Fue campeona de España de lanzamiento de disco y peso, campeona de Castilla en diversas disciplinas atléticas, plusmarquista mundial universitaria y pionera olímpica en esquí. Margot Moles era una deportista todoterreno, con una prometedora carrera deportiva por delante en la España de los años 30. El golpe de Estado, la Guerra Civil y la posterior dictadura franquista truncaron una pasión y durante décadas borraron su nombre. Víctima de un doloroso exilio interior, reducida a realizar bordados y acoger a estudiantes americanos para subsistir, la formidable biografía de Moles ha comenzado a reconciliarse con la luz pública. Pero la restitución de su memoria está aún lejos de una reparación a la altura de su palmarés.
A Moles la silenciaron. La enterraron en vida. Le hicieron pagar con el olvido no solo ser mujer y deportista, sino también republicana. Y, sin embargo, se convirtió en un símbolo. Un icono al que se aplicó una despiadada “damnatio memoriae”. Durante décadas su nombre fue borrado de los libros, su rostro de las crónicas y su gesta de las aulas. “Moles debería ser estudiada en los libros de la historia del deporte español, pero aún no se la considera. Falta un gran reconocimiento institucional”, sostiene en conversación con El Independiente Ignacio Ramos Altamira, el periodista e investigador que redescubrió su figura.
Su libro Margot Moles, la gran atleta republicana es el primer ejercicio serio de reivindicación de su memoria, pero -como si de una maldición se tratase- sobre su colosal investigación vuelve a ceñirse una vez más la amenaza del olvido. La editorial en la que fue publicada y que funcionaba a partir del micromecenazgo, Libros.com, quebró hace dos meses dejando en el limbo la obra. “Solo se pueden conseguir en aquellas librerías que todavía tengan algún ejemplar. Vuelvo a tener los derechos de publicación de la biografía de Margot Moles y estoy abierto a hacer una nueva edición si alguna editorial le interesara”, señala a este diario.
Una infancia libre en Terrassa
Moles, la deportista total cuyas hazañas corren el riesgo de perderse en la historia ignorada del siglo XX, nació en Terrassa en 1910, en el seno de una familia progresista. Sus padres, maestros laicos formados en la pedagogía de la Institución Libre de Enseñanza, defendían el deporte como parte esencial de la educación. Junto a su hermana Lucinda, Margot creció al aire libre, entre caminatas, juegos de pelota, baños en el mar y primeros descensos en la montaña. "Yo creo que le tenían acostumbrada desde pequeña a andar, a nadar, a practicar todo tipo de deportes", relata Ramos Altamira. "Ese amor por el deporte, por el ejercicio físico y el contacto con la naturaleza, le acompañó toda su vida".
Moles no surgió de la nada. Formó parte de una vanguardia educativa y social, la que floreció durante la II República y quedó interrumpida por la larga dictadura. "Fue en abril del 29 cuando, con las señoritas Lucinda y Margot Moles, (modelo de jóvenes modernas, estudiosas, dinámicas y siempre de exquisita feminidad), empecé a provocar una actividad femenina en atletismo. Se nos unieron algunas de nuestras alumnas del Instituto-Escuela, único centro nacional en el que la educación física femenina se practica en grado que no dudo en calificar como superior", escribió Manuel Robles, su profesor en el Instituto-Escuela, el centro más avanzado de su tiempo.
Miembros del equipo de Castilla durante el campeonato de España de Atletismo Femenino 1931, en Barcelona junto a Manuel Robles
En las aulas de aquella institución nació su carrera atlética. "Robles tenía un club de atletismo, y al ver las cualidades físicas de Margot, la invitó a unirse a los entrenamientos", narra Ramos Altamira. "Le enseñó todas las prácticas de lanzamiento, de salto, de carreras...".
En pocos años se convirtió en un referente. "Margot mostró la extraordinaria potencia física que le hará famosa en toda Europa", rezaban las crónicas de la época. En 1931 y 1932 se proclamó campeona de España de lanzamiento de disco, y en 1932 también de peso. En los Juegos Universitarios de París de 1931 logró una marca de 32 metros en disco, situándose entre la élite del Viejo continente.
"Fue una sportwoman en toda regla", sostiene en declaraciones a este diario el historiador Luis Sánchez López, coordinador del Centre d'Estudis Olímpics Joan Antoni Samaranch. "En una época de vertebración del deporte y de una tradición de práctica masculina por encima de cualquier idea igualitaria de género, Moles puso en el mapa la práctica deportiva femenina, destacando en diferentes deportes como el atletismo, el esquí o el hockey”.
