Pablo Casado no deja de enseñarnos padres igual que los padres enseñan a los hijos, en fotos de cartera como fotos de camionero (antes se llevaba a la familia en el salpicadero bajo la protección de algún santo con bandurria y de Perlita de Huelva). Después de Rajoy, padre derrocado, shakesperiano y además futbolero, con el cansancio de derrota de todo ello, Casado nos ha traído a Sarkozy, que es otro padre, un padre de sinvergonzonería francesa, belmondiana e inspiradora. Sarkozy contó que, hace once años, vio a Casado en el Elíseo y ya entonces le dijo que iba a ser presidente de España, como se le dice al niño que va a jugar en el Athletic. Le faltó hacer eso que hacen los padres, recordar cuando su hijo era “así” y poner la mano en la posición de botar una pelota, midiendo a la vez la altura del hijo y el tiempo pasado, y acariciando la ternura de todo eso en el pelo del niño que ya no está. Casado sigue buscando su imagen, pero sólo encuentra padres sospechosos como titos sospechosos.
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