El 30 de enero de 1933 el Partido Nazi se alza con el poder en Alemania y Adolf Hitler es proclamado, primeramente, Canciller imperial y, al año siguiente, Führer (caudillo supremo) del Tercer Reich (Alemania nazi). La ideología nazi consideraba que el pueblo germano descendía de la “raza aria” y era superior a todas las demás etnias (judíos, negros, romaníes, gitanos) a las que veía como razas inferiores y a sus miembros como simples “subhumanos” que no tenían cabida en la Alemania de Hitler.
De modo que, nada más ascender al poder, los nazis comienzan a ejercer la coacción violenta y la presión económica para “animar” a los judíos a abandonar de forma “voluntaria” el país. Con la invasión de Polonia (el 1 de septiembre de 1939) y el estallido de la Segunda Guerra Mundial, se inicia el exterminio sistemático de los judíos europeos. La enérgica y siniestra maquinaria nazi, que funcionaba con la precisión de un reloj, planificó la limpieza étnica cuidando hasta el más mínimo detalle y sin dejar nada al azar ni a la improvisación. Se construyeron miles de campos de concentración y de exterminio. Los judíos y todas las personas que ellos consideraban de razas inferiores, eran hacinados en los campos de concentración.
Los que no morían por inanición, hambre o enfermedad, eran trasladados en trenes de carga a los campos de exterminio; y aquellos que lograban sobrevivir al viaje, eran introducidos en las cámaras de gas donde eran ejecutados en masa. De los campos de exterminio levantados por los nazis, destacan cuatro: Auschwitz, Belzec y Majdanek (en territorio polaco anexionado por el Reich); y Maly Trostinets (en Bielorrusia). Todos ellos estaban dotados de enormes cámaras de gas y hornos crematorios; salvo Belzec, en el que, al no disponer de crematorios, los cadáveres debían ser enterrados en fosas comunes. En las cámaras de gas de Belzec y Maly Trostinets, los nazis usaban monóxido de carbono; mientras que en las de Auschwitz y Majdanek utilizaban, indistintamente, ZyKlon B o monóxido de carbono. Auschwitz, el campo de exterminio más grande, era una colosal ciudadela de la muerte dividida en tres secciones. Contaba con 45 campos auxiliares más y llegó a tener 5 voluminosas cámaras de gas y 5 crematorios de similares dimensiones, lo que permitía aniquilar a miles de personas al día. Del número estimado de 6 millones de judíos exterminados en el holocausto, más de la tercera parte lo fueron en las cámaras de gas. Se habían concebido para eliminar el mayor número de personas, optimizando tiempo y recursos. De los instrumentos ideados por los nazis para el asesinato a gran escala, eran el más eficiente para aplicar la “solución final a la cuestión judía”, que era el nombre en clave oficial –empleado en el Reich– para referirse al exterminio de todos los judíos que estén a su alcance donde quiera que estén.
Como no podía ser de otra manera, el mundo entero, horrorizado por las atrocidades cometidas por los nazis, se solidarizó con los judíos, y se volcó en su ayuda, tanto durante la guerra, dando soporte a los movimientos de resistencia de los partisanos judíos que operaban –fundamentalmente en la Europa del Este– y se enfrentaban a los nazis con los medios de que disponían; como durante la postguerra, persiguiendo y encausando a los dirigentes, funcionarios y colaboradores del régimen de Hitler, que serían acusados –de crímenes contra la humanidad– y condenados en los célebres procesos de Núremberg. La comunidad internacional, aún traumatizada por lo acaecido a los judíos en el holocausto, alentó su inmigración masiva a Palestina, entonces bajo mandato británico (como había establecido la Sociedad de Naciones después de la Primera Guerra Mundial).
