En la tierra pedregosa de Cariñena nace uno de los vinos con más solera de España. Una denominación que acaba de superar el umbral de los 90 años, mecida por el cierzo y alimentada por suelos de caliza roja, piedras de erosión, pizarra y arcilla. Un aniversario que el campo de Cariñena festeja con un desafío inmediato: buscar jóvenes que hereden una tradición amenazada además por el cambio climático, las energías renovables y la transformación del sector vitivinícola.

“Es nuestro principal reto, el relevo generacional”, reconoce en conversación con El Independiente Antonio Ubide, presidente de la Denominación de Origen Cariñena. A su alrededor, resaltan lomas de viñedos que se pierden por el horizonte. Siete generaciones siguen unidas hoy a un terruño que el pasado otoño ofreció unos 80 millones de kilos de uva, un 9 por ciento más que en el año previo. Un añada muy buena en los 14 municipios, las 32 bodegas y las más de 14.000 hectáreas que componen la denominación.

Una labor repleta de tesón que, sin embargo, ya peina canas. En una de las cooperativas de la denominación, la media de edad supera los 56 años. “Es un fallo que ha cometido todo el sector. Tendríamos que hacer más para atraer a nuestros jóvenes, también desde las administraciones”, relata Ubide.

“Son familias que han padecido crisis económicas y por muchas razones no quieren que sus hijos pasen por estas angustias y penurias”, agrega. Sus temores son compartidos por esa España vaciada que observa con preocupación el abismo que separa el desarrollo de las zonas más urbanas frente al abandono y la falta de servicios en el medio rural.

En nuestra propia bodega la media de edad de los viticultores con los que trabajamos ronda los 60 años. Nuestra cuadrilla tiene entre 40 y 45 años, pero sus hijos no están interesados

Luis Geirnaerdt, técnico de campo de Bodem Bodegas

Sin herederos

Una de las contadas excepciones en Cariñena la protagoniza Luis Geirnaerdt, técnico de campo de Bodem Bodegas. Su marca -”suelo”, en holandés- explica el origen y el singular periplo de una empresa familiar que fundó hace dos décadas la familia de Geirnaerdt a partir de la garnacha cultivada en su cuna, la Sierra de Algairén, un promontorio que se despliega en paralelo al valle del Ebro, en mitad de un paisaje de jaras, enebros, pinos y alcornoques cuya altitud media oscila entre los 450 y los 725 metros. “Mi padre era geólogo y vino a Cariñena en los años 80 del siglo pasado. Se enamoró de la tierra”, relata su vástago, que presume de pertenecer a un estirpe “de sangre holandesa y corazón maño”.

Una tradición con raíces

Cariñena condensa siglos de historia. Sus inicios se remontan al siglo III a.C., con la aparición de viñedos en la entonces villa romana de Carae, la actual Cariñena. Su tradición fue premiada con el título de Denominación de Origen Protegida en el Estatuto del Vino de 1932. Hace una década surgió la marca de "Vinos de las Piedras", que se exporta hoy a 60 países de los cinco continentes.

Abrió la senda su progenitor, que primero probó suerte como comercial de una de las bodegas de la comarca. En el cambio de siglo fundó su propia distribuidora y de ahí el paso natural fue establecer sus bodegas, repartidas en varios territorios del norte de España. “La de Navarra era una vieja cooperativa que iba a cerrar. La de Cariñena nació hace cinco años desde cero. La pasión y el ansía por conocer te obliga a ser productor”, arguye Luis, un viticultor que gestiona directamente 14 hectáreas propias y otras 70 ajenas. De su campos surge “Las Margas”, con un alto grado de experimentación y que presume de su etiqueta de vino vegano.

“Estamos intentando adaptar la tradición a la modernidad. Me apoyo mucho en la tecnología y en la obtención de datos para entender lo que estoy haciendo. Pero al final lo único que te dice cómo funciona la cosa es el corazón y el mirar al cielo”, comenta uno de los rostros más jóvenes de la segunda denominación de origen más antigua de España, solo superada por Rioja, establecida en 1925.

Geirnaerdt admite que la falta de nuevas generaciones resulta cada vez más inquietante. “En nuestra propia bodega la media de edad de los viticultores con los que trabajamos ronda los 60 años. Nuestra cuadrilla tiene entre 40 y 45 años, pero sus hijos no están interesados en seguir el negocio. Es algo que da miedo”, esboza. Quien habla es precisamente el más benjamín de la firma. “El trabajo del campo es muy sacrificado y también muy vocacional. En el campo no hay horas pero tiene la gratificación de ver crecer algo. Al menos lo estamos intentando”.

