El silencio de palacio pesa más que nunca. Han transcurrido tres semanas desde que estallaran las primeras protestas de GenZ 212, el movimiento juvenil que ha vuelto a llevar la contestación a las calles de Marruecos, y ninguna de las tímidas respuestas oficiales -un discurso vago de Mohamed VI y una llamada al diálogo del Gobierno- han calmado la creciente marea de indignación entre los 'ni-ni' del país vecino, víctimas del desempleo y unos deficientes servicios públicos. Las protestas, tras un paro “logístico”, regresan este sábado al espacio público. En los pasillos del poder, reina la inquietud.
“Invitamos a todos los ciudadanos y ciudadanas a participar en las manifestaciones pacíficas del sábado 18 de octubre, de 18:00 a 21:00 horas. Saldremos a la calle en señal de solidaridad con nuestros compañeros detenidos y exigiremos su libertad. Su causa es nuestra causa. Exigiremos nuestros derechos: una sanidad digna, una educación de calidad, empleo y la lucha contra la corrupción”, reza el mensaje que GenZ 212 ha publicado en Discord, la plataforma desde la que se coordinan y convocan las movilizaciones, las más multitudinarias de los últimos años en Marruecos. “Que sea una manifestación pacífica y civilizada, si Dios quiere. ¡Nos vemos el sábado!”, concluye el comunicado.
Se espera que miles de jóvenes vuelvan a marchar en Rabat, Casablanca, Salé o Agadir. Lo harán bajo una consigna repetida en sus canales de Discord: “Educación, sanidad, dignidad”. Frente a ellos, un Estado que se atrinchera y una monarquía que —por primera vez en años— parece sentirse vulnerable, en medio de inversiones millonarias para la construcción y renovación de estadios con el horizonte del Mundial de fútbol de 2030 que organiza junto a España y Portugal y las filtraciones de Jabaroot, un grupo de hackers que con cada revelación amenaza el statu quo al otro lado del Estrecho.
“La última revelación es una bomba con mayúsculas”, reconoce, bajo anonimato, una fuente con conocimiento directo de los círculos del poder alauí. La filtración ha revelado la lista completa de funcionarios y empleados de los palacios reales, un gesto sin precedentes en un país donde los muros del majzén —el entramado político y económico que sustenta la monarquía— son casi sagrados. Su gasto anual, por encima de los 200 millones de euros, proporciona la dimensión exacta del abismo que separa a palacio de sus súbditos. Según datos recientes, unos 2,5 millones de personas viven en Marruecos bajo el umbral de la pobreza multidimensional.
El impacto ha sido devastador. “Lo que preocupa al régimen no son las manifestaciones, sino las filtraciones. Nadie sabe cuántos documentos secretos tiene Jabaroot ni qué publicará después”, apunta la misma fuente. El grupo ha amenazado ahora con difundir los nombres de los funcionarios de la Dirección General de la Seguridad Territorial (DGST), un golpe directo a Abdellatif Hammouchi, el todopoderoso jefe de la inteligencia marroquí, hasta hace poco ensalzado como “el superhéroe de los servicios secretos” y ahora señalado por su incapacidad para contener la fuga de información.
Lo que preocupa al régimen no son las manifestaciones, sino las filtraciones. Nadie sabe cuántos documentos secretos tiene Jabaroot ni qué publicará después
Una generación sin miedo
GenZ 212 nació en redes sociales, pero su descontento se materializó el 27 de septiembre, cuando miles de jóvenes tomaron las calles de once ciudades marroquíes. El combustible fue la desigualdad, pero la mecha la encendió algo más profundo, según los analistas consultados: la sensación de ruptura del contrato social e inequidad.
“Marruecos es como una olla en llamas que podría explotar en cualquier momento. Cuándo y dónde, nadie lo sabe”, advierte en conversación con El Independiente Mohamed Ben Issa, presidente del Observatorio del Norte de Derechos Humanos.
En Rabat, las pancartas han denunciado el gasto desorbitado en eventos como la Copa Africana de Naciones 2025, que alberga el país en diciembre, o el Mundial de Fútbol 2030, que Marruecos organizará junto a España y Portugal. “Si hay dinero para estadios, debe haberlo para hospitales”, gritaban los manifestantes.
