Jerusalén vive este lunes una jornada cargada de tensión ante la celebración de la Marcha de la Bandera, con motivo del Día de Jerusalén, que conmemora la invasión y ocupación de Jerusalén Este por Israel durante la Guerra de los Seis Días en 1967. Miles de personas están llamadas a participar en un evento que, cada año, despierta preocupación por su carga ideológica, sus implicaciones políticas y el impacto sobre la convivencia en la ciudad.

La marcha, organizada por la ONG ultranacionalista «Am K'Lavi» y financiada por el Ayuntamiento de Jerusalén, recorrerá desde el oeste de la ciudad hasta el Muro Occidental, atravesando el barrio musulmán de la Ciudad Vieja, una ruta que ha sido objeto de críticas por propiciar enfrentamientos. El despliegue policial será masivo, con miles de agentes desplegados, según anunció la policía israelí, que ha pedido a los manifestantes evitar todo tipo de violencia verbal o física.

El evento, tradicionalmente impulsado por sectores del sionismo religioso, ha contado en ediciones anteriores con la participación de altos cargos del gobierno, como el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, y el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, ambos conocidos por su ideología de extrema derecha. El año pasado, la presencia de estos líderes coincidió con picos de violencia, cánticos racistas como «Muerte a los árabes» y agresiones a residentes palestinos y periodistas. Uno de ellos, Robi Berman, denunció haber sido golpeado brutalmente sin que la policía interviniera.

La marcha, que se remonta a la década de 1970, se divide por sexos antes de entrar en la Ciudad Vieja. Las mujeres marchan por el barrio judío, mientras que los hombres pasan por la Puerta de Damasco y el barrio musulmán.

Este año, la tensión ha aumentado aún más tras la visita de Ben-Gvir al complejo de la mezquita de Al Aqsa —el tercer lugar más sagrado del islam— en vísperas de la marcha. Acompañado de otros políticos ultranacionalistas y protegido por fuerzas armadas, el ministro publicó un vídeo desde el recinto en el que dijo estar «rezando por la victoria en la guerra [de Gaza], el regreso de los rehenes y el éxito del nuevo jefe del Shin Bet», el servicio de inteligencia interior.

Provocación de Ben-Gvir

La incursión de Ben-Gvir en Al Aqsa, considerada una acción altamente provocadora por el liderazgo palestino y por diversas organizaciones internacionales, se suma a una serie de episodios similares en los últimos años, siempre en momentos de alta tensión regional. Sus declaraciones han reforzado el carácter político-militar que muchos atribuyen a la marcha, y han reavivado las críticas sobre el uso partidista de un acto con carga simbólica nacional.

El carácter divisivo del evento ha provocado un creciente rechazo en sectores de la sociedad israelí. Más de 1.000 padres y decenas de directores escolares han firmado peticiones para cambiar el recorrido de la marcha o incluso suspender la participación de estudiantes. Denuncian que el evento, en su forma actual, representa una plataforma para el extremismo y expone a los jóvenes a escenas de odio, racismo y violencia. “Estamos educando para la coexistencia, no para la venganza”, escribió uno de ellos, informa el diario israelí Haaretz.

Desde el propio seno del sionismo religioso han surgido voces que piden un cambio de tono. El colono Binyamin Friedman, residente del barrio musulmán, describió en un medio religioso cómo presenció actos de vandalismo y violencia durante la edición anterior. Organizaciones como Tag Meir o Guardianes del Hogar Compartido han enviado cartas al Ministerio de Educación y a redes escolares religiosas alertando del deterioro moral y social que representa la marcha en su formato actual.

El Ayuntamiento, por su parte, ha defendido la legalidad de los fondos destinados a la marcha, que en los últimos años han oscilado entre 400.000 y 700.000 shekels (entre 111.000 y 194.000 dólares), y ha reiterado su compromiso con el respeto al tejido social de la ciudad. Sin embargo, para muchos críticos, el apoyo institucional a un evento que en la práctica ha derivado en muestras de supremacismo y agresiones impunes es insostenible.