Julián Fuster Ribó era un cirujano que combatió en las filas del PSUC durante la guerra civil española. Una vez instaurada la dictadura franquista, puso rumbo a la Unión Soviética, nación a la que se sentía agradecido por su colaboración con el bando republicano durante la contienda. En Cartas desde el gulag, Luiza Iordache Cârstea recopila escritos que intercambió Julián Fuster Ribó con su amada, una mujer llamada Nadezhda Gordovich, una antigua reclusa del campo de concentración soviético en el que estuvo recluido, y de la que estaba perdidamente enamorado.

Además del material sacado de archivos españoles y europeos, Luiza Iordache Cârstea ha contado con entrevistas y material recopilado por otros exiliados españoles en la URSS y con "el archivo personal de Julián Fuster facilitado por su hijo Rafael". La autora considera que es "uno de los archivos personales más ilustrativos sobre la experiencia del exilio en la URSS desde la perspectiva de la represión estalinista contra los españoles". Entre toda la documentación, ha recurrido a certificados laborales, recortes de prensa, correspondencia, entrevistas y manuscritos mecanografiados, entre otras cosas.

Desencantado con su estancia en la URSS, Julián Fuster Ribó pidió abandonar el país que en tan estima tuvo en el pasado. Sin embargo, esta intención fue tomada como una ofensa, y en enero de 1948 fue detenido "por complicidad" al tratar de huir "en baúles argentinos de José Tuñón Albertos y Pedro Cepeda Sánchez", ilustra Luiza Iordache Cârstea.

Esta no era la primera vez que estaba en el punto de mira de los soviéticos, ya que "gestionó su permiso de salida de la URSS y el visado de entrada en México, actitud mal vista en aquel entonces por las autoridades bolcheviques". "Tras su detención, fue conducido a los calabozos de la Lubianka, (el cuartel general de la temible policía política de Stalin) donde fue interrogado, torturado y condenado a 20 años en campos de concentración por espionaje". Y así fue como Julián Fuster Ribó aterrizó en el gulag, el campo especial de Kengir, en Asia Central. Este dato es algo curioso, ya que la mayoría de los republicanos fueron enviados a campos nazis, pero este cirujano acabó en un gulag.

Además de él, alrededor de 345 españoles vivieron en su propia piel los horrores del gulag entre los años 1940 y 1956, cuando fueron liberados tras la muerte de Stalin. De entre todos ellos, "193 eran los conocidos como niños de la guerra, 4 maestros y educadores, 9 exiliados políticos, 40 pilotos, 64 marinos y 36 republicanos, trabajadores forzados del Tercer Reich, capturados en Berlín, en 1945, por el Ejército Rojo". Sin embargo, en las páginas de Cartas desde el gulag, Luiza Iordache Cârstea cuenta que Julián Fuster Ribó tardó en coincidir con un paisano. Finalmente, un español entró en Kengir y, al descubrir que había un cirujano compatriota suyo, hizo lo posible porque le ingresaran en el centro médico.

Mapa Gulag

Regresando a las cartas que dan título al libro de Luiza Iordache Cârstea, estas fueron escritas en 1954 desde el cautiverio, e iban dirigidas a  Nadezhda Gordovich, una antigua reclusa del campo de la que Julían Fuster Ribó se había enamorado. "Las cartas tienen un contenido muy íntimo y hablan de un gran amor nacido entre las alambradas del campo de Kengir. Se puede decir que ese amor fue la salvación para Fuster, dándole fuerzas para seguir luchando y para preservar la esperanza, evidentemente junto a la Medicina y la Cirugía". El propio Fuster tenía que autocensurarse en las cartas, ya que apenas incluía datos de lo que ocurría en el campo. 

En una de ellas le decía a su amada, recién liberada: “Cuando te escribo, no te olvides de que lo hago en secreto; no menciones mis cartas en las tuyas para que no nos descubran. […]. También te escribiré por canales oficiales. Perdóname, pero entonces las cartas no serán tan explicitas; no puedo escribir lo que quiero cuando sé que lo leerán otras personas” .

