A Sánchez le han tirado otra ley, o se la han tirado a Yolanda Díaz, que todavía se empeña en hacer leyes como la que todavía se empeña en hacer caligrafía. Sánchez no funciona con leyes sino con fontanería y transfusiones, pero Yolanda tenía esperanzas en esta ley simbólica y novecentista sobre reducción de la jornada laboral, que son de estas cosas simbólicas y novecentistas que todavía les permiten hablar del Gobierno de progreso, no sólo de putiferio sanchista. Puigdemont, finalmente, ha dicho que no con su pulgar blando de emperador con peinado de orinal (ese famoso pulgar por lo visto es apócrifo, más de Hollywood que de Roma, pero nos retrata la tiranía casi mejor que Cicerón). Puigdemont ha dicho que no por costumbre, o por presionar un poco más la yugular calcificada de Sánchez, o simplemente porque la ley simbólica y novecentista no le aporta nada ni a su majestad ni a su peculio ni a su republiqueta, menos aún a la derecha catalana, poco obrerista como saben. Yolanda es la única que queda escribiendo igual que bordando, mientras Sánchez y Puigdemont están entre matarse y darse la vida con sus besos, como una escena de vampiros.
El Gobierno de progreso se va quedando sin excusas para llamarse Gobierno y para decirse de progreso, pronto sólo quedarán el guantelete y el gotero de Sánchez, que la verdad es que parecen la heráldica del poder puro, como una garra sobre un corazón o una granada. Pronto, ya digo, Sánchez no necesitará ninguna excusa, se limitará a ir apretando el guantelete y el gotero para mantenerse con vida, pero Yolanda no es igual. No es que Sánchez no aprecie ya la ficción, eso de ser el Príncipe de la Paz, el Caballero de la Socialdemocracia o el sugar daddy de Greta Thunberg. Lo que ocurre es que la ficción ya no le funciona a Sánchez, sólo el hierro en la mano y el hierro en las venas. La podredumbre del sanchismo parece que se manifiesta ahora en su cara, que se derrumba hacia dentro como un nicho, pero en realidad hace mucho que se manifiesta en la imposibilidad de mantener sus ficciones. Sus actos han ido invalidando todos sus discursos y todas sus coartadas, y a Sánchez ya no lo creen ni los suyos, que lo tienen sólo como medio de vida o como mal menor. Yolanda no es que esté mucho más viva que Sánchez, pero su vida de tules y resoles aún depende de la ideología.
Sánchez puede disociar sin problema ideología y poder, mientras que Yolanda no puede desprenderse ni de su ideología ni de Sánchez
Han tumbado la ley de Yolanda, no la de Sánchez, porque Sánchez ya no se expresa con leyes sino con relámpagos y relinchos. Yolanda todavía bordaba la bandera de su ideología con esta ley ideológica, o bordaba su propia vida como el ajuar, que si no es ministra de mucho al menos podía ser abanderada o musa de algo, como en esas cosas de Delacroix o de Eurovisión (sin duda ella sólo puede hacer ideología con banderolas, que con ideas y sintaxis es imposible). Pero Puigdemont ha dicho que no, no a ella en realidad, que sólo es como un ave leve y breve que se le ha posado en el nido de la cabeza con una ramita, sino que le ha dicho que no a Sánchez. Sánchez se juega la vida, como Puigdemont, y en este duelo o abrazo de la vida y de la muerte ya han desaparecido todas las ideologías. Por eso los que siguen mirando lo que pasa con ojo ideológico, como un ojo camaleónico, son sólo fauna rara o extraterrestre. Yolanda está un poco ahí, mirando desde el alféizar de su ministerio o desde el nenúfar de su partido / pompa de jabón un juego o una lucha en la que ella no pinta nada.
Yolanda sigue siendo la avecilla lírica que buscó la izquierda cuando necesitaba una avecilla incluso más de lo que necesitaba lirismo (Podemos se había convertido en una cosa violentamente agresiva, fea y pesada, entre arpía y gárgola). Yolanda era la izquierda de algodón de azúcar, que a pesar de su aparente ligereza seguía siendo todo ideología como todo azúcar. Yolanda era mermelada de izquierda mientras que Podemos era como brea de izquierda, pero en cualquier caso era ideología reconcentrada y sin la ideología, como sin moños, Yolanda se volatizaría. Esta ideología tan pura necesitaba, por eso mismo, cierta materialidad de poder, cosa que aportó Sánchez. Yo sigo diciendo que Yolanda es la más pura de las sanchistas porque siempre creyó a Sánchez y en Sánchez, y aún lo hace. Quizá porque depende de él para su materialidad práctica, o quizá porque lo que tienen las avecillas líricas es que tienden al loco vuelo lírico. Lo que ocurre es que Sánchez puede disociar sin problema ideología y poder, mientras que Yolanda no puede desprenderse ni de su ideología ni de Sánchez.
Yolanda ha salido derrotada, pero no por Puigdemont ni por esta ley concreta, quizá la última oportunidad para seguir con su ficción de avecilla lírica que oye a la ciudadanía como los murmullos del bosque. Ha sido derrotada por esa doble y melancólica contradicción que supone intentar mantener una ideología pura en un sanchismo sin ideología, e intentar mantener una cuota de poder ideológicamente coherente en un sistema de puro poder bruto. Lo de Yolanda es una especie de quimera con cabeza ideológica y melenuda, la propia, y alas y garras de dragón ajenas, o sea sanchistas. Si Sánchez continúa será como puro poder bruto y Yolanda no será necesaria (nada será necesario, salvo él y su suero vital). Pero si no, la única oportunidad de Yolanda para sobrevivir a la contradicción y a la purga postsanchista (purga en la política, en los corazones y hasta en los medios), sería abandonar a Sánchez y quedarse sólo con la ideología como sólo con sombrerito. Claro que, seguramente, al hacer eso se derretiría enseguida, como la doncella de nieve que siempre fue.
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