A su juicio, su lucha en las pistas “debe contextualizarse con el movimiento internacional de Alice Milliat de la década de los 20 -fundó la Federación Deportiva Femenina Internacional (FSFI) y los Juegos Mundiales Femeninos- y su lucha por la inclusión de las mujeres en las competiciones internacionales, sobre todo, en los Juegos Olímpicos. Las mujeres solo competían en algunas disciplinas”. “Si tomamos como punto de partida los Juegos Olímpicos como evento deportivo más importante y centenario, debemos considerar a Rosa Torras y Lilí Álvarez como las pioneras, siendo las primeras deportistas españolas participantes en unos Juegos Olímpicos, en concreto, París 2024. En el caso de Margot, la podemos considerar como pionera en el aspecto social y de género del deporte en España”, recalca Sánchez López.
Su versatilidad era asombrosa. "Fue pionera del esquí femenino en España, cuando apenas había mujeres esquiadoras", destaca Ramos Altamira. En 1936, junto a Ernestina Maenza, participó en los Juegos de Invierno de Garmisch-Partenkirchen, en el corazón de la Alemania nazi. Fueron las primeras mujeres españolas en unos Juegos de Invierno. "Tenía marcas muy buenas también en disco para participar en Berlín 36", añade su biógrafo. "Y con la selección de hockey ya se habían clasificado para los Juegos. Pero llegó la guerra, y lo truncó todo".
Solamente por el hecho de ponernos pantalones para esquiar, y creo que fui la primera que utilizó esta prenda en nuestra sierra, era yo objeto de críticas; me decían que era un 'chicazo', pero a mí me parecía ridículo ir con faldas y vendas en las piernas, que era lo que se estilaba entonces. Luego el tiempo me ha dado la razón
Margot Moles, en una entrevista con la revista Peñalara en 1987, poco antes de morir
La guerra y el exilio interior
La asonada franquista no solo acabó con la democracia: destruyó las esperanzas de toda una generación de mujeres. Margot vio cómo fusilaban a su marido, y cómo ella misma era apartada de la docencia, de las pistas, de la vida pública. "La condenaron al olvido", resume tajante Ramos Altamira.
Aun así, en plena guerra civil, participó en la Olimpiada Obrera de Amberes, en 1937. Fue la abanderada de la delegación republicana. "Fue su último gran acto de rebeldía", dice Ramos. "Una declaración política, pero también humana".
Con el triunfo de la dictadura llegó la desaparición, su muerte pública. "El franquismo decía que el atletismo masculinizaba a la mujer y perjudicaba su fertilidad", explica Ramos Altamira. "El atletismo femenino se prohibió hasta los años 60".
A Margot no se le permitió volver a dar clases. El Instituto-Escuela fue convertido en centro religioso. "Se quedó en su casa, bordando, acogiendo estudiantes americanas", cuenta el autor de su biografía. "Iba a nadar de vez en cuando; alguna vez subía a esquiar; pero ya nunca más como atleta. Fue un exilio interior".
“La inhabilitación profesional y los escasos ingresos económicos obligaron a Margot a vender ropa bordada por ella misma para pagar sus gastos y mantener a su hija Luly, al margen de las ayudas que recibía de su hermana Lucinda desde los Estados Unidos. Gracias a las gestiones de César García Agosti, pudo instalarse en un piso de la calle María de Molina número 6 (actual 16), pero desde entonces llevó una vida discreta, alejada de la vida social y deportiva. Aun así mantuvo contacto con antiguos compañeros y compañeras como Aurora Villa, Minuca Gutiérrez Corcuera, Luis Agosti, Mary Bartolozzi, Manuel Terán, Carlos Gancedo o Enrique Ugarte, que fue padrino de su hija. Con la organización deportiva local y nacional controlada por la sección femenina de Falange y el atletismo prohibido para las mujeres, Margot se conformó con practicar algo de ejercicio de forma privada en las instalaciones deportivas del Canal de Isabel II en el barrio de Chamberí”, escribe Ramos Altamira. “La Guerra Civil española paralizó de manera abrupta su espectacular trayectoria deportiva, y el nuevo régimen impidió que la admirable atleta catalana siguiera dando alegrías a España algunos años más, pues cuando terminó el conflicto armado Margot tenía sólo veintiocho años”.
