y por la falta de sensibilidad que pone en riesgo su arquitectura. Sus habitantes quieren aprovechar este proyecto no solo para conservar la memoria de los suyos y de sus pueblos, sino para darlos a conocer y proyectarlos hacia el futuro.