Gobierno en minoría, en solitario y con apoyos externos a través de un pacto programático para la legislatura. Esta es la fórmula por la que hace tan solo una semana apostó el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, vetando la entrada de Vox en un futuro ejecutivo de coalición. Siempre y cuando el objetivo —muy complicado— de sobrepasar la barrera de los diez millones de votos con los que creen que pueden alcanzar la mayoría absoluta quede frustrado y se requiera de negociaciones parlamentarias. Solo el griego Kyriákos Mitsotákis cuenta con esa independencia.

Conformar un gabinete en solitario sería su línea roja si consigue sumar, independientemente del peso de Vox, a quien plantean un dilema: dejar gobernar a los populares acordando medidas, o repetir elecciones y dar oxígeno a Sánchez. Opta Feijóo sin mencionarlo el PP, no obstante, por un modelo que solo ha tenido éxito en Suecia. Uno de los 27 miembros de la UE y de la veintena de gobiernos de centroderecha o derecha.

Primero, porque cree que los dos ejecutivos de coalición de la izquierda, los primeros de la democracia —entre 2020 y la actualidad— han servido para evidenciar más problemas que ventajas en la convivencia dentro del Consejo de Ministros, especialmente cuando hay diferencias notables en algunos puntos ideológicos. La agenda internacional, como el rearme europeo o la pertenencia de la OTAN, han sido motivo de enfrentamientos entre el PSOE y Sumar. La inmigración o la agenda europea puede serlo para el PP de dar entrada a Vox.

Segundo, porque a Feijóo esa coalición con Vox le cerraría la puerta de posibles pactos puntuales con el PNV y de Junts o con otras formaciones si, de requerirlo, se necesitase una alternativa amplia para sacar adelante medidas que rechazan los de Abascal. El deseo de ilegalización de estos partidos supone un veto por parte de jeltzales y neoconvergentes. Asimismo, Vox se niega a que haya acuerdos con el independentismo, consagrando esa incompatibilidad. En todo caso, Vox reprocha a Feijóo sacar este asunto sin elecciones generales a la vista. Creen que vuelve a "vender la piel del oso antes de cazarla y a repartirse ministerios".

Según el PP, Vox nunca ha pedido ministerios o entrar en un futuro gobierno de coalición cuando se han dado conversaciones de equipo o entre líderes

Pero el paso dado por el PP tiene una doble finalidad añadida, que se explica en un tercer punto: permite a Génova estar preparada ante un posible adelanto electoral y dejar claro a los votantes que dudan por miedo a un pacto con Vox en qué condiciones se gobernaría —especialmente a los más moderados—. Para fomentar con ello ese 'voto útil' por el que apela Feijóo y desacredita Vox, que le reprocha falta de contundencia con sus ideas y connivencia con el PSOE. Pero, sobre todo, el PP se permite desactivar el relato del Gobierno y sus socios de alerta a la ultraderecha y de la disposición de Feijóo de llevarles de la mano a Moncloa. Insisten los populares que cualquier posible acuerdo con Vox u otros socios se enmarcará dentro de la Constitución.

Aunque Vox evita ese marco electoralista y Abascal deja con un "ya veremos" la posibilidad abierta, el partido ultraconservador aspira a entrar en el Gobierno. El propio vicepresidente de Vox, Ignacio Garriga, destacó este jueves —en alusión a los pactos de presupuestos regionales— desde Valencia que cuando condicionan al PP, consiguen que se hagan reformas. Es una clara alusión medida para el debate puesto por Feijóo sobre la mesa. Esa misma premisa, se puede aplicar para un ejecutivo nacional.

Por el momento, según aseguran fuentes del PP conocedoras del asunto, más allá de la investidura fallida de Feijóo en 2023, donde Vox no pidió nada al saber que no prosperaría por la falta de apoyos, "Abascal no ha pedido ni entrar en un gobierno ni tener ministros de Vox" en las sucesivas conversaciones mantenidas hasta ahora. Ni personales ni entre equipos. Eso va en línea del relato de Vox, de que no es el momento de hablar de ello.

El líder de Vox, Santiago Abascal, y el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, en sus escaños en el hemiciclo del Congreso

Suecia: sin cordón sanitario, sin coalición

En el PP si verbalizan el modelo portugués. Principalmente por la proximidad geográfica y una realidad política y sociocultural similar. La diferencia con España es que la coalición de centroderecha que encabeza el primer ministro Luis Montenegro se abre a apoyarse legislativamente en el Partido Socialdemócrata y rechazar una alianza con los ultras de Chega, pese a que tampoco se cierran la puerta a pactos puntuales. La diferencia con ese modelo, con notables similitudes al sueco, es que en España ahora mismo no hay capacidad de negociaciones entre PP y PSOE. Los populares así lo recalcan: "Es imposible con este PSOE". De Pedro Sánchez y bajo la lupa por posible corrupción.

