Yo, que jamás he sintonizado con la extraordinaria avalancha de extravagancias que normalmente convierten a Eurovisión en un circo, estoy tocado hasta el fondo con lo vivido mediáticamente en este país en las últimas 72 horas. ¿Y ahora qué futuro espera a la supernova explosiva nacida en el escenario massielero de nuestra infancia? ¿Estamos ante la nueva Rosalía y un fenómeno “Macarena” en el mundo?

Comencemos por analizar lo ocurrido. Por orden cronológico, nos hemos de remontar a los años 90 en Olesa, pueblo precioso que, salvo por las excursiones de los colegios y las escapadas de fin de semana, no se suele mencionar ni en Barcelona.

Inciso: ahí se toca el orgullo identitario, que es de lo que va Eurovisión. Hablamos de quien canta como quien “nos” representa. Estamos ante una enorme colección de banderas, o sea, fronteras políticas, que luego resulta que no permite hablar de política, aunque se haga y no pase nada. La emoción de los votos saben las altas esferas que es patriotismo inconsciente y de ahí el apoyo institucional. Pues en concreto en este pueblo catalán, la defensa local es tan intensa que es mayoría en el ayuntamiento el partido BO: Bloc Olesà. Como dato y circunstancia de esta historia. Volvamos a los 90. La niña quiere bailar, y tiene carácter.

¿Qué carácter? Desde la admiración profunda: generoso, fuerte, arrollador, orgulloso, y con el lógico egocentrismo del artista. Quizá un poco más. Me consta, pero no puedo citar fuentes. “Hasta aquí puedo leer”, como se diría en el otro referente cultural undostresiano heredado de la madre tele de nuestras generaciones. Ella siempre va primera, “nunca secondary”.

Nada mejor que haber sufrido el ataque tuitero de las hordas reivindicativas de otras corrientes tras Benidorm, para que se encierre en el estudio de danza con el mejor coreógrafo del mundo y salga una bestia parda sobre el escenario

La foto de la niña sonriente en maillot se nos ha puesto delante una y otra vez mientras se rescatan entrevistas en las que ella subraya el bullying al que asegura que fue sometida por su origen extranjero. Nadie salvo la protagonista puede conocer la verdadera intensidad de lo sucedido, pero quedémonos con lo que se ha evidenciado: una madre que le decía con cariño “parlem de la vida” y con inteligencia emocional le transmitió la mejor respuesta a los ataques: un ego canalizado. Material inflamable para crear un monstruo en el mejor de los sentidos. Nada mejor que haber sufrido el ataque tuitero de las hordas reivindicativas de otras corrientes tras Benidorm, para que se encierre en el estudio de danza con el mejor coreógrafo del mundo y salga una bestia parda sobre el escenario. A modo de comunicación en clave de dos, pero perfectamente entendible, “Oli” (aceite, en catalán) le decía vía TVE su preparadora de entonces la noche de autos, en medio de lágrimas y emoción nacional. El aceite siempre queda por encima del agua. Ese fue el mensaje de su juventud temprana.

A todos nos suena eso que llamamos “pique”, afrenta, reto, llámalo equis. Si la niña pequeña se agarró a la barra frente al espejo y acabó en los musicales de Gran vía, no hay límite para una chiquilla de más de treinta años. Y creo que digo bien si hablo de una pequeña. Una bailarina muy cercana me asegura que se meten tanto en ello, que el mundo exterior se desvanece. Se conservan en una crisálida en la que solamente existe ritmo, compás, cuerpo y carácter. Día y noche. Aún más si se ha estado viviendo en la exigencia, y en una autoexigencia todavía mayor. Solamente asomó la cabeza fuera del cante y la danza para actuar, que tampoco es poco, en series como Águila Roja, o El Secreto de Puente Viejo. La pandemia la pilló de gira con “El Guardaespaldas”, en un viaje de vuelta de Vigo a Madrid. Y encerrada en casa, nada de dar tregua para el desánimo. A teletrabajar, como muchos otros hemos aprendido a hacer.