Un empleado de una bodega de Cariñena durante el proceso de fermentación.
Un empleado de una bodega de Cariñena durante el proceso de fermentación.

La zozobra climática

El relevo generacional en paralelo a un proceso de concentración empresarial es tan solo uno de los nubarrones que se ciñen sobre el campo de Cariñena. El cambio climático, con un alza de la temperatura media y una reducción de los recursos hídricos, obliga a cambiar, a volver a aprender los procesos. “El cambio climático nos va a afectar porque modifica las formas de cultivo”, confirma Jesús Isiegas, técnico del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Cariñena. “Tendremos que adaptarnos a cómo venga el clima, cultivando viñedos en zonas más altas y de forma diferente. De momento, estamos solventando esta sequedad de estos veranos cada vez más calurosos”, explica.

Regresar a las variedades autóctonas, una de las claves del futuro

En su caso, la receta más sencilla es cultivar las variedades tradicionales y autóctonas, Cariñena y Garnacha. “La Cariñena, por ejemplo, aguanta mejor el calor, pero es más costosa de controlar por las enfermedades. Hay que estar más pendiente”, detalla Isiegas. Según Ubide, “hay en marcha dos proyectos de selección clonal para lograr clones más resistentes a una enfermedad fúngica, Oídio -aparece cubriendo las hojas y los brotes de las plantas con una pátina blanca que recuerda a la ceniza-”.

Con una competencia cada vez más exigente, Cariñena se ha embarcado en la misión de sacudirse el sambenito que durante décadas lo asoció con un caldo vendido a granel o en garrafa, con la etiqueta de ser “un vino peleón”. “Uno de los grandes retos es comercializar el vino y ponerlo en valor. No sabemos en qué momento perdimos el paso y nos cayó esa fama. Cariñena ha sido una región con una tradición histórica increíble, vino de reyes y filósofos”, replica Manuel García, director de marketing de Grandes Vinos, una firma que une desde hace 26 años a cinco cooperativas de la comarca y unas 700 familias.

No sabemos en qué momento perdimos el paso y nos cayó esa fama de 'vino peleón'

manuel garcía, director de marketing de grandes vinos

“La única manera de quitarnos esa fama injusta que aún tenemos en España es hacer vinos de gran calidad y que la gente pruebe; que se quiten esos prejuicios y que consigamos asentar población en el medio rural”, aduce García desde la sede de la bodega, en cuyas salas de crianza el vino va tomando su personalidad. “El 75 por ciento de las ventas son exportaciones. Fuera de España no hemos tenido esos prejuicios. Es aquí en el mercado interior donde tenemos que dar el paso para que el prestigio de esta denominación de origen sea reconocido”.

Renovables, con recelo

Una reivindicación que, en mitad de los costes de producción en aumento, está unida al horizonte de las energías renovables, que amenazan con trastocar paisajes y reducir las zonas cultivables y en la que los productores coinciden con las reclamaciones de movimientos sociales y ecologistas.

“Los molinos de viento pueden afear el paisaje y el incalculable valor del viñedo, pero se puede convivir con ellos. Las placas solares son las que están irrumpiendo como un elefante en una cacharrería”, opina Ubide. “Nosotros hemos apostado por las renovables y por crear un parque solar para el autoconsumo, pero no estamos dispuestos a aceptar que vengan y arranquen miles de hectáreas de viña”, asevera.

Las placas solares son las que están irrumpiendo como un elefante en una cacharrería

ANTONIO UBIDE, PRESIDENTE DE LA D.O. CARIÑENA

Según sus estimaciones, alrededor de 2.000 hectáreas de esta nonagenaria denominación corren ya peligro si finalmente se conceden las licencias proyectadas. “Y lo que hay detrás de estos proyectos son depredadores que ponen en riesgo viñedos que, en su mayoría, han sido subvencionados por Europa y otras administraciones”, dicen, muy crítico con los políticos. “No sé si son conscientes o no de todo esto”, alega.

En la defensa de un futuro jalonado de retos, García solo ve una vía que podría ser contradictoria si no fuera por la tradición que exhuma el vino. “Lo nuevo es volver a las raíces, a los orígenes del amor al viñedo, a la historia y su recuperación. Debemos elaborar vinos de una manera moderna y llevar Cariñena y su legado a las copas de vino de toda España”.