El PP se afirma con sus baronías y Feijóo baja a Sevilla como a una Nubia del imperio de Génova, a sentir la grandeza, la extrañeza o la volatilidad de las conquistas exóticas, que algo de eso tuvo la conquista de Andalucía por el PP. Yo vi a Moreno Bonilla salir entronizado o bautizado, como un niño con mantilla, como un niño de Virgen andaluza, o como un sobrino de Javier Arenas, en su primer congreso. Se iba Arenas como un cantaor viejo, con un fracaso acostumbrado, digno y algo cojo (ganó pero no gobernó, que en política es igual que perder, o peor), y lo sustituía aquel joven al que habían presentado con un vídeo como de boda o de equipo de pádel. Aquello, de verdad, no me pareció una sustitución, una herencia o una nueva era, sino una especie de trasplante capilar que se hacía Arenas o el PP andaluz. Uno esperaba que aquel joven, que venía con la juventud casi como única presentación, como un paje, contara algo de lo que quería hacer con aquel PP andaluz que se consumía en la oposición y en el tópico, o en la oposición por el tópico (el PSOE andaluz ganaba sin más que el tópico, era como un anuncio de brandy de Jerez pero con señoritos de izquierda). Moreno Bonilla no explicó nada entonces, seguramente porque no había nada que explicar. Pero terminó ganando. Ahora el PP tiene en Andalucía su granero y en Moreno su moderado, que son dos cosas casi igual de alimenticias y anodinas.

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Yo creo que Feijóo se ha bajado hasta Sevilla no como un jefe ni un guiri ni un peregrino sino como un doctorando, a terminar la carrera, la tesis, como la Nancy de Ramón J. Sender, entre andaluces de guasa, ingenuidad y sabiduría a veces indistinguibles y a veces incomprensibles. Como digo, Moreno Bonilla no nos desveló nada en aquel primer congreso suyo, en el que le faltó soplar velas, pero eso es normal porque los partidos buscan el líder antes que las ideas. Las ideas vendrán, o no vendrán, pero lo primero es la expectativa de la idea, que es lo que representa el líder joven o al menos novedoso (a Feijóo no se le puede llamar joven, aunque parezca también, un poco, el sobrino de Rajoy). Y las ideas llegaron, o al menos llegaron las suficientes para ganar ante el colapso del PSOE andaluz, que fue como el colapso de una civilización, así que el joven con padrino y tarta fue capaz de tumbar lo que parecía una dinastía egipcia. Moreno Bonilla, luego, consiguió una mayoría absoluta cuando se decía que eso ya no existía, o sea, no sólo venció al PSOE del tópico izquierdista, como el tópico egipciaco, sino que logró desactivar a Vox, que está en el Parlamento andaluz como de gorrón de feria. Claro que eso, conseguir una mayoría absoluta y desactivar a Vox, también lo hizo Ayuso.

Feijóo viene a sus baronías a afirmarse él o a recolocar a su electorado, que a veces se nos olvida que Sánchez no tiene más que la Moncloa, que ya es algo entre el anuncio luminoso y el portaviones atómico, entre la propaganda y la fuerza bruta, y que Vox no tiene más que altarcitos de folclórica dedicados a toreros o a Trump. Las baronías, sobre todo las de Andalucía y Madrid, son el PP tal como quiere Feijóo que se vea a su partido, gobernando con éxito y tranquilidad. Claro que eso lo han conseguido Moreno y Ayuso, no Feijóo, que aún no ha conseguido nada, salvo no gobernar, un poco como Arenas, así que ya le va tomando cierta amargura flamenca el gallego neblinoso y farero. Feijóo viene a sus baronías a afirmarse, decía, pero también un poco a ver si pilla el secreto, el truco, la receta, para ese PP que quiere para él pero que, de momento, sólo han conseguido otros. El problema, claro, es que parece que hay dos recetas, la de Moreno y la de Ayuso, tan diferentes como quizá inaplicables fuera de sus propio contexto.

Feijóo viene a sus baronías a afirmarse él o a recolocar a su electorado, que a veces se nos olvida que Sánchez no tiene más que la Moncloa"

Sánchez está también al borde del colapso y sólo lo puede salvar Vox, como fantasma o como realidad (un éxito de Vox sería la excusa para terminar de incendiar las instituciones, ya medio chamuscadas, e incluso la calle). Eso es lo que busca Feijóo, desactivar a Vox, dejarlo en esos estomatólogos, filatelistas o estanqueros, todos como maleados o mareados de ediciones príncipe falsas, que se aburren o se engolan en los parlamentos haciendo discursos como desde un castillo de popa. Pero diría que Feijóo busca la manera de desactivar a Vox fuera, que no se va a pensárselo o a hablarlo en Génova, con su equipo, con sus ideólogos si los tiene o con sus killers si los ha encontrado o al menos buscado. Yo creo que, tras ver que su gente sólo le conseguía armar la frase “para que gobierne el PP hay que votar al PP”, se fue a preguntarle a Moreno a ver cómo lo hizo él, que consiguió lo suyo casi con una naturalidad antinatural, como un cura ligoncete.

Al final no sé si Feijóo a ido a Sevilla a aprender o a rezar. Sí, ahora es el PP andaluz el que hace sus congresos como ferias de maquinaria agrícola (yo solía decir que el PSOE andaluz era como una cosechadora, que ya no tenía ni que gobernar porque le bastaba con recoger el esquilmo). Pero todavía les falta mucho para ese cansancio satisfecho, esas fiestas con pereza que parecían los congresos del PSOE, como una fatigosa y folclórica sobremesa de clanes repartiéndose la hacienda. Es más, hay prudencia en el PP andaluz, donde no quieren hablar de mayorías absolutas y apenas dicen eso de “mayoría suficiente”, que les suena a achicoria o incluso a consuelo.

Sí, no sé si Feijóo ha ido a Sevilla a terminar su tesis eterna, de bachiller impenitente, o a buscar el consejo de Bonilla, con su moderación escolar, o a pedirle el milagro a un cristo de forja: parar a Vox sin tener que pensar mucho y sin tener que elegir entre Bonilla y Ayuso. La receta de Ayuso funcionó en Madrid, la de Bonilla funcionó en Andalucía, y lo que todavía no terminamos de ver, entre ensayos, invocaciones, dudas, peregrinajes y miedos, es la receta de Feijóo, que a lo mejor no tiene que ser ni tan sosa ni tan desinhibida. Como a Feijóo nunca le saldrá ni le funcionará ir de Ayuso ni de ayuser, algo me dice que estará dispuesto a esperar a las elecciones andaluzas para saber por fin si tiene que vestirse de tito de Bonilla o quedarse en sobrino de Rajoy.

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