Los espectáculos musicales de éxito son una constante puesta en escena de habilidad, práctica, trabajo en equipo, concentración e inteligencia. Día tras día. Auténticos profesionales que no pueden funcionar ni un día por debajo de la excelencia, porque se les hunde el mundo. De ahí la reivindicación constante que ahora oímos del trabajo cultural, que lo es, en las artes escénicas. Puede que, si profundizamos un poco, no veamos tan caras las entradas para ver El Rey León. Chanel siempre ha reconocido lo mucho que le dió Mamma Mía, el musical junto a Nina, y para muchos entre los que me cuento hubiera sido hasta una muy buena María en West Side Story. Con apenas 16 años se vino a Madrid, como muchos otros hemos hecho, para darlo todo al respetable.

Todo esto es bagaje que preparó a nuestra estrella para ese momento decisivo reciente. El punto de partida en el que empieza su proyecto artístico personal, que ella cataloga como “puzle” en el que las piezas encajaron. La central, la puso ella con semejante sustrato. La maquinaria de la industria musical actual, contrariamente a lo que se piensa en algunos círculos, necesita grandes dosis de talento para que brillen los artificios digitales. Si bien es cierto que existen fenómenos de éxito a base de “autotune” y tecnología que no requiere de esfuerzo, a la hora de la verdad es condición “sine qua non” para petarlo de verdad. Lejos de esto está mi querido Omar Montes, al que pregunté en televisión, con toda la intención, cuánto se preparaba cada show. “Enchufar y listo”, me contestó en un alarde de sincero pasotismo mientras le tiraba los trastos con cierto descaro semi encantador a Susanna Griso. Estamos en el otro extremo. Claro que el público que se tiene por exigente verá muy parecido el género musical que practican el carabanchelero y la catalana, pero poco que ver, amigos. Solamente tienen en común el equivalente al esqueleto, o sea, ritmo y percusión. Y tampoco, si se entra en detalles. Omar no canta haciendo un cambré ni con ordenador.

Atrás quedaron los Mozart o el maestro Manuel Alejandro. Como en la ciencia, impera el avance en grupo

Los engranajes se pusieron en marcha hace poco, apenas meses. Las llamadas “granjas de composición” es un fenómeno cultural que no todo el mundo conoce, salvo por sus enormes éxitos, y merece artículo aparte. Por resumir, digamos que basándose en capas de datos extraídos de nuestro día a día de escucha musical, y la experiencia de algunos profesionales de la creación, no uno sino varios compositores de éxito se reúnen, física o virtualmente para trabajar en equipo, que es como siempre se ha llamado. Atrás quedaron los Mozart o el maestro Manuel Alejandro. Como en la ciencia, impera el avance en grupo. En este caso ganó la visión comercial de Leroy Sánchez o Keith Harris, que han hecho composiciones interesantes para artistas como Madonna o Britney Spears. Haremos ver que no sabemos que la canción era para Jennifer López, adaptada. Se nota.

En la coctelera, el “cloud” de creadores colocó en el centro un punto torero para representar a España (que es de lo que se trata) un ritmo sincopado pegadizo, y unos acordes que armonizan plenamente con los tercios taurinos con los que empieza la que es ya canción del verano. En la letra, empoderamiento femenino total y deliberadas joyitas culturales de la realidad marcada por lo latino de nuestros barrios:

Llegó la mami

La reina, la dura, una Bugatti

El mundo 'tá loco con este body

Si tengo un problema, no es monetary

La rima no es gongorina, pero funciona. El mundo ciertamente ya ha enloquecido, y todos damos por supuesto que esta artista no va a tener problemas económicos, y no solamente por el musical de Nacho Cano que le espera.