Ni siquiera la familia sabía lo grande deportista que había sido su abuela. Sabían que le gustaba el deporte, pero no conocían sus méritos
Xavier Pujadas Martí, doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Barcelona especializado en la historia del deporte, la define como "una figura que trasciende lo deportivo”. “Fue una luchadora por la democracia y la igualdad en una época que no perdonaba ni lo uno ni lo otro", murmura. “Si bien es cierto que habitualmente se la vincula únicamente a su excelencia deportiva y muy a menudo a su participación como esquiadora en los Juegos de Invierno de 1936, en la Alemania del Tercer Reich, no puede olvidarse que Moles también ejerció como docente de deportes en el Instituto-Escuela de Madrid, junto a su hermana Lucinda, y su compromiso con las corrientes progresistas de la época y con el republicanismo antifascista”.
“Moles figuraba en el equipo de atletismo que debía representar a la República Española en la Olimpiada Popular de Barcelona de 1936, que no se pudo celebrar a causa del alzamiento franquista de julio, y participó en los Juegos Populares de Amberes de 1937, en el equipo que representaba a la Federación Cultural Deportiva Obrera y al Comitè català Pro Esport Popular, en plena guerra civil”, glosa Pujadas Martí.
Un legado roto incluso en casa
La atleta a la que le cortaron las alas tuvo una hija, pero su descendencia se estableció en Estados Unidos. "Conocí a su nieta, que también se llamaba Margot, que vive en Estados Unidos", recuerda Ramos. "Ni siquiera la familia sabía lo grande deportista que había sido su abuela. Sabían que le gustaba el deporte, pero no conocían sus méritos. Fue un olvido tan profundo que alcanzó incluso a los suyos", lamenta con amargura. Su hija murió joven de cáncer. Lucinda, su hermana y compañera de batallas, no tuvo hijos. No quedó nadie en España que alzara la voz por ella. “Como otros muchos, sufrió el trauma de la represión franquista. No quería ni hablar de esa época, como que lo borró de su memoria”, desliza el periodista que indagó en su carrera.
"En muchos libros de historia deportiva ni siquiera aparece", denuncia Ramos Altamira. "Durante décadas el deporte femenino de los 30 fue tratado como si no hubiera existido. Y sin embargo, ahí estaban ellas: Aurora Villa, Ernestina Maenza, Lucinda Moles y, por supuesto, Margot". "Fue pionera no solo en competir, sino en reivindicar. Reivindicaba que el deporte era fundamental para el desarrollo de la mujer, que les daba libertad, que les permitía controlar su cuerpo", explica. "Era feminismo en movimiento".
Margot, capitana del equipo de hockey del Atlético de Madrid
Fue una mujer que, solo por practicar deporte en los años 30, ya desafiaba el orden establecido. Su cuerpo en acción era una afirmación de libertad
El rescate pendiente
Su restitución pública comenzó con un polideportivo con su nombre en Vicalvaro. Una pista de atletismo en Ciudad Universitaria la recuerda. Pero su historia no se enseña en los colegios. "Todavía falta un reconocimiento institucional", insiste Ramos. "Debería haber reportajes en televisión, placas, una presencia real en la memoria colectiva". "Fue una mujer que, solo por practicar deporte en los años 30, ya desafiaba el orden establecido. Su cuerpo en acción era una afirmación de libertad", agrega Sánchez López.
Margot Moles corrió contra cronómetros. Contra prejuicios. Contra un sistema que la quería invisible. Corrió también contra el tiempo: el de la memoria, el del olvido, el de la historia escrita por hombres para hombres. “Hasta Roma 1960 no hubo participación femenina española en unos Juegos Olímpicos, lográndose la primera medalla en Barcelona’92 , el oro de Miriam Blasco. Esto demuestra la poca implicación del régimen franquista en el deporte estructural y mucho menos, la nula atención en el deporte femenino. Es lógico que con la apuesta en Barcelona’92 llegaran los logros que hoy día tenemos, donde las mujeres consiguen más medallas que los deportistas españoles”, esboza Sánchez López.
Moles estaba llamada a brillar durante las décadas siguientes. “Hubiera participado en los Juegos Olímpicos de Berlín. Tenía marcas muy buenas en lanzamiento de disco y se había clasificado con la selección española de hockey. Hubiese sido una atleta ya no de nivel nacional, sino internacional”, arguye Ramos Altamira. La gesta de Moles no fue solo romper marcas. Fue demostrar que otra España era posible. Que la mujer era fuerte, libre y protagonista. Abrir un camino y pagar el precio de hacerlo. Una losa que el nombre de Margot Moles, fallecida en 1987, sigue llevando a golpe de desmemoria. Ya es hora de recordarla como se merece.
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