Espanto celeste. ¿Quién eres? Perdido en el ejército de rebeldes. Culpa y muerte. El que todo lo puede, el que todo lo anticipa, el que todo pretende. Basado en el poema épico de John Milton de 1667, Helena Tornero crea un texto cargado de intenciones. De interrogantes sin respuesta, de cuestionamientos que reivindican, de libertad presa. Porque los personajes, Dios, el Ángel Caído (Satanás), Adán y Eva, la Muerte y la Culpa (y todos actores) van y vienen, van a la caza, se exhiben, se exponen, transgreden, y la naturaleza se ve violada por el hombre, y el omnipotente dudará, y los rebeldes serán con causa, y el destino no está escrito por más que se empeñen. 

En un paisaje de minas, lúgubre, romántico y desolado, se nos habla de la Creación, del Paraíso Perdido, de la Ambición, del Destino previsto, de la Penitencia. ¿Acaso es el saber algún delito? 

En un texto poético bellísimo, surgen esas preguntas retóricas sin respuesta por más que Dios, el personaje de Dios, vaya de sobrado y súper eficiente. 

Se nos habla (e interpreta) del Miedo y de la Tentación, de la Pleitesía y del Cuestionamiento de si hay que ser o no servilistas y aceptar de buen grado lo que, supuestamente, los superiores nos imponen. Pero postrarnos ante Dios, ¿no es un abuso de poder? Luego vienen las guerras, que nunca podrán ser santas aunque nos las vendan de ese modo, la Soberbia y la Humildad, el Coraje, la Magia de la relaciones, el Infierno que, a la larga, es lo que es la vida: vida y muerte. 

Se le da demasiado valor al cuerpo, se desoyen los silencios, se duda de cuál es el buen sentido y frente a la ira, la capacidad de serenidad. Contrapuntos siempre. 

¿Quién crea a quién?

Paraíso Perdido, amenazas y pactos. Si “yo soy la resurrección y la vida y el que cree en mí tendrá la vida la eterna”, que no existe, ¿para qué tanto sufrimiento?  

Habría que crear otro mundo y, posiblemente, las diferencias se acrecentaran, porque ¿quién crea a quién? Los hombres a Dios, Dios al diablo, y el diablo al actor, cuando Calderón ya nos decía que todos somos actores en el Gran Teatro del Mundo. 

Los actores, todos nosotros, hipocresía, fingimiento, y después de tanta historia, de tanta poesía y de tanto teatro, de tanto ser lo que no somos, no saben de qué se trata el tratar con ecuanimidad a la mujer, la gran perdedora de todo este trasunto, por los siglos de los siglos. 

Y la tierra, también. La tierra se sintió, de pronto, herida. ¿De pronto? O éramos conscientes y no importaba nada. ¿Dónde estaba Dios entonces? ¿Cuál es el origen del sufrimiento? 

Un teatro vacío de aplausos

Todos somos culpables, todos nos deberíamos sentir culpables, la manzana es solo un símbolo que recayó en Eva, por ponerla a prueba, pero Dios se estaba riendo. La carcajada de Dios. Ya lo decía León Felipe: "Ese Dios ibérico a quien yo veo aún creándonos y deteniendo sus dedos temblorosos de risa en la arcilla tierna que ya se modelaba  como una pirueta divertida, al conjuro tan solo de la palabra justicia”. Ja, ja, ja. 

En realidad, el Infierno es un teatro vacío de aplausos, dicen en un momento de la obra. Pero ese aplauso, esa ovación se la tiene ganada todo el elenco del Centro Dramático Nacional, con Andrés Lima al frente, y Pere Arquillué (Dios), Maria Codony (Muerte), Rubén de Eguía (Adán), Laura Font (Culpa), Lucía Juárez (Eva) y Cristina Plazas (Satanás), que salen al escenario con todas las de perder, que es ganar un lenguaje excelentemente teatral, y se empoderan con los versos de John Milton, que nos hacen mirar con otros ojos. Se entiende lo que hablan y también lo que callan, y nos lo cuentan y quieren que lo contemos a su vez, que esa es la razón para encontrar el Paraíso que no debemos perder. 

PARAÍSO PERDIDO

Texto: Helena Tornero, basado en el poema épico de John Milton
Dramaturgia: Helena Tornero y Andrés Lima
Dirección: Andrés Lima
Una coproducción del Centro Dramático Nacional, Teatre Romea y Grec 2022 Festival de Barcelona
Hasta el 18 de junio en el Teatro María Guerrero de Madrid