Sucedió en 1879 cuando Henrik Ibsen estrenó Casa de muñecas provocando un aluvión de comentarios, controversia social y feminista, poniendo en tela de juicio el papel que desempeñaban las mujeres entonces en el seno familiar, siendo sumisas, entregadas al cuidado del hogar y de los hijos, supeditadas a lo que el marido, llamado cabeza de familia, pedía, imponía, ordenaba. 

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Parece que hubiéramos avanzado mucho en este ámbito y, efectivamente, así ha sido, aunque, por desgracia, siguen quedando retazos de aquellas normas sociales, con regresiones, en muchas ocasiones, que mantienen en vigor la necesidad de reestrenar este texto que, por primera vez, ponía a la mujer en la posición de elegir, de decidir, de pensar en sí misma y en su propia libertad. En vez de portazo, hoy, habría que decir, cierra cuando salgas

Eduardo Galán realiza esta versión que se puede ver en el escenario del Teatro Fernán Gómez, bajo la dirección de Lautaro Perotti, y con la figura principal del papel del personaje de Nora por María León. 

Frío y distante

Eduardo Galán, e imagino que todo el equipo, han pretendido acercar al público de hoy esta historia introduciendo elementos que nos suenan como cotidianos: móviles, mensajes, lenguaje empobrecido y recato excesivo. Pienso que mostrar un texto como el de Ibsen tal cual, aunque hayan pasado 150 años, no perjudicaría a la puesta en escena, porque, de esta forma, resulta en cierto modo falsario, impostado, poco creíble. 

Ciertamente, no dudo de que el director, Lautaro Perotti, ha tratado el tema con delicadeza y sentimiento, pero el resultado final, a mi gusto, resulta frío y distante. Nada que decir de la interpretación de María León, que intenta dejarse la piel y el corazón en el intento, aunque la complementación con el resto del elenco también parece frágil. Por otro lado, distrae la atención el movimiento de la escenografía, dividida en tres piezas independientes y movibles, que quieren asemejar las diferentes dependencias de la casa, pero que se diluye en un puzle que no acaba de encajar. 

Un grito de mujer

Pero, a lo que vamos, el tema de Casa de muñecas, donde Nora da el famoso portazo dejando atrás marido e, incluso, hijos, sigue resultando, hoy en día, criticable, no bien visto, desmedido, por más que mantengamos en alto las vindicaciones femeninas, el reconocimiento de que sí, que la mujer debe tener los mismos derechos que el hombre, mas, a la hora de la verdad, se siguen escuchando las quejas, la asunción de la mayor parte de los roles familiares y caseros, con el agravante de que ahora ellas también salen a trabajar, también les falta tiempo, también quieren salir a solazarse y divertirse con amigos y compañeras.

Se mantiene, por desgracia, más de lo que creemos, esa labor en la sombra, callada y sumisa, el trato denostado que reciben, el acecho del excesivo peso de la responsabilidad que sigue recayendo, mayoritariamente, en ellas. 

Y se llora, sí. Pero ya no se ocultan las lágrimas y ya hay un grito de mujer, ya no se quedan en casa y en la cocina con la pata quebrada, ya su función no es solo de vela y guarda del cónyuge y sus vástagos. Ahora, ya no llama tanto la atención el que, si hay que dar un portazo, se da y nadie debiera escandalizarse. 


Casa de muñecas, de Henrik Ibsen, en versión de Eduardo Galán, hasta el 22 de junio en el Teatro Fernán Gómez de Madrid

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