Desde que Gay Talese (Nueva Jersey, 1932) descubrió que lo suyo era contar historias supo bien qué clase de protagonistas quería para sus artículos. Sus reportajes incluyen gangsters, pornógrafos y demás personajes reprobados por la sociedad, aparte de su innata predilección por los perdedores, los ídolos caídos y los grandes olvidados. Aun así, nunca escribió sobre nadie por quien no sintiera un grado considerable de respeto o admiración.

Ese afán por encontrar lo humano en cada historia, en cada persona, fue lo que le llevó a escribir su primer gran reportaje, El puente, sobre los obreros que estuvieron tras la construcción del puente colgante más largo de Estados Unidos, el Verrazano-Narrows. La curiosidad que le inclinaba a buscar una cualidad redentora, desenmascarar una idea equivocada o arrojar luz sobre un área oscura fue lo que llevó a infiltrarse en la Mafia para escribir el gran éxito editorial de Honrarás a tu padre. Así como la lucha contra los prejuicios, o directamente la ausencia de ellos, hizo de La mujer de tu prójimo uno de los testimonios más reveladores sobre la revolución sexual de los 70.

Aunque si algo hizo que su pluma fuese reconocida como uno de los cronistas más originales de lo que Tom Wolfe bautizó en los 60 como "Nuevo Periodismo", esa fue su capacidad para elaborar perfiles capaces de trascender al personaje y encontrar un interés universal. El más famoso fue el que publicó la revista Esquire en 1966 titulado Frank Sinatra Has a Cold (Frank Sinatra tiene un resfriado).

Una semblanza que hizo de su mayor flaqueza su virtud. El crooner se negó a concederle su entrevista y esos tres meses persiguiéndole dieron como resultado el perfil de los perfiles. Un manual sobre cómo encontrar una historia donde en principio no la hay y también un ejemplo del empeño de Talese por encontrar la humanidad más terrenal en una deidad como Sinatra.

Aun así, lo que realmente ha captado el interés del periodista italoamericano desde sus inicios ha sido la constante búsqueda por conocer la otra versión de los hechos. Consciente de que la historia siempre la escriben los vencedores, él quiso contrarrestar esta máxima con una especial fijación por el perdedor. Por eso escribió una treintena de artículos sobre Floyd Patterson, el primer boxeador en lograr recuperar el título del peso pesado una vez perdido. Dos veces lo ganó y dos veces lo perdió, sin embargo, no dejó de luchar por recuperarlo hasta el final de su carrera. Este es el tipo de espíritu obstinado e irredento que ha provocado siempre la admiración de Talese.

Su mirada curiosa también se ha dirigido persistentemente hacia los protagonistas anónimos cuyo recuerdo nunca aparecerá en los libros de historia. Por eso su primera historia para el New York Times fue acerca del tipo que se encargaba de cambiar los rótulos con los titulares en el letrero luminoso que poseía el periódico en las alturas de Manhattan. Y es ahí donde entra en juego su largo romance con la ciudad de Nueva York, a la que dedicó una de las semblanzas más bonitas jamás realizadas a una ciudad con Nueva York, ciudad de cosas inadvertidas, y sus hormigas trepando por el Empire State Building.

A este tipo de personajes dedica su último libro, Bartleby y yo. Retratos de Nueva York (Alfaguara), con el que el escritor de 92 años se ha quitado el mal sabor de boca de El motel del voyeur, la que había sido hasta ahora su última publicación. Un traspiés en su intachable carrera que dejó al descubierto una mal entendida ingenuidad periodística.

El autoproclamado escritor de no ficción recupera así su compromiso con las pequeñas grandes historias que aún quedan por contar. Como un último ejercicio de rebelión contra el periodismo actual que tan duramente critica siempre que tiene la ocasión, en entrevistas e intervenciones públicas.

"Hoy, a los periodistas no se nos permite cometer errores. Pero el periodismo se desarrolla y prospera a partir de los errores. Se desarrolla cuando la gente no dice exactamente lo correcto. Se desarrolla cuando la gente no hace lo correcto. Los periodistas se han situado a sí mismos en un escenario de corrección política y santurronería, y tenemos una especie de Inquisición", dijo hace unos años en la apertura del Festival de No Ficción de Buenos Aires.

Talese ha vivido lo suficiente como para ver que aquel nuevo periodismo que venía para revolucionar el panorama y difuminar la línea entre literatura y periodismo se ha quedado viejo. Ya solo queda él de una generación en la que brillaban plumas como las de Truman Capote, Hunter S. Thomson o la suya propia. Cronistas que buscaban en el relato de la contemporaneidad un retrato de la sociedad del momento y capaz de alcanzar una especie de universalidad que resistiera el paso del tiempo.

El italoamericano viene de una época en la que el hecho de sentarse a leer el periódico quería decir precisamente eso, sentarse y leer. Es comprensible que la idea de "consumir información haciendo scroll" pueda llegar a espantarle. Mucho más cuando ve cómo el periodismo vive del impacto viral, de las reacciones exageradas y una constante sensación de que cualquier movimiento en falso te puede llevar al hoyo. Como una especie de burbuja que puede explotar en cualquier momento en la que cuesta discernir lo que es realmente importante, porque a estas alturas de la película, ¿a quién le interesa lo importante?

A pesar de ser uno de los maestros más respetados de la profesión, el periodista nacido en Ocean City nunca tuvo interés alguno en los políticos, a quienes siempre ha tachado de tener un interés pasajero y de ser incapaces de decir lo que realmente piensan. Además, ahora ve cómo sus extravagancias y anécdotas sensacionalistas llenan las portadas de las cabeceras más serias, incluyendo su querido New York Times.

Precisamente ese desprecio hacia la manera en la que la política monopoliza el discurso en un momento histórico marcado por la polarización, hace que su visión de la realidad sea tan políticamente incorrecta. Un posicionamiento, casi antisistema, desde el que se permite criticar con dureza las contradicciones e incoherencias del intocable Joe Biden, valorar la capacidad resiliente de un villano como Donald Trump y al mismo tiempo confesar que no votará a ninguno de los dos.

Esa libertad de la que siempre ha hecho gala le permite no tener que alinearse ideológicamente con ninguna de las tendencias predominantes (pese a estar afiliado al partido demócrata) y criticar duramente el auge de fenómenos como la cultura de la cancelación.

Y es que si algo ha demostrado Gay Talese es que siempre se permitió dudar, acercarse a la realidad sin juzgarla y manteniendo el interés de tener siempre algo nuevo que aprender. Por eso a sus 92 años sigue encontrando nuevas historias que contar, personajes secundarios a los que retratar y malditos a los que redimir.

Por eso su obra se mantiene como un auténtico ejercicio de respeto y compromiso a la profesión, dos cualidades que refleja en cada una de sus historias o personajes. Erigiéndose como una de esas figuras que dan prestigio y dignidad a un oficio condenado a vivir una crisis constante.