Take a video, watch it slow mo, mo, mo, mo, mo (yeah)

Booty hypnotic, make you want more, more, more, more, more

Voy a bajarlo hasta el suelo-lo-lo-lo-lo (yeah)

If the way I shake it to this dembow (to this dembow)

Drives you loco (yeah)

Take a video, watch it slow mo

A ver, aquí ya nos hemos ido del todo, porque la lírica se supedita al ritmo. La voz se convierte en un instrumento más que golpea con las sílabas. Decir “mo” 17 veces en el primer minuto de canción, más otras 10 pa-pa-pa-pa tiene todo el sentido si lo importante es darle cadencia al tema. Reconozco que entre los rumanos del festival con el “Llámame be-be-be-bé” y el “mo-mo-mo-mo” de nuestra Chanel, la profundidad lírica de Eurovisión no tiene nada que ver con la de antaño, aunque es totalmente válida en los tiempos que corren.

Vamos con el baile. Ahí entra en escena Kyle Hanagami. Jennifer Lopez, Britney Spears, Justin Bieber o NSync, le deben tanto como Nike, Disney o Calvin Klein. Y ahora, la olesana. Observen cómo la presentó a sus acólitos:

Llegamos a Benidorm. Un éxito. Ya no solamente el de la artista, sino el de la organización. La cara B, la que nunca debió estar, la puso la parte más irracional de esto de las redes. Buena parte de los fanáticos de la que todos daban por ganadora, Rigoberta Bandini, linchó hasta conseguir echar de twitter a la muchacha. Está claro que la lógica reivindicación de la naturalidad del pecho femenino no tiene nada que ver con la profesionalidad y la excelencia sobre un escenario. Aquí surgió de nuevo el eterno conflicto sin resolver entre competición artística o reivindicación social, bien sea en los Oscars o en Benidorm. En el festival, por cierto, está claro que lo de Ucrania no ha sido por la canción. Sin embargo, el hombre del espacio que llegó desde el Reino Unido, sí. Canción y diez millones de followers. Al césar lo que es del césar.

Bien, tenemos artista con talento, sacrificio y bagaje, una canción destinada a ser éxito, un coreógrafo excelente internacional y una oportunidad de visibilidad nada común, el festival de los 200 millones de espectadores. Solamente falta ejecutarlo todo con precisión matemática. Así se hizo.

Único fallo: la chaqueta se abrió antes de lo debido. Wow. Que en tres largos minutos de “performance” al 200% solamente se pueda observar un par de notas cantadas que no son exactamente la frecuencia en hertzios que corresponde y que se desabroche la torera, que por cierto volverá como prenda de moda, nos habla de un éxito monumental, como la plaza de toros barcelonesa. Ya puestos, añadimos sus cachetes traseros como escandalosos y fuera de lugar si queremos buscarle tres pies al gato, pero estamos ante una ejecución impecable. De las que cambian percepciones. Aquí me tienen, escribiendo sobre el tema cuando no esperaba ni ver el festival.

Respondiendo a la premisa de estas líneas, intuyo que vamos a escuchar “SloMo” centenares de veces cada día, salgamos por fin de fiesta o no. Lo único que hará que no sea una nueva Macarena será lo complicado de la coreografía, que va más allá de darse la vuelta y hacer un saltito. Y no será un “Despacito” por el excesivo apoyo en el ritmo que tiene este éxito para llegar al corazón. La forma en la que los ocho países que dieron la máxima puntuación a la española, bailando en algunos casos, nos da una pista de lo que está por venir.

Como dice el tema, no se confundan, señora' y señore'. Lo vivido por la ganadora moral de este festival bien vale una conjuntivitis que mi querido Tony Aguilar bien puso de manifiesto en la Plaza Mayor de Madrid, tras un día entero llorando. Si llega a ganar, no sería lo mismo. Ha hecho falta una guerra para no quedar en segundo lugar la actuación española.

Por los “eurofans” que durante décadas han sido tratados como neuróticos, por las personas que han sufrido incomprensión y odio de la masa inhumana escondida tras las redes, por los talentos artísticos que gracias a lo ocurrido van a nacer y renacer, por el mensaje de superación que transmite esta pequeña historia, y hasta por la lección de saber perder ganando, bravo. Y ahora, a bailar, que ya va siendo hora de que todos lo hagamos por fin.