Se estrena hoy Avatar: Fuego y ceniza, no en Disney+, donde recalará dentro de unos meses, sino en salas de cine, donde todavía está el negocio. Avatar (2009) y Avatar: el sentido del agua (2022) fueron lo más visto de su año. A saber cómo está la cosa en 2029 ó 2031, fechas para Avatar 4 y Avatar 5. Normal que su intérprete Edie Falco, con la misma cara de circunstancia en todas sus secuencias, pensara que las secuelas de Avatar se habían estrenado antes de la pandemia. Quien no la conozca pensará que es una pésima actriz. Esperen a ver en acción a Michelle Yeoh, fichaje hace 6 años y medio para una cuarta parte que debería haber llegado en 2024; y la quinta, justo hoy.

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Dieciséis años después de la primera película, el multimillonario y visionario James Cameron (lo atestigua Forbes) no tira la toalla con el 3D, una tecnología prontamente desechada en Hollywood; y ofrece por tercera vez la misma historia, ambientada en el siglo XXII, sobre especies invasoras –nosotros, los terrícolas– e invadidas, los Na'vi, seres azules que habitan en la luna Pandora. Digamos que los Na'vi rinden culto a la Tierra Madre, una extensión de sí mismos.

Na'vi contra Na'vi

No todos los terrícolas, esos 'hombres del cielo', son malos. He ahí nuestro insípido protagonista (a Sam Worthington le tocó la lotería), un marine parapléjico que muda de piel por amor. Ni todos los Na'vi son seres de luz. He ahí la villana marchosa y sensual de Avatar: Fuego y ceniza. Oona Chaplin, hija de Geraldine Chaplin y nieta de Charles Chaplin, interpreta a una Na'vi descreída que le hacen los ojos chiribitas cuando descubre las armas de fogueo. Digamos que su tribu, la del fuego, haría buenas migas con los Tusken de Star Wars.

James Cameron dirige a Oona Chaplin en 'Avatar: Fuego y ceniza'

Si la directora de Los domingos, Alauda Ruiz de Azúa, ha tenido que aclarar el 'mensaje' de su película; James Cameron parece condenar las armas para inmediatamente después hacer apología de las mismas. A estas alturas, quien escribe estas líneas se pregunta si Avatar merece semejante lectura. Sí hay un pasaje en Avatar: Fuego y ceniza que podríamos leer como dardo a la política exterior estadounidense. En un momento dado, los terrícolas abastecen con armas a los fogosos Na'vi para unir fuerzas contra un enemigo común.

Cuestión de sangre azul

La familia protagonista de Avatar, con Zoe Saldaña como madre de armas tomar, no sólo tiene que enfrentarse a unos alienígenas, sino también a los suyos propios. El enemigo está en casa y puede atacar en cualquier momento (el tormento del 11S). A James Cameron podemos reprocharle un guion 'pobre', sobre todo unos olvidables diálogos.

La actriz Zoe Saldaña, durante la grabación de 'Avatar: Fuego y ceniza'

Sin embargo, el universo que el cineasta creó minuciosamente y sigue creando es lo mejor de una saga que, por momentos, opera como un videojuego, donde el jugador tiene siete vidas. En Avatar, la muerte tampoco es definitiva, lo que podría frustrar a parte de la audiencia. En ese aspecto, el final de Avatar: Fuego y ceniza no esclarece el destino del malo y la mala de la película.

Hay ahí, sin embargo, una buena idea. Mientras los Na'vi, monoteístas, sí creen en el Más Allá; los hombres crean clones con la personalidad y los recuerdos de un ser humano fallecido. Los conflictos no se crean ni se destruyen, sólo se transforman. Tanto en la segunda parte como en esta tercera, el protagonista tiene el mismo dilema como protector de su familia y de su comunidad. La matriarca de Avatar, por ejemplo, debe elegir entre vengar la muerte de su primogénito o perdonar a su responsable indirecto. Avatar: Fuego y ceniza no es, desde luego, una exploración del duelo.

Sí emparenta, sorprendentemente, con la espina dorsal de The Last of Us, primero videojuego y después serie de televisión. ¿Matarían ustedes a una sola persona para evitar el exterminio de la raza humana?

Repite que aún queda Avatar

Quizás ahí radique el éxito y el meollo de Avatar: la repetición. El eterno retorno, si nos ponemos filosóficos. Galáctica: estrella de combate, clásico moderno de la ciencia ficción, tiró de la Biblia: 'Todo esto ha pasado y volverá a pasar'. El director de Terminator, Aliens y Titanic deja claro, con su tercera parte de Avatar, que es muy difícil romper el ciclo de la violencia. ¿Hay, en la guerra, otro modo de combatir la violencia que con más violencia? ¿El fin justifica los medios? ¿Es la paz una quimera? Hay algo de bíblico, pero también geopolítico, en la travesía de estos Na'vi sin patria, cuyo territorio redujo a cenizas el ejército de humanos. ¿Cuál es su tierra prometida?

Es una pregunta pertinente que James Cameron hace a sus personajes y espectadores, y que dota vagamente a Avatar: Fuego y ceniza de una armadura que sostiene y justifica la secuela de la secuela. No todas las películas necesitan un 'mensaje' (al fin y al cabo, el cine es entretenimiento), ni todas las secuelas necesitan un motivo per se. El arte está muy bien, pero lo que manda es el dinero. Cameron asegura que, en principio, la segunda y la tercera película, muy similares en forma y fondo, iban a ser sólo una.

A los que El sentido del agua colmó la paciencia con tanta muerte y destrucción, aclaramos que Fuego y ceniza, a pesar de sus casi tres horas y media de duración (197 minutos), no se hace larga. Hay un perfecto equilibrio entre los momentos de calma chicha y de pura acción.

Por una parte, James Cameron no hace concesiones al público, cuya capacidad de atención ha bajado drásticamente en los últimos tiempos. Por otra parte, sin embargo, cuan más larga sea una película, más tiempo pasa un usuario en su plataforma.

En fin, diremos, como en su día dijo Risto a Lorena en Operación triunfo, que Avatar: Fuego y ceniza es como un consolador; perfecta en la ejecución, pero tremendamente fría en el sentimiento.

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