Sabía a cola, a fresa y a vainilla. Un totum revolutum de sensaciones gélidas, que quedaban almacenadas para siempre en la memoria gustativa. Como la magdalena en el paladar hipersensible de Marcel Proust, el primer Drácula se grababa a fuego en el recuerdo de muchos niños en los 80. El polo negro de Frigo es tan ochentero como la EGB, los clicks de Famobil o los cardados de Madonna. Al arrancar la década valía 20 pesetas, o cuatro duros; y se batía el cobre en los kioskos con rivales de altura. Algunos de la misma marca, como el Frigopié, el Negrito o el Frigurón. Y otros, de la competencia: como el Patapalo o el Mikolápiz de Miko; los cortes de uno, dos y hasta tres sabores de Camy; o los Apolos macizos de Avidesa.

La rivalidad era tremenda en la década de Naranjito. El sector empezaba a madurar y la pugna se libraba ya en las trincheras de la publicidad, los patrocinios y el marketing. La batalla había comenzado diez años antes. La industria del helado en la postguerra era tan blanquinegra como España.

En los 40, ya había marcas vendiendo polos, como la valenciana Avidesa, la vasca Frigo o La Menorquina, que competían por colarse en sobremesas y meriendas regadas con Casera o Mirinda. Pero el sector, como la economía misma, requería un revulsivo para crecer y reproducirse. El aperturismo económico de los años 60, impulsado más por asfixia que por convicción, hizo de espoleta.

Por las carreteras que hasta entonces parecían páramos, comenzaron a fluir Seat 600 y autobuses Pegaso camino de las costas. Y a los aeropuertos llegaban más y más vuelos del norte de Europa, con extranjeros prestos a conocer las luminosas playas que escondía la sombría España de Franco.

El turismo de sol y playa había eclosionado. Los fabricantes españoles de helados olieron el negocio. Y más aún las multinacionales del sector, que enviaron directivos a la Península y las islas, con la misión de identificar oportunidades de absorción. Nestlé, uno de los gigantes mundiales de la alimentación, había aterrizado en la década de los 60 para comprarse Camy y posicionarse pronto en un mercado que prometía.

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Consciente de que llegaba tarde, su rival Unilever asumió que no podía empezar de cero y tiró de fondos para comprarse una empresa ya consolidada. En 1973 anunció la adquisición de Frigo. La firma catalana era toda una veterana del sector. Fue alumbrada en 1927 con un nombre tan poco comercial y glamuroso como Industrias Frigoríficas de Alimentación. Sus dueños fueron virando progresivamente hacia el negocio, tan virgen como arriesgado, de los postres helados. Les fue bien, hasta el punto de convertirse en una empresa de referencia, con el atractivo suficiente para que Unilever les pusiera un cheque irresistible sobre la mesa.

La absorción de Frigo discurrió paralela al nacimiento de otro referente de la industria. Un grupo de empresarios guipuzcoanos dio el salto a las bravas montando una nueva compañía. Eso sí, siguiendo el ejemplo de una marca ya existente: Miko. La había creado en Francia a mediados de siglo un emigrante cántabro. Se llamaba Luis Ortiz y bautizó la empresa en honor a su perro. La Miko francesa prestó el nombre a cambio de un 25% del capital. En el accionariado entraron también industriales vascos con caudales y reputación, como la familia Knörr, dueños de los refrescos Kas.

El ascenso de Miko en los 70 fue meteórico. Se posicionó con fuerza gracias a lanzamientos exitosos, que sacaban pecho en los carteles de la firma en kioskos, bares y tiendas de ultramarinos. Los propietarios se atrevieron, incluso, con trucos de marketing que ya usaban empresas de alimentación como Tulipán. Los Patapalo eran polos de hielo, con sabores cítricos; pero la falta de sofisticación la compensaba el palo, que escondía premios.

La factoría Miko fue emanando helados como el Mikolápiz, que iban directos al top nacional de ventas. En 1984, la empresa vasca ya vendía más de 10 millones de litros. Miko avanzó por la década de los 80 librando un pulso duro con Frigo. Una carrera por colar más productos propios en el ranking de los más vendidos. La competencia obligó a los fabricantes a tirar de la publicidad. Casi todos invirtieron en costosas campañas para posicionar sus nuevos lanzamientos en verano. Y algunos se atrevieron con caros patrocinios, como Avidesa, que pagó un dineral por figurar como helado oficial del Mundial de Fútbol de 1982. O Camy, que alcanzó acuerdos con Disney, para vincular a sus productos la imagen de algunos personajes animados.

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La inversión publicitaria y unos márgenes cada vez más estrechos acabaron pasando factura. En 1988, BBV tomó el control de Miko (y lo mismo hizo con Kas). El banco mantuvo la firma en su cartera industrial hasta que le llegó una oferta convincente de adquisición. En 1995, Nestlé dio la campanada por partida doble, al comprar Miko y Avidesa. Con tres marcas en su poder, la multinacional suiza emprendió un delicado proceso de reposicionamiento. Culminaría con la fusión de todas ellas en una sola: Helados Nestlé.

Miko fue borrada del mapa como empresa. La integración fue letal para referencias como el Patapalo. Pero algunos de sus productos pervivieron, y no sólo en la memoria de los nostálgicos. Mikolápiz, Pirulo o Fantasmikos eran demasiado exitosos para caer. Por eso Nestlé los mantuvo –y los mantiene- en la alineación titular cada verano. Como lo son el Drácula o el Frigopié, que siguen ocupando, año tras año, su ventana en los carteles de Frigo. Con el orgullo del veterano que sigue marcando goles. Pero también con la impotencia de quien ha dejado de ser líder. Porque el verdadero rival de Unilever y Nestlé es hoy la marca blanca.

La compañía líder en ventas en España es Ice Cream Factory Comaker y tiene su sede en Alcira. Se levanta sobre los cimientos de la antigua Avidesa, cuyos activos acabó revendiendo Nestlé a un grupo de empresarios valencianos. Le sigue el Grupo Alacant, instalado también junto al Mediterráneo. Venden millones de litros de helado dentro y fuera de España, a grandes superficies e hipermercados. Y a gigantes como Mercadona, que vende por miles las imitaciones de los Patapalo y los Drácula.