Leire Díez y Vicente Fernández esperan en los calabozos, mirando grietas e imaginando ratas, mientras todo se viene abajo. Se van a apurar los plazos para que declaren ante el juez, no sólo para que no destruyan pruebas ni vayan dando aguas a los compinches ni a los jefes, sino para que se vayan imaginando su futuro igual que se imaginan las ratas en el pelo, como titís. Los van a ir dejando macerar en penumbras, barreduras y frío (ese frío de la celda del que se quejaba Ábalos, un frío del mundo y del alma, como el de los místicos) mientras registran las muchas empresas, los muchos ordenadores y hasta los nidos de huevos en los pisos francos. Esto no parece tener límite, una empresa lleva a otra, un mangazo lleva a otro, un muerto lleva a otro, una mano derecha lleva a otra mano derecha y todo parece podrido, no sólo de arriba abajo sino desde el comienzo, desde el ascenso de Sánchez. Los socios de gobierno se siguen haciendo los suecos, Yolanda se hace la rubia y Rufián ya no se preocupa por la corrupción sino por los garbanzos, como Fraga,pero lo que parece no es que haya crecido una organización criminal a la sombra de Sánchez, sino que una organización criminal ya existente hizo a Sánchez presidente del Gobierno, para expandir el negocio.

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Las tramas se conectan, la fontanera se pluriemplea, los actores se repiten, las manos derechas, dándose la mano, forman un corro o una muralla como de anuncio navideño cocacolero. La mano derecha de María Jesús Montero se daba la mano con la mano derecha de Cerdán, quien a su vez era la mano derecha de Sánchez, aunque Sánchez también tenía otra mano derecha, Ábalos, cuya mano derecha, Koldo, daba todas las manos y estaba en todos sitios, como el chapuzas con peto o con chándal de cortar troncos (en el que, por cierto, llevaba publicidad de Servinabar, como una especie de signo de la providencia o como un huevo de Pascua para historiadores). Se están haciendo registros en Madrid, Zaragoza y Sevilla, y van a terminar deteniendo a los pastorcillos y angelillos de los belenes municipales, con las alas y zurrones de plumón mordidas por las mordidas, porque todos parecen estar pringados (lo normal cuando una mafia ocupa el Estado). Pero todo esto es sólo la dimensión espacial, aunque sea ciertamente espectacular cómo se está desplegando la trama ante nuestros ojos, como un origami. Falta la dimensión temporal.

Acompañando a Leire Díez y a Vicente Fernández, otra mano derecha de Cerdán, Antxon Alonso, también mira ya las humedades místicas del calabozo. Quizá esté recordando, balanceándose entre los carámbanos de luz de los fluorescentes, sus contactos con el PNV y con Bildu para amar la moción de censura contra Rajoy. Sería un buen comienzo para el flashback de la película, aunque no tanto como el momento en que Cerdán, Ábalos y Koldo deciden apoyar a un candidato desahuciado por su propio partido (él tiene hambre y ellos también) y lo acompañan en aquel Peugeot que parecía de contrabandistas de tabaco. O cuando, efectivamente, consiguen hacerlo presidente, con Ábalos leyendo su discurso contra la corrupción con las mejillas encendidas como un Santa Claus rijosillo, mientras la trama ya maniobraba para colocar carguitos y, tres días después, empezaba a trincar mordidas. Desde las primarias con pucherazo al icono de Mr. Handsome, ahí han estado todos. Sánchez no los llevaba a ellos, ellos llevaban a Sánchez. Sánchez no eligió a la banda, la banda eligió a Sánchez.

Hay que cambiar la perspectiva y el sentido en el que vemos todas estas manos derechas entre la guita y la mierda, porque las manos derechas de Sánchez, sucesivas, múltiples, como sombras de alas membranosas, no fueron escogidas por Sánchez, sino al revés. Fueron ellos los que escogieron a Sánchez desde el principio, ese principio chatarrero que tuvieron todos. Lo escogieron para expandir el negocio y lo escogieron bien. O sea, alguien con hambre y sin escrúpulos que aceptaría el pacto con ellos o, al menos, alguien que, cegado por el ego (no lo mueve otra cosa, hasta no importarle no gobernar), no impediría el negocio. Parece un pacto baratero, esto de encumbrar a esta gentuza sólo a cambio de ego, postureo y venganza (esa satisfacción de ver al PSOE que lo expulsó convertido en una secta de adoratrices). Pero es que yo sigo creyendo que Sánchez, como todos los horteras, es baratero, que quizá es peor que ser chorizo.

La obra pública, las mascarillas, los hidrocarburos, la fontanería, y ahora, además, Plus Ultra, o sea que quizá se empiece a abrir el melón venezolano, donde veremos, por supuesto, a Zapatero, otro que siempre estuvo ahí. Y lo que quede por venir, claro. Pero lo más pedagógico de todo esto es que nos damos cuenta de que la corrupción no le importa a nadie, ni a los partidos ni a los socios ni a los votantes. Tampoco la mentira ni los abusos de poder, que ahí sigue García Ortiz, el fiscal asoldadado, recibiendo loas, agradecimientos y cariñitos (la nueva fiscal general, en su toma de posesión, parecía su abuela pellizcándole los cachetes). Nada de esto va a hacer caer a Sánchez, y ya vemos a sus socios, deseando olvidar, perdonar y sobrevivir, yéndose a la cesta de la compra o a la derechona bigotona que viene. No. Al final, Salazar, un tío con presencia de batracio que se tocaba la bandurria de la bragueta, o el movimiento que ha comenzado con él o que lo ha aprovechado a él, eso sí puede derribar a Sánchez.

Sánchez seguirá mientras lo sostengan los suyos, porque ni las estrellitas ni las mafias pueden existir solas

Muchos van a ver noches de mazmorra, de cemento y agua metálica, como Sánchez está viendo noches de búnker, mientras todo se viene abajo. Todas las manos derechas llevan a Sánchez, todo el caminito del Peugeot, desde los avales, como cofres de alhajas con escolta de alfanjes de Koldo, hasta la vampirización que está sufriendo el presidente, llevan al mismo negocio, el negocio que eligió a Sánchez. Pero en esta política nuestra, esto no significa nada. Ya lo hemos dicho, Sánchez seguirá mientras lo sostengan los suyos, porque ni las estrellitas ni las mafias pueden existir solas. Con el caso Salazar, esto empieza a cambiar, aunque no se está quebrando el sanchismo por donde pensábamos. Eso sí, si a Sánchez no lo echan la corrupción, el autoritarismo y la mentira, sino el precio del pan y el #metoo en diferido, seguiremos sin vacuna contra los males de la política. Quizá la próxima mafia que venga, que a lo mejor es la misma, ya está contando con eso.

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