Ese distanciamiento es patente en Suecia. Los socialdemócratas han gobernado más históricamente con una apuesta por el Estado de bienestar, mientras que el Partido Moderado, el homólogo más directo del PP, con un perfil entre conservador y liberal. Pese a la victoria de los primeros en 2022, Los Moderados, con visos de poder constituir una mayoría alternativa, consideraron que era el momento de un cambio. Cabe destacar que la situación del centroderecha es más fragmentado a diferencia de España. Los Moderados tienen 68 de 349 escaños, cinco menos que los nacionalpopulistas de Demócratas de Suecia (SD) y lejos de los 107 socialdemócratas.

El candidato conservador y ahora primer ministro, Ulf Kristersson, se postuló a la investidura logrando los 19 escaños de los democristianos del KD y de los 16 de los Liberales. La izquierda sumaba más votos que el bloque de centroderecha, por lo que SD fue crucial para la investidura que insistió con querer entrar. No querían cometer errores de otros homólogos nórdicos como el Partido Popular Danés, que tras ganar los comicios de 2015 y rechazar entrar en el Gobierno ahora rozan el 2% del voto.

La realidad de Suecia es que hasta la fecha venía aplicándose un cordón sanitario a SD por sus raíces neonazis, de supremacismo blanco en los noventa pero con una deriva populista en las últimas dos décadas, para hacerse más transversal y votable. Por ello, la derecha presionó para proceder con un acuerdo externo, para lo que fue determinante aplicar contundentes medidas en inmigración dentro de una agenda común de mano dura contra el crimen, de bajada de impuestos o de impulso de la energía nuclear. Puede ser un espejo para el PP en España. "Nos hubiese gustado entrar", lamentó el líder de SD, Jimmie Akesson en octubre de 2022.

El PP, lejos de ese cordón

En España, pese a la disposición de la izquierda, ese cordón sanitario que sí ha prosperado en otros países no se aplicó por parte de la derecha. Andalucía, con un acuerdo de Gobierno externo con Vox para que PP y Ciudadanos gobernaran en solitario abrió la puerta a una dinámica que, con altibajos, ha llevado a acuerdos municipales primero, y luego autonómicos con coaliciones y consejeros de Vox en los mismos.

Con su posicionamiento, Feijóo en todo caso sí que evita mostrar una dinámica abierta de colaboración. En ello influye también las tensiones que han tenido ambas formaciones nacionales a diferencia de sus territorios, donde todo ha fluido más. Las condiciones siguen siendo no exceder la legalidad. Esta misma semana, el posicionamiento de Vox favorable a las deportaciones masivas de inmigrantes —después se ha rebajado a los ilegales y quienes delincan, aunque se hace referencia al término remigración, que alude a esas expulsiones sin distinción— ha hecho al PP reaccionar y oponerse tajantemente al señalar que "van contra la legalidad".

Vox deja la puerta abierta

Sectores de Vox dejan la puerta abierta al ser preguntados por el posicionamiento de Feijóo. Si bien creen que con una distribución de diputados como la actual podría contemplarse esa posibilidad de no entrar, opinan que de elevarse la de Vox por encima de los 50 escaños y apenas moverse el PP de los 137-140 sería lógico entrar. Más cuando eso ha ocurrido con un PSOE en 121 inicialmente y con Sumar en 33 también en un primer momento. El reciente barómetro del CIS, cabe destacar, da a Vox la mayor atribución en el histórico: un 18,9% del voto.

La tendencia en Europa, en todo caso, no es la sueca. Cuando depende de los populares, o bien se opta por la gran coalición para evitar el acceso de los ultras a las instituciones —solo hay tres casos directos: Alemania, Dinamarca y Rumanía, aunque se podría incluir a Estonia con la variante de los liberales de forma minoritaria—, o bien por las coaliciones. En el segundo de los casos, destacan las alianzas periódicas que se han dado en Austria siempre y cuando no ha habido alternativa con los verdes, como ahora. El año pasado, se dio entrada al PPV de Geert Wilders en Países Bajos, que ahora ha abandonado el ejecutivo. Y en Finlandia cuentan con siete ministerios.

Otro ejemplo, aunque con peculiaridades es República Checa, que este año se enfrenta a legislativas y ANO 2011 —socio de Vox— puede ganar de calle. Los tres partidos minoritarios que pertenecen al Partido Popular Europeo están en coalición con el ODS, mayoritario y de cierto euroescepticismo, aunque suave. Aquí se podría mencionar a Italia, con Giorgia Meloni como mayoritaria, apoyada en coalición por Matteo Salvini y los populares de Forza Italia.

El saldo que dejan esas alianzas en los países mencionados, en todo caso, es un crecimiento progresivo de las fuerzas ultra en detrimento de los partidos clásicos. En Austria el FPÖ es primera fuerza. Wilders lo es en Países Bajos, en Suecia el SD sigue por encima de Los Moderados sutilmente. Meloni empezó con pactos iniciales con Berlusconi hasta dar la vuelta al tablero. Hay una excepción: desde la entrada en el Gobierno finlandés, los ultras han caído en picado aunque siguen como cuarta fuerza. Hay una variante: que sin alianzas los nuevos partidos hayan superado a esos clásicos. Le Pen en Francia es el mejor ejemplo. Orbán en Hungría, otro, aunque la transición de Fidesz del liberalismo al populismo de derecha radical es una particularidad.