Según Human Rights Watch, la respuesta ha sido mano dura: tres muertos, decenas de heridos y más de mil detenidos, entre ellos 39 menores. Las fuerzas de seguridad —gendarmería y policía— emplearon gases lacrimógenos, porras e incluso vehículos para dispersar a los manifestantes. En Oujda, un vídeo geolocalizado por la ONG muestra una furgoneta policial arrollando a un joven de 17 años. “El Gobierno debería escuchar a los jóvenes, no responder con represión. Si puede construir estadios de última generación, puede financiar hospitales públicos”, declaró Hanan Salah, directora asociada para Oriente Medio y el norte de África en Human Rights Watch.
Segundo round: el discurso del rey y un pulso en silencio
El 10 de octubre, el rey Mohamed VI pronunció un discurso solemne ante el Parlamento. Habló de “crear empleo” y de “mejorar los sectores de educación y sanidad”. Pero no mencionó ni una vez a los jóvenes de GenZ 212. En las redes, su silencio fue interpretado como una provocación.
Mientras tanto, la conversación pública -alejada de la prensa oficialista- gira en torno a los salarios astronómicos de la corte real, filtrados parcialmente junto a los documentos de Jabaroot. En un país donde un tercio de los jóvenes está desempleado y la inflación erosiona los salarios, la noticia es un acicate para la protesta. “Relativamente, el Palacio está tomando las protestas en consideración”, asegura la fuente próxima al majzén. “Pero no quieren dar la impresión de actuar bajo presión. Las reformas llegarán, si llegan, en silencio”.
Entre la represión y la cooptación
El periodista marroquí exiliado Hicham Mansouri observa el proceso desde Europa. “Hay tres escenarios posibles”, explica. “El más probable es el del agotamiento y la represión selectiva. Arrestos preventivos, divisiones internas y concesiones simbólicas. Ya lo vimos en 2011 y con el Hirak del Rif”.
Los otros dos escenarios, añade, son más inciertos: una escalada violenta que podría forzar una intervención directa del rey, o una cooptación institucional mediante mesas de diálogo y promesas vagas de inclusión juvenil. “Lo más probable es que las autoridades recurran a la opción de seguridad, con la posibilidad de utilizar la violencia y apoyarse en matones o lo que se conoce como 'shabiha', como intento de contener la ira popular en lugar de responder a sus demandas”, vaticina una de las fuentes consultadas.
Por ahora, la maquinaria judicial -como brazo de la represión- avanza: 17 manifestantes han sido condenados en Aït Amira a penas de hasta 15 años de prisión. La Autoridad Nacional de Integridad y Lucha contra la Corrupción ha suspendido a varios funcionarios tras denuncias de nepotismo. Y el primer ministro Aziz Akhannouch se ha convertido en blanco directo del malestar popular: su dimisión encabeza las listas de demandas, aunque el monarca se resiste a cesarle y tumbar con él todo el Ejecutivo.
La calle vuelve a hablar
En su último comunicado, difundido por Discord, los jóvenes de GenZ 212 reiteraron su compromiso con la protesta pacífica. Los organizadores han pedido disciplina y civismo, conscientes de que cualquier provocación puede ser el pretexto perfecto para una nueva ola de represión.
Entre tanto, las grietas del sistema se ensanchan: el malestar no solo se escucha en las calles, sino en los despachos, en los medios independientes y en los foros digitales donde una generación sin miedo se enfrenta a un poder reacio a rendir cuentas.
La calma que Rabat intenta proyectar se asemeja a una ficción sostenida por la fuerza. “El régimen cree que puede controlar el tiempo, pero el tiempo ya no juega a su favor”, reflexiona Mansouri. Mohamed VI se enfrenta a una disyuntiva incómoda: reformar o resistir. “¿Tomará el rey medidas rápidas y concretas para abordar esta situación y restaurar la confianza perdida?”, se pregunta Ben Issa. “En Marruecos reina un sentimiento generalizado de frustración entre amplios sectores de la sociedad. Se debe principalmente a la creciente brecha entre el discurso político y la realidad que viven los ciudadanos, así como a la persistencia de desequilibrios estructurales en el empleo, la educación y la sanidad”, concluye.
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