Para cuando Sánchez llegó, en carruaje negro y saludando con la mano en el pecho, como un señor de Las lanzas o un comendador con cruz de Santiago o quizá sólo el cocinero de todos ellos, Lastra y Ábalos ya se habían encargado de reducir a cenizas de rímel y cretona a Ayuso. Sánchez, pacificador y descendente, como el papa en helicóptero, dijo venir “a ayudar, no a juzgar”, después de que a Ayuso la hubieran juzgado, condenado y machacado sus mandados y sacamantecas.

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