El mundo había resarcido a un pueblo condenando a otro, como si los palestinos tuvieran la culpa del infierno nazi que el destino había deparado a los judíos y a toda Europa
Las oleadas de inmigrantes –organizadas y financiadas por organizaciones sionistas– que llegaban a Palestina procedentes de todas partes, generaron problemas de convivencia y fricciones entre las comunidades judías y árabes. Se desató la violencia entre ambas, e hicieron su aparición grupos armados (Leji, Irgun) prestos a recurrir al terrorismo para imponer sus tesis sionistas a los británicos (que, aparentemente, trataban de regular los flujos migratorios que inundaban Palestina). Desbordado por una situación que lo estaba sobrepasando, el Gobierno británico, a la sazón presidido por Clement Attle, planteó el asunto de Palestina en la ONU, y ésta, en su reunión del 29 de noviembre de 1947, decidió la partición de Palestina en dos Estados, uno árabe y otro judío, permaneciendo Jerusalén bajo la administración de las Naciones Unidas.
La mayoría de los judíos de Palestina aceptaron esta decisión, lo que demuestra, precisamente, que se hallaban en una tierra que no les pertenece, ya que si lo fuera no estarían dispuestos a renunciar a la mitad del territorio. Los árabes, sin embargo, mostraron su rechazo rotundo a la propuesta, que es lo que haría cualquiera si alguien tuviese la pretensión de apoderarse de la mitad de su tierra. El 14 de mayo de 1948, Reino Unido se retiró de Palestina, y los judíos se apropiaron de ella, declarando, en Tel Aviv, la creación de lo que hoy se conoce como el Estado de Israel.
Había comenzado el conflicto generacional más longevo de la historia reciente. El polvorín de Oriente Medio que, cíclicamente, explotaría una y otra vez, en una espiral de violencia sin fin que segaría la vida de muchas personas y dejaría al descubierto la oscuridad de la conciencia de muchas otras. El mundo había resarcido a un pueblo condenando a otro, como si los palestinos tuvieran la culpa del infierno nazi que el destino había deparado a los judíos y a toda Europa.
Pero lo más sorprendente es que, tan pronto como los judíos se asentaron en Palestina y se hicieron fuertes, empezaron a dispensar a los palestinos el mismo trato que ellos mismos habían sufrido en carne propia en el Tercer Reich, replicando punto por punto, el ideario de la ideología nazi: Adoptaron una política basada en la edificación de millares de asentamientos y la expropiación indiscriminada de propiedades y tierras de cultivo; desplazando a los palestinos y privándolos de su medio de subsistencia. Las familias que osaban resistir y quedarse, eran rodeadas por colonos que las sometían a vejaciones, agresiones y allanamientos, día y noche. Si aun así, no deponían su actitud, entonces incendiaban sus casas hasta que no les quedaba más remedio que abandonar sus tierras. Los estaban “animando” a abandonar Palestina de forma “voluntaria”; justo lo que hicieron los nazis con los judíos cuando el Partido Nazi ascendió al poder en Alemania en 1933.
Los palestinos que vivían en las ciudades eran confinados en guetos y todos ellos –niños, mujeres, jóvenes, ancianos– por el mero hecho de ser árabes, eran considerados sospechosos potenciales que merecían malvivir con temor permanente, bajo el asedio y el apartheid. Es el racismo puro y duro que los judíos padecieron en la Alemania nazi. En octubre de 2011, el soldado israelí Gilad Shalit, que había sido capturado por combatientes palestinos el 25 de junio de 2006, fue liberado a cambio de la puesta en libertad de 1000 prisioneros palestinos. Un solo hombre a cambio de 1000 hombres. Se estaba enviando un mensaje claro al mundo: En la Palestina ocupada, los judíos son los nuevos arios y su vida valía lo que valía, por el contario, la vida de los palestinos tiene el mismo valor que tenía la vida de los judíos en la era nazi, o sea ninguno. Los judíos también “heredaron” de los nazis el ansia expansionista. No satisfechos con la ocupación de Palestina, en 1967 anexionaron los Altos del Golán (Siria) y la península del Sinaí (Egipto). De este último territorio se retiraron en 1982, tras un tratado de paz con Egipto. Al comienzo de la actual guerra de Gaza (2023) ocuparon militarmente cinco posiciones en el sur del Líbano y se adentraron más en territorio sirio.
