Que una novela se titule Nada y que pasen tantas cosas en una época de posguerra, pobreza, reflejo de una sociedad franquista desilusionada, rota, con un ambiente crispado, con violencia machista y las diferencias de clase bien marcadas, como las inquinas y los desplantes, y un futuro poco prometedor, nos sitúa en un ambiente muy concreto. Y suscita la curiosidad por ver cómo los responsables de adaptarla al teatro han sido capaces de solventar espacios, tramas y experiencias emotivas y emocionales de un texto muy descriptivo.
Gran trabajo en ese sentido de todo el equipo del Centro Dramático Nacional, desde la adaptación de la novela por Joan Yago, pasando por la interpretación de cada uno de actores y actrices del elenco, encabezado por Júlia Roch, junto con Carmen Barrantes, Jordan Blasco, Pau Escobar, Laura Ferrer, Manuel Minaya, Amparo Pamplona, Julia Rubio, Andrea Soto y Peter Vives, hasta la dirección sensible, metódica y cuidada de Beatriz Jaén.
A alguien le puede asustar la larga duración de la propuesta, pero para que el montaje tuviera credibilidad respecto al espíritu de la novela, y respecto a la palabra, el estilo impresionista y existencialista de la autora, Carmen Laforet, es absolutamente imprescindible. A modo de narrador en primera persona, el personaje de Andrea nos va relatando no solo lo que ocurre, sino, principalmente, cómo se siente, cómo vive las situaciones, cómo las sufre.
No perder nada de vista
Esa palabra, ese acercamiento al espectador nos hace empatizar con ella. Si cerráramos los ojos podríamos pensar que estamos escuchando un audiolibro con todas las garantías de su calidad literaria. Sin embargo, es preferible tenerlos, los ojos, bien abiertos, porque ni la escenografía, ni la ambientación, ni las luces y los símbolos ni el espacio escénico tienen desperdicio. Es importante tener el detalle, incluso, de esos personajes que se hallan en escena en actitud estática en ciertos momentos, pero que conforman un cuadro imprescindible en el marco general de la obra.
No solo había que luchar con las consecuencias de una recién acabada guerra de hambre, de las delaciones, de la falta de trabajo, con la precariedad en las familias al faltar muchos de sus integrantes por efectos directos o daños colaterales de una guerra fratricida y cruenta, sino que en el mismo seno de esas familias seguía habiendo odios, rencores, desprecios, vejaciones y un porvenir oscuro.
Por eso Nada es mucho más que lo expresó la novela. Me viene a colación el soneto de José Hierro, titulado Vida, donde juega con las palabras Nada y Todo, “después de todo, todo ha sido nada, a pesar de que un día lo fue todo”. El poeta fue coetáneo de Laforet, apenas se llevaban seis meses, y ambos supieron y vivieron esas duras circunstancias donde tuvieron que sobresalir a base de nostalgias, luchas, miradas abiertas, corazón engrandecido, dejar de ir a la deriva del pesimismo, ahondando en la calma y no en la agresividad para no perderse en la nada, como otros. “Después de tanto todo para nada”.
'Nada'
Texto de Carmen Laforet adaptado por Joan Yago
Reparto: Carmen Barrantes, Jordan Blasco, Pau Escobar, Laura Ferrer, Manuel Minaya, Amparo Pamplona, Júlia Roch, Julia Rubio, Andrea Soto y Peter Vives
Escenografía: Pablo Menor Palomo
Iluminación: Enrique Chueca
Vestuario: Laura Cosar
Música y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo
Coreografía: Natalia Fernandes
Dirección: Beatriz Jaén
Una producción del Centro Dramático Nacional
En el Teatro María Guerrero hasta el 22 de diciembre
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