Beber café nunca fue tan gravoso. Y no nos referimos solo al hecho de que este producto, tradicionalmente barato, llegue a venderse a un precio de hasta 80 euros el kilogramo cuando se adquiere en formato de cápsulas. El verdadero coste de esta tendencia de consumo es medioambiental.

Las 20.000 millones de cápsulas de café de un solo uso que se venden cada año en todo el mundo acaban principalmente en vertederos de basura normal o incineradoras. También en la naturaleza. La aparición de estos envoltorios en las playas canarias ha llevado a la ONG Clean Ocean Project a activar una campaña internacional para presionar a las compañías del sector cafetero a responsabilizarse del reciclaje completo de este tipo de producto. Como golpe de efecto, el fundador de la organización ecologista, Wim Geirnaert, ha enviado una carta abierta a George Clooney, embajador publicitario de Nespresso, animándole a “repensar” su vinculación con el mayor productor de café en cápsulas del mundo. En esta misiva se pregunta al actor estadounidense cómo es posible que compagine su apoyo a esta marca con su faceta ambientalista en iniciativas como Save The Artic de Greenpeace o como miembro del consejo de administración de la empresa impulsora de energías renovables Belenos Clean Power Holding.

La campaña Clean Coffee Project va más allá de la llamada de atención a Clooney. La ONG canaria está recogiendo firmas para elevar una petición al Parlamento Europeo para cambiar la legislación de envases e introducir un sistema de depósito obligatorio para las cápsulas de café.

Nesspreso, compañía filial de Nestlé, ha respondido a la ONG asegurando que el aluminio para las cápsulas de café se extrae de una forma sostenible y que han invertido millones en la creación de un esquema de reciclaje global “que ofrece a sus clientes una gama de opciones simples para reciclar sus cápsulas”, con miles de puntos de recolección, envío por servicio postal o recogida a domicilio. Efectivamente, solo en España hay más de 1.400 puntos de recolección de cápsulas. El problema es que, por una parte los usuarios no tienen incentivos para utilizar estos puntos –más allá del se su propia conciencia medioambiental-, porque no obtienen ningún retorno económico. Por otra parte, Suiza es el único país donde se aplica la economía circular para este tipo de envases; es decir, donde las cápsulas nuevas se fabrican con el aluminio de las viejas. Nespresso argumenta que no tiene sentido enviar cápsulas de todo el mundo a Suiza, y aparentemente no cuenta con plantas de reciclaje adicionales. Paralelamente, en su propio sitio web, afirma que planea una “capacidad de reciclaje del cien por cien” para 2020, sin ofrecer muchos más detalles.

Los contenedores amarillos no son la solución

Cabe recordar que el residuo de plástico y aluminio de las cápsulas de café es prácticamente indivisible y no puede reciclarse en los canales normales. Al contrario de lo que se piensa, no deben desecharse en los contenedores amarillos. De ahí que ciudades como Hamburgo, en Alemania, han prohibido en los edificios públicos este tipo de cafeteras para frenar el incremento de residuos.

Según Wim Geirnaert, “la producción de cápsulas de café suponen un tremendo desperdicio de valiosos recursos y energía”, y “el reciclado es, gracias a la mezcla de materiales, dificultoso, energéticamente ineficiente y costoso”. “La gran mayoría de las cápsulas son desechadas a la basura general, luego se apilan en vertederos o incineradoras y finalmente terminan en el océano”, lo que atenta contra el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 14, que concierne al cuidado de costas y océanos.