En un acto de egocentrismo, superioridad y manipulación (consentido y apoyado por la intelectualidad occidental), los judíos se arrogaron el término semita y lo monopolizaron de tal manera que, en la mente social y para la mayoría generalizada, ser antisemita pasó a ser sinónimo de antijudío; lo cual es totalmente erróneo. El término semita, en el contexto racial, estrictamente hablando, designa a los pertenecientes a pueblos de Oriente Próximo, incluidos árabes, judíos, acadios y fenicios.
¿Existe el sentimiento antijudío o antiisraelí? Sí, nadie lo niega, igual que existe la islamofobia, el racismo y todas las lacras propias de la imperfección del ser humano
¿Existe el sentimiento antijudío o antiisraelí? Sí, nadie lo niega, igual que existe la islamofobia, el racismo y todas las lacras propias de la imperfección del ser humano. Es preciso hacer esta aclaración porque, en el imaginario de muchos, ser árabe implica –necesariamente– ser antisemita, lo cual es una evidente contradicción; porque los árabes son tan semitas como lo son los judíos. Es más, me atrevería a decir que en el mundo árabe, más que un sentimiento antijudío, predomina un sentimiento “antiocupación”, que es una cosa bien distinta. Es decir, si el ocupante fuera otro país –árabe o europeo, da igual– ese sentimiento “antiocupación” seguiría prevaleciendo; por consiguiente, lo que se persigue con esa ambigüedad subliminal que encierra el vocablo antisemitismo es justamente eso: una manera retorcida de confundir a la gente, encaminada a legitimar la ocupación. Prueba de ello es que, el rechazo a los judíos (mal llamado antisemitismo) surgió en tiempos pretéritos en Europa y se llevó a su extremo más radical con la irrupción de Hitler. Antes de todo eso, las comunidades árabes, judías y musulmanas, cuando compartían espacio, vivían en la armonía admisible que cabe esperar de tres culturas diferentes. ¿Había desavenencias? Sí, como las hay en todas partes. Pero siempre primaba el sentido común y el entendimiento.
Cuando los judíos se tomaron la justicia por su mano y crearon unilateralmente el llamado Estado de Israel, y sometieron a la población palestina al mismo trato cruel y despiadado del que ellos habían sido objeto bajo el régimen nazi, las democracias occidentales, lejos de censurar su proceder o exigirles contención; les brindaron su máximo apoyo y calificaron a Israel como un Estado democrático más.
De la lluvia torrencial de bombas no se libra nadie, ni los periodistas, ni el personal de la ONU, ni las ONGs que tratan, en vano, de ayudar a la población civil
¿Por qué, ante esta situación, el “mundo libre” no actuó con el sentido de justicia y ética o, cuando menos, de moderación que –en teoría– se le supone? Muy sencillo. El sesgo y el soslayo de Occidente para con Palestina no era circunstancial ni fortuito. Se debía a que el Norte Global tenía otros planes para el autoproclamado Estado de Israel: Necesitaba un actor geopolítico leal en Oriente Medio que velara por sus intereses en la región y, sobre todo, un actor decisivo que doblegara a las –sumisas y pusilánimes– tiranías árabes del Golfo para que siguieran garantizando el suministro de energía (petróleo, gas) sin la cual el mundo se pararía. Al mismo tiempo, con el petróleo de las dictaduras árabes se financiarán –de forma indirecta– todos los proyectos bélicos que se ejecuten en los territorios ocupados de Palestina. Ese rol de Estado satélite –al servicio de Occidente– le viene como anillo al dedo a la recién creada entidad sionista. De modo que, para desempeñar bien su función, se aunaron esfuerzos para convertirla en una potencia nuclear y en un enclave puntero en la industria armamentística y, por supuesto, se le concedió patente de corso para hacer o deshacer en la región todo lo que quisiera.
