Condenado por asesinato, muerto por Covid tras haber sido golpeado en la cárcel, y con famosas escenitas en las que apuntaba con un arma a cantantes como Stevie Wonder. Por cierto, vaya inútil amenaza. Así vivió y murió Phil Spector. Lo que podemos sacar de aquí es de todo menos algo que poder leer antes de acostarnos. Historias para no dormir, que diría Ibáñez Serrador (padre). En este caso, nunca mejor dicho. Él mismo dijo que solamente dormía del orden de dos a tres horas diarias, y que lo consiguió con entrenamiento. Me cuesta creer que la química lisérgica no juegue un papel en esa parte de su vida, lo siento. Soy “Spectorcéptico”, pero tengo orejas y hasta oídos dentro de ellas. Por eso merece un espacio en nuestro tiempo.

Murió este personaje y mientras veo en las noticias su rostro sombrío, no puedo evitar pensar en la complejidad de ese individuo. La mente no es simple nunca, y en este creador podríamos decir que cualquier anomalía crecería con su propio abono mental hasta un laberinto que puede llevar a cualquiera con ese sustrato ante un tribunal. Sobre todo cuando hay muertes por en medio. De entrada, la del suicidio de su padre cuando tan solo era un niño. 

3 de febrero de 2003. Lana Clarkson, actriz, fue encontrada muerta en la mansión del susodicho, el Castillo de los Pirineos en Alhambra, California. Hablamos de un cuerpo desplomado en una silla con una herida de bala en la boca y dientes rotos por la alfombra. Avisé de que esto no era un cuento de niños. Spector contó que lo de la chica fue un “suicidio accidental” (¿perdón?). Pero una llamada a emergencias del ahora recordado diciendo textualmente “creo que he matado a alguien”, y los testigos que le vieron salir por la puerta trasera con un arma en la mano, no ayudaron mucho a esa teoría. 

Tras varios intentos de juicio, no fue hasta el 29 de mayo de 2009 que fue sentenciado. Ingresó para pasar el resto de sus días en la Prisión Estatal de Corcoran. Allí recibió su última paliza, según se dice, por haber hablado de más. 

Casi nos olvidamos de su faceta como sexagésimo tercer artista de rock & roll más grande de todos los tiempos según la revista Rolling Stone. Bueno, su vida no lo pone fácil. Combinó de joven su talento para la música con su oficio como taquígrafo judicial transcribiendo discursos. Hasta aquí no es nada llamativo. Lo bueno vino cuando fue capaz de crear un sonido especial en los 60, apoteósico, glorioso, y que inspiró a genios como Bruce en su Born to run o a nada menos que Beatles en su Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band

Ahora viene cuando, después de saber su historia, te cuento que fue el responsable del sonido de una de las canciones que gracias a la película Ghost formó parte de nuestra juventud o infancia: la versión (sí, versión) de Unchained Melody que cantaron los Righteous Brothers. 

Unchained Melody, de Righteous Brothers, la banda sonora de Ghost.

Muy digno tema para decorar nuestra playlist, que nos está quedando redonda. Se trata de algo conocido, que no distorsiona con las otras grandes piezas del pop de todos los tiempos. Y que además, va a sus orígenes. A esas raíces en los sonidos sesenteros del que fuera esposo de la cantante principal de The Ronettes, después de hacer que pusiera su sello en la Historia con un tema llamado Be my baby.

El Be My Baby de las Ronettes, de la icónica Dirty Dancing.

Muchas veces se habla de algo muy “a lo Spector” cuando se ensalza una obra de forma orquestada, casi apoteósica, con instrumentos orquestados en un constante clímax difícil de detener si no es con una orquesta en acorde final. 

Quede pues en nuestra lista este pequeño guiño a las películas de nuestros queridos años 80 con el sabor de habernos dejado visitar por un fantasma que nada tenía que ver con Patrick Swayze, que también nos dejó. 

“Cuánto amor me llevo”, decía Sam Wheat desde el otro barrio en la película. A ese lugar que todos acabaremos conociendo se ha ido una buena pieza, en un colofón final que bien podría ser de cualquiera de sus temas orquestados.