Sentirse a gusto con el reflejo que nos devuelve el espejo es una sensación generalizada. Cuando trasladamos esa imagen a una fotografía, la percepción, en muchas ocasiones, se torna negativa. Sin embargo esta diferencia entre cómo nos vemos delante del espejo y cómo nos vemos en una fotografía no es una cuestión de vanidad o de autoengaño: hay motivos con base científica que explican la razón por la que nuestra percepción visual se transforma de un medio a otro.

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El espejo y la autoimagen

El espejo expone una imagen reflejada, la invertida, la que hemos llegado a convertir en la normalidad porque nos observamos así. El ver habitualmente esta imagen provoca lo que se llama una familiaridad visual que es totalmente reconocible por el cerebro como la correcta, por tal razón cuando nos vemos en el espejo, nos sentimos reconocidos y cómodos con ello. En el caso de una fotografía aparece nuestro rostro visto desde la visión de los demás, de cómo nos ven, sin inversión de la imagen. La diferencia puede resultar extraña o incómoda y no gustar, ya que no es la imagen que estamos acostumbrados a ver de uno mismo.

La inversión genera un efecto psicológico de rechazo

El cambio en la dirección del reflejo altera los pequeños detalles faciales a los que el ojo se ha acostumbrado.. El rostro no coincide con la versión de uno mismo que nuestro cerebro tiene asumido, por lo que se muestra extraño en un principio o menos bonito; la obviedad de esta no correspondencia entre lo conocido y lo real hace que la imagen fotográfica sea una imagen que no nos gusta a pesar de que no haya diferencia entre los rasgos.

Cómo el espejo y la cámara modifican la percepción

La lente de la cámara distorsiona la proporción facial

La cámara no devuelve la imagen con la que nos vemos a nosotros mismos con nuestros ojos en el espejo. El tipo de lente, el ángulo y la distancia respecto al rostro determinan también la proporción de las facciones, de modo que un rostro puede verse más ancho o alargado según el tipo de lente, el ángulo o la distancia, y así el resultado de la fotografía se diferenciará de lo que vemos en el espejo.

La luz del espejo mejora el rasgo

Otro elemento central es la luz. En los espejos, sobre todo en los de los baños o en los de los probadores de ropa, la luz suele ser frontal y suave; al final logra disimular las imperfecciones e intensificar la simetría de las formas. Por el contrario en las fotografías suele haber una luz desfavorable o las sombras producen una sensación de dureza en los rasgos, y esta variación afecta la percepción estética.

La expresión corporal y facial también influye

Cuando nos ponemos delante del espejo, lo realizamos algunos movimiento con gestos y microexpresiones que reflejan emociones o naturalidad. Eso provoca que la imagen que proyectamos inconscientemente, reste algo de importancia a su aspecto visual, haciendo que sea cercana a cómo la sentimos en el interior. Sin embargo las fotos no dejan de ser imágenes fijas, y se pueden reproducir expresiones rígidas, tensas o poco reales.

La postura y la preparación

En un espejo, una persona suele tomar una postura que le resulta más atractiva de forma inconsciente. Mientras que en las fotos es probable que no se controle el gesto, el ángulo o la postura y eso puede provocar que lo que vemos no nos agrade. Este contraste contribuye a que el reflejo resulte más satisfactorio que la imagen capturada por la cámara

Por tanto, es normal que la mayoría de personas prefieran la imagen que se ve a través del espejo y no en las fotos, obedece a diversas razones psicológicas, ópticas y técnicas. Estamos acostumbrados a mirarnos al espejo, y la distorsión provocada por las lentes, la luz y el mecanismo para ver una imagen son el motivo que permiten explicar cómo percibimos el mundo desde los diferentes puntos de vista.

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