El 7 de octubre de 2023, el Movimiento de Resistencia Palestina (Hamás) lanzó un ataque sorpresa de gran envergadura que abarcó todos los asentamientos aledaños a la Franja de Gaza, que se saldó –según fuentes israelíes–con la muerte de 1200 personas, un tercio de las cuales eran militares; y 253 prisioneros, entre civiles y militares, en manos de Hamás. Benjamín Netanyahu, el sanguinario faraón hebreo de Oriente Próximo empoderado por Occidente; decide vengarse y, con la excusa de destruir la Resistencia palestina y liberar a los prisioneros, inicia una guerra sin cuartel para reducir a cenizas el exiguo territorio (365Km²) de Gaza, que cuenta con una población de 2,26 millones de habitantes (de los cuales el 40% son niños). No se detiene ante nada, arrasa con todo (escuelas, hospitales, barrios residenciales, mezquitas, iglesias, infraestructuras básicas…). De la lluvia torrencial de bombas no se libra nadie, ni los periodistas, ni el personal de la ONU, ni las ONGs que tratan, en vano, de ayudar a la población civil. Se inicia un férreo asedio a Gaza para exterminar de hambre y sed a sus habitantes.
Después de tres semanas de incesantes bombardeos, día y noche, el ejército israelí lanza una gran ofensiva terrestre que incluye tanques, todo tipo de vehículos militares y topadoras blindadas Caterpillar D9. A medida que avanza la pesada artillería hebrea, las monstruosas excavadoras terminan de derribar los edificios y casas bombardeadas. No dejan piedra sobre piedra. Entre los escombros y lo que queda de las calles de Gaza, ahora convertidas en vericuetos sombríos e inseguros, se entra en una fase de guerra de guerrillas que dificulta aún más la caza de los milicianos de HAMAS y les da cierta ventaja, al moverse con más agilidad y autonomía. Las columnas israelíes, viendo que van perdiendo soldados e importantes pieza de artillería en su lento avance, y sabiendo que un ejército regular –por muy bien armado que sea– le es imposible enfrentarse a guerrilleros invisible que aparecen de la nada, atacan y tal como surgieron desaparecen; efectúa un repliegue táctico y retoma la estrategia inicial de los mortíferos bombardeos permanentes, que ya no se detendrán (excepto para dar paso a una frágil tregua de dos meses –del 19 de enero al 18 de marzo– en la que hubo intercambio de prisioneros) sino que aumentarán en intensidad y letalidad.
Los judíos emularon a los nazis en todo y solo les quedaba una cosa que aún no se atrevían a hacer abiertamente: Aplicar la “solución final a la cuestión palestina” (exterminar el pueblo palestino igual que hizo Hitler con la población judía europea).
Ahora, Gaza es Auschwitz y a todos sus habitantes solo les espera la muerte. Si alguno se libra de las bombas, morirá de inanición, hambre o enfermedad
Hoy, en 2025, Netanyahu, usando como pretexto los ataques del 7 de octubre de 2023, no ha dudado en hacer suya la “solución final” de Hitler perpetrando el genocidio del pueblo palestino. Los bombardeos salvajes y constantes, han convertido Gaza, literalmente, en un Auschwitz apocalíptico peor, si cabe, que el Auschwitz nazi. Un lugar infernal y desolado en el que, se mire donde se mire, solo se ven escombros, heridos y cadáveres. El ruido atronador de las bombas y el sonido aterrador de los aviones militares se mezcla con los gritos de horror de las mujeres y los llantos de los niños que lloran por el hambre y el miedo. Los niños, las mujeres y los hombres, muchos de éstos con bebés en los brazos; despavoridos y con los rostros desencajados por el pánico y el dolor, corren de un lugar a otro en busca de un bocado y de refugio. En Gaza ya no queda nada, ni un lugar seguro y mucho menos un lugar donde haya comida. Mientras tanto, los centenares de camiones (de la ONU y de las ONGs) cargados con ayuda humanitaria (alimentos básicos y medicamentos) no pueden acceder a Gaza. El ejército israelí tiene la orden terminante de impedir la entrada al enclave de cualquier tipo de ayuda.
