Decía Umbral que él nunca había dado una noticia y por eso se consideraba un periodista aficionado. Por lo menos el maestro se ahorró esos dilemas morales o monjiles que tienen los periodistas de verdad, unos dilemas o dilemones que sueltan sin soltar (como el suspiro, como la lágrima, como la duda de la monja pecadora o pacata) ante el juez igual que ante el confesor. A mí, en realidad, lo suyo no me parece un dilema, sino sólo el adorno o el misterio que le quieren dar a la culpa o a la satisfacción, aprovechando los bronces eclesiales y las ambigüedades de celosía de la Justicia. No me parece un dilema porque no creo que ninguno de los periodistas que vieron la luz, o sea el correo, y que declararon en el juicio al fiscal general del Estado, se planteara desvelar su fuente. No había duda en su alma, sólo una decisión ya tomada, una convicción muy asentada y, eso sí, ganas de darle a lo suyo un poco de cristología, tormento y sanguinolencia mística. Y despiste. Porque los misterios y silencios de su fuente, de su secreto profesional y de su agonía sacerdotal y moral pueden ser compatibles con la culpabilidad del fiscal general. E incluso con la mentira.
Menos mal que uno es aficionado, lírico y umbraliano, que no serviría yo para lidiar con estos dilemas morales en oscuros torreones del alma y de las redacciones, rezando o flagelándome toda la noche a pesar de que uno ya sabe lo que cree, lo que quiere, lo que va a hacer, y tiene hace mucho no sólo la justificación profesional sino la justificación teológica, o parroquial o psicológica para todo eso. Y es que digo yo, aquí desde la hamaca del periodismo, que el periodista de verdad, de raza o de credo, así con la sotana, los votos, el sonsonete y el escapulario, no puede dejar lugar para el dilema, sólo para el deber, que es proteger a su fuente. Si tiene un dilema es que es un periodista débil, o apóstata, o impenitente, o teatrero. El periodista de verdad, supone uno, aquí desde el balconcillo del periodismo, no tiene dilemas sino obligación, y lo demás es regodeo, justificación o quizá despiste. Porque uno ve aquí muchas ganas de despistar o distraer, como si la fuente fuera la Virgen de Fátima, con tanta fe como negocio alrededor.
A uno le parece que con el santurroneo de la fuente, oscura y sagrada como el Ganges, se nos están olvidando muchas cosas, así que, más que tortuoso, uno intuye que el dilema es, sobre todo, bastante útil en este sentido. Se nos olvida que esos periodistas iluminados, que habrían visto la luz y el correo días antes que García Ortiz, no lo hicieron público, sino que por lo visto lo guardaron en un cajón o en una urnita. Sí, incluso en contra del instinto periodístico o político, que parece que no querían ni la primicia ni perjudicar a Ayuso. Es decir, que por lo visto el secreto siguió secreto, en esa urnita o en ese corazón acorazado de los buenos periodistas, hasta que todo se precipita, curiosamente coincidiendo con el zafarrancho del fiscal general por el asunto. Y se nos olvida también que conocer el correo, todavía secreto y en secreto, como digo, antes que el fiscal general, no impide que éste u otro lo filtren en cualquier momento y, esta vez sí, para el público conocimiento, no para el fetichismo o la adoración.
Y se nos olvida el sanchismo del “sin límites”, el de los soldados obedientes, el del Estado como botín, el de la prensa adepta o adicta
Se nos olvida, ya ven, que el correo realmente llegó a García Ortiz, que lo exigió, que molestó a gente en el fútbol, que dictó la nota de prensa, que sudó el cargo y los rizos con intención de “ganar el relato” y que borró móviles como un ex. A ver para qué iba a montar todo esto si el correo ya lo tenía la prensa amiga, latiendo en esa urnita, esperando sólo el mejor momento. Quizá no se lo habían dicho, o ya no se acordaban, como no se acordaba Sánchez Acera del periodista y del medio que les filtró el correo. Sí, porque ahora resulta que un medio les tuvo que filtrar el correo que tenía la propia fiscalía, el que estaba pidiendo a sus subordinados el fiscal general, por encima del barullo y la prisa del carrusel deportivo. Filtrar o refiltrar el correo ya filtrado no es que parezca un trabalenguas, es que o bien no tiene sentido esa filtración inversa, del medio a la fiscalía, o bien no tiene sentido el zafarrancho de García Ortiz. No tiene sentido salvo que esa refiltración inverosímil lo pueda salvar. Hasta se nos olvida, rizando el rizo, que esa fuente maravillosa y sus hechos maravillosos ni siquiera tienen por qué coincidir con las personas y/o los hechos que se juzgan, que esa es la falacia de la afirmación “mi fuente no es el fiscal general, por tanto es inocente”.
Todo esto se nos olvida con el juramento de la fuente o ante la fuente, como cursis caballeros del Grial. Y se nos olvida el sanchismo del “sin límites”, el de los soldados obedientes, el del Estado como botín, el de la prensa adepta o adicta. Se nos olvida, además, que cualquiera puede mentir. Y, sobre todo, se nos olvida que los periodistas, ni aun con sotanón hasta los pies, han sustituido todavía a los jueces (los jueces lo saben ahora y lo sabían en la instrucción, que no dio credibilidad a periodistas con casulla y milagros de convento). Imaginen que cualquier periodista serio, frívolo, curil o venal pudiera hacer inútiles a los tribunales sin más que decir que él sabe quién es el culpable y que el acusado no lo es, pero que no puede probarlo. No, no quisiera uno lidiar con estos dilemas o dilemones, que aunque falsos y bien recompensados parecen agotadores. Tiene que ser demoledora la gran y constante lucha moral de estos periodistas en la que, tantas veces, la moral sale perdiendo.
Te puede interesar
Lo más visto
Comentarios
Normas ›Para comentar necesitas registrarte a El Independiente. El registro es gratuito y te permitirá comentar en los artículos de El Independiente y recibir por email el boletin diario con las noticias más detacadas.
Regístrate para comentar Ya me he registrado