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Julián Fuster Ribó

Estas cartas llegaron a su destinatario gracias a la colaboración de guardias, funcionarios o trabajadores libres del campo, que se las ingeniaron para que traspasasen las alambradas y la censura soviética. "Según el tipo de campo y la época, a los presos se les permitía escribir y recibir alguna carta, pero eso se realizaba por canales oficiales, bajo el estricto escrutinio del censor", explica Luiza Iordache Cârstea. En estos textos, Fuster incluía escasa información de su vida diaria en el gulag por miedo a que la carta fuera confiscada y le castigasen a él o a sus familiares. La autora del libro recuerda un fragmento que le llamó especialmente la atención:

“Por la mañana escuché el segundo concierto para piano de Tchaikovski, sentado en mi cama. Disfrutaba de la música mirando tus fotos, y surgieron los mismos pensamientos que destrozan tanto mi ánimo estos días. Por la tarde noche pusieron dos canciones españolas en la radio y, para mi sorpresa, la que las interpretaba era española. Las escuchaba con la piel de gallina y las lágrimas, en contra de mi voluntad, brotaban de mis ojos. Después pusieron una canción mexicana […] y la nostalgia de ti y la añoranza de la patria se mezclaron en un solo sufrimiento”.

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Fuster con un grupo de enfermeras y médicos presos

La labor de Julián Fuster Ribó en el gulag era la de trabajar en el hospital de campo, donde los enfermos fueron testigos de sus cualidades como cirujano. "Realizaba operaciones quirúrgicas de lo más arriesgadas, con facilidad y rapidez, en condiciones precarias y sin instrumentos adecuados", cuenta la autora del libro.  En ocasiones recurría a útiles que confeccionaba él mismo. Además de su profesionalidad, algunos presos le recordaban por su humanidad. "Llegó a ser considerado un cirujano de primera clase, de hecho, el mejor de la región de Karagandá, incluso por parte de los jefes del campo a los que cuidaba y operaba".
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Julián Fuster en el quirófano de Kengir

Su campo era el lugar al que destinaban a los presos políticos más peligrosos. Trabajaban de sol a sol, se les asignaba un número y vivían en barracones con rejas en las ventanas que los carceleros cerraban al anochecer. "Como muchos campos del sistema, Kengir estaba rodeado por muros de arcilla y una redada de alambre para reforzar la seguridad. Además, en cada esquina había torres de vigilancia con guardias armados". 

En las labores en el campo, que consistían en trabajos forzados en las minas o en la excavación de cimientos para fábricas, contaban con una higiene de lo más pobre. Los presos eran reprimidos con castigos, vigilados, censurados... y reponían fuerzas con raciones de comida realmente escasas.

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Julián Fuster Ribó junto a otros compañeros de armas del XVIII Cuerpo de Ejército

Durante muchos años, el médico fue el único español recluido en Kengir, entre soviéticos y extranjeros de distintas nacionalidades: ucranianos, lituanos, rusos, letones, bielorrusos, estonios, polacos, alemanes, kazajos, moldavos, armenios, georgianos, japoneses, rumanos, griegos y coreanos. De hecho, el campo era una verdadera Internacional. No obstante, en 1954, otro preso español llegó al campo. Se trataba del exiliado político Rafael Pelayo de Hungría, que llevaba recluido unos diez años en calidad de "enemigo del pueblo". 

Al enterarse de la presencia del cirujano español, Pelayo de Hungría se las ingenió para engrosar las filas de los enfermos que necesitaban reposo en el hospital de Kengir. Julián describe así el encuentro: “Junto a él me he acordado de muchas canciones populares que ya había olvidado. Se me estremece el corazón con aquellos recuerdos, tanto estimo mi tierra, y ¡cuántas canciones bonitas tiene!”.

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ROSER 1

Entrada a un campo de trabajos forzados

Cartas desde el gulag: Julián Fuster Ribó, un español en la Unión Soviética de Stalin es un libro que Luiza Iordache Cârstea quiso escribir por la cantidad y calidad de información que compone su archivo personal. Además, este cirujano fue uno de los inculpados en la causa ultrasecreta Nº 837 del servicio soviético de inteligencia, iniciada por el intento de huida en baúles diplomáticos argentinos, protagonizada por el capitán de aviación José Tuñón Albertos y el 'niño de la guerra' Pedro Cepeda Sánchez, en enero de 1948.

"También por haber sido testigo directo de una de las mayores rebeliones que tuvieron lugar en los campos de trabajos forzados de la URSS, tras la muerte de Stalin, la de Kengir, narrada por el Nobel Alexandr Soljenitsin en  Archipiélago Gulag. En esta obra por antonomasia del sistema concentracionario soviético, aparece el nombre de Fuster y referencias a su labor como cirujano en el campo de Kengir", concluye la autora.

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