Ahora, Gaza es Auschwitz y a todos sus habitantes solo les espera la muerte. Si alguno se libra de las bombas, morirá de inanición, hambre o enfermedad. Desde octubre de 2023 hasta la fecha, el ejército israelí ha asesinado alrededor de 55000 palestinos (la mayoría niños de corta edad, adolescentes y mujeres). A pesar de que estamos en el siglo XXI y en la era de internet, y el mundo entero es testigo, en vivo y en directo, del genocidio del pueblo palestino; los gobiernos no reaccionaron con la misma empatía y humanidad de la que hicieron gala –sobradamente– cuando la barbarie nazi contra los judíos. Los pueblos y las sociedades del mundo, en cambio, sí condenaron claramente el genocidio del pueblo palestino y su cercanía y apoyo se pudo sentir. Pero los pueblos no tienen poder de decisión. La toma de decisiones es competencia exclusiva de los gobernantes. Y el posicionamiento de éstos, en lo que respecta a Palestina, fue decepcionante, inhumano y deshonroso. Estaban en condiciones de parar el genocidio y no lo hicieron. ¿A qué obedece este desfase moral entre pueblos y gobiernos? Aunque es una pregunta que deben hacerse los gobernantes y es su propia conciencia la que les responderá y juzgará; podemos inferir que la respuesta, probablemente, está relacionada con el razonamiento reflejado anteriormente (el imperativo del Norte Global de tener un actor leal y decisivo en Oriente Medio). Así mismo, no podemos dejar de señalar que, si el posicionamiento de los mandatarios, en general, es frustrante; la postura de Pedro Sánchez, en particular, es deplorable, mezquina y miserable. Teóricamente, en los foros internacionales y ante los medios, sobresale como un defensor valiente de la causa palestina, pero sus actos dicen todo lo contrario. Habla de humanidad, de derechos humanos y de coherencia, cuando es el firme valedor de Mohamed VI, otro sátrapa igual de genocida que Netanyahu, que masacra, tortura y encarcela a la población de los territorios ocupados del Sahara Occidental, por el mero hecho de ser saharauis y; a su vez, es el garante de los intereses del sionismo en la región del Magreb. Mohamed VI ha colaborado en el genocidio del pueblo palestino prestando apoyo militar y logístico –a través de los puertos marroquíes– al ejército hebreo.
Si el posicionamiento de los mandatarios, en general, es frustrante; la postura de Pedro Sánchez, en particular, es deplorable, mezquina y miserable
Por último, para finalizar, hemos de decir que, cuando Netanyahu declaró que el bombardeo de Gaza solo cesará con la destrucción de Hamás y el retorno de los prisioneros, era consciente –a menos que lo cegara el furor– de que tal afirmación era una incongruencia absoluta. Primero, porque la destrucción de Hamás es misión imposible, por la simple razón de que es una Resistencia sólida, idéntica a la Resistencia de los partisanos judíos de la Europa del Este que el régimen de Hitler, con todo su poderío, no consiguió aniquilar; ya que, tanto la fortaleza de una como el vigor de la otra, emana de unos principios irrenunciables que defienden con la vida. Y, segundo ¿Cómo espera que los prisioneros vuelvan a casa si los ha sepultado, a base de bombas, junto con sus captores y todos los habitantes de Gaza? Tal vez, cuando Netanyahu se dio cuenta de lo irracional de su criterio, su inmenso ego y su prepotencia le impidieron recapacitar y prefirió devenir en criminal de guerra y genocida antes que retractarse. Si ha logrado tomar esta decisión, una de dos, o las potencias que le sustentan se lo han permitido y son igual de culpables que él; o esas potencias están en “deuda” con él y puede permitirse el lujo de “estar fuera de control” sin renunciar a su apoyo.
Abderrahman Buhaia es intérprete y educador saharaui
Te puede interesar
Lo más visto
Comentarios
Normas ›Para comentar necesitas registrarte a El Independiente. El registro es gratuito y te permitirá comentar en los artículos de El Independiente y recibir por email el boletin diario con las noticias más detacadas.
Regístrate para comentar Ya me he registrado