Cuando España se dio de bruces en marzo con una pandemia que no supo ver, muchos expertos lanzaron un mensaje algo optimista de cara al verano: cuando lleguen las altas temperaturas, la incidencia del coronavirus bajará. Y así fue. La llegada de la época estival coincidió casi con el fin del Estado de Alarma y la curva de contagios descendía para alegría de todos.

Sin embargo, los rebrotes se multiplicaron durante la ola de calor de finales de julio. ¿Por qué? Los científicos consultados por El Independiente lo tienen claro: por pura irresponsabilidad nuestra. El virus, es cierto, vive menos y pierde capacidad de contagio con las altas temperaturas, por lo que la culpa de que la curva vuelva a crecer la tenemos nosotros. Abrazos y besos de más; y mascarillas de menos.

"Las altas temperaturas frenan al coronavirus, pero están aumentando nuestra irresponsabilidad", resume José Antonio López Guerrero, profesor de Microbiología de la Universidad Autónoma de Madrid. "Es peligroso y preocupante porque nos estamos relajando y porque se están dando casos en los que no se puede hacer la trazabilidad de los contagios".

"Mucha gente joven ha estado varios meses encerrados y han salido desbocados tras el Estado de Alarma", añade el experto. "El ocio nocturno parece ser el principal foco, pero también están las reuniones familiares sin distancia de seguridad, celebraciones de cumpleaños descontroladas..." Todo esto no está dejando ver lo beneficioso que está siendo el calor a la hora de frenar la propagación del virus.

¿Qué le ocurre al virus con el calor?

Supongamos que estamos a una temperatura de dos grados centígrados. "En esa situación, el virus que ha caído a una superficie está contento", explica la investigadora Sonia Zúñiga, del CSIC. Si aumentamos la temperatura considerablemente, por ejemplo a los 32 grados, "la gota se seca muchísimo más rápido y el virus dura menos", continúa la científica.

"Los coronavirus tienen una envuelta lipídica que se desestabiliza con el calor y pierdee capacidad para infectar", agrega en ese sentido López Guerrero.

A los coronavirus les afectan mucho dos características propias del verano. Una, como ya ha quedado claro, es la temperatura; la otra es la luminosidad. La luz del sol tiene rayos ultravioleta que cuando contactan con los coronavirus inactivan su genoma y le producen mutaciones. Por lo tanto, en una ola de calor como la que viene este fin de semana, la probabilidad de contagiarse con el virus a través de una superficie es muy baja.

Además, con el calor tendemos a estar más tiempo en espacios abiertos, evitando recintos cerrados. Todo ello debería ayudar a rebajar la cifra de contagios, pero el comportamiento de muchos individuos están haciendo que todo eso sea invisible en los datos diarios. "En la transmisión persona a persona la temperatua tiene poco de decir", señala Sonia Zúñiga.

"Todo el tema del verano nos está ayudando", añade López Guerrero, "lo que pasa es que lo que nos está perjudicando tiene más peso en la balanza final: estamos casi todos vírgenes del virus y cualquier persona puede ser un trasnmisor, a lo que se añade que seguimos teniendo muchas actividades de contacto muy poco responsables".

¿Será el coronavirus algo estacional como la gripe?

Tanto la gripe de 1918 como la de 2009 aparecieron en verano, pero después se estabilizaron y se convirtieron en un virus estacional. Posiblemente el coronavirus siga esa misma dirección y su nivel de contagios tendrá un pico en otoño-invierno y una época valle durante los meses con más temperatura.

"Si el coronavirus se hace estacional y hay una inmunidad de rebaño, ya sea por una vacuna o porque nos vamos infectando poco a poco, en la época de más calor y luminosidad habrá menos incidencia", explica López Guerrero. "Que nadie dude de que el calor ahora nos está protegiendo, pero frente a eso está nuestro comportamiento. Y esa irresponsabilidad predomina ahora mismo".