El pasado martes, una figura menuda sorteó como pudo el cordón de cámaras y de periodistas que rodeaba a Carlos San Juan, el médico de 78 años que ha sacado las vergüenzas a la banca con su trato a la gente mayor. Ese día había ido a entregar 600.000 firmas al Banco de España para pedir una relación humana, presencial, en las sucursales bancarias. La prensa había sido convocada a las puertas del Ministerio de Economía donde este urólogo jubilado explicaba las concesiones que había logrado sacar tras reunirse con el secretario general del Tesoro, Carlos Cuerpo.

Y en esto, que esa mujer rubia y menuda que entró como pudo entre el enjambre de periodistas resultó ser la vicepresidenta primera y ministra de Economía, Nadia Calviño, recién llegada de la reunión del Consejo de Ministros en Moncloa, que se apeó del coche oficial. La número  dos del Gobierno le saludó como mucho cariño, a pesar de que “no me dejan darle un abrazo” y dijo estar muy contenta de verle, todo ello con los informadores de testigos.

“Sepa que esto es una prioridad absoluta desde el momento que empezamos a ver que era un problema”, le trasladó Calviño a San Juan que calificó el fortuito encuentro de “sorpresa muy agradable. Es todo un honor”. La ministra se convirtió por unos momentos en la protagonista de esa comparecencia a pie de calle y se despidió con un sentido “qué sociedad seríamos si no cuidásemos de nuestros mayores”.

La metamorfosis de la vicepresidenta

No era esta una imagen nada habitual. A Calviño es fácil reconocerla en los pasillos de Bruselas, en las reuniones del Ecofin o presidiendo el Comité Monetario y Financiero Internacional, el órgano rector de las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) que podrá compatibilizar con la vicepresidencia del Ejecutivo de España. Ese es el ecosistema de esta tecnócrata, lleno de moquetas, de hombres con traje y de eurofuncionarios, y no las ruedas de prensa improvisadas con un señor de 78 años que reclama la inclusión financiera de los ancianos.

Tampoco lo eran las proclamas feministas. Esa bandera la tienen en el Gobierno y en los partidos que lo conforman la ministra de Igualdad, Irene Montero, y la de Derechos Sociales, Ione Belarra, por el sector morado, y, por el PSOE, la ex vicepresidenta primera Carmen Calvo; la ministra de Hacienda, María Jesús Montero; la de Justicia, Pilar Llop, y la de Defensa, Margarita Robles, por poner unos ejemplos. Pero Calviño, suponiéndole su feminismo, no quedaba encuadrada entre las combativas.

Hasta el pasado jueves día 3. Porque mientras se debatía el Congreso la convalidación de la reforma laboral, esto es, la medida estrella de la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, Calviño consiguió su cuota mediática. Acudía a un acto de esos propios de su ecosistema, en concreto, un encuentro organizado por la agencia internacional de comunicación y asuntos públicos Hill+Knowlton Strategies (H+K) , y anunció que no asistiría a más debates donde fuera la única mujer.

Calviño versus Díaz

Bien es cierto que el aldabonazo se lo acabaría llevando, como una riada, la controvertida votación parlamentaria de la reforma laboral, pero esos dos hechos, nada fortuitos, unidos al reproche que le hizo al líder del PP, Pablo Casado, en un acto con el Rey el pasado diciembre, tras una tensa sesión de control en el Congreso -"estoy asqueada por lo que has dicho", le espetó- revela un proceso de metamorfosis de Calviño que a ninguno de sus compañeros de filas y de Consejo de Ministros le ha pasado desapercibido.

"Está intentando ganar un perfil más político, menos frío y también más social, pegado a la calle”, admiten en el sector socialista del Gobierno. "No quiere que se le coma la figura de Yolanda Díaz, con mucha más proyección política que ella", interpretan en Unidas Podemos tras la batalla sin cuartel entre ambas a cuenta de la reforma laboral.

El papel de coordinación del Gobierno lo tiene Bolaños y no ella en calidad de número dos del Ejecutivo

No son apreciaciones contradictorias ni mucho menos. Es verdad que siendo la segunda del escalafón gubernamental, no ejerce de coordinadora del Gobierno, para eso está Félix Bolaños, y considerándola un valor seguro en su negociado, tienen mucho más peso las opiniones políticas de otras ministras como Margarita Robles que las suyas. Que no sea diputada y, por tanto, no se haya pateado la circunscripción pidiendo el voto, besando niños, estrechando manos y visitando pueblos también le quita mucha proyección política.

Otra cosa es preguntarse para qué la quiere. Sin duda no necesita de esa nueva estrategia para presidir el comité asesor del FMI, pero sí para ganar peso en el Gobierno bajo la alargada sombra de Yolanda Díaz. La ministra de Trabajo está esperando que pasen las elecciones del domingo en Castilla y León para arrancar su campaña de "escucha" por España antes de lanzar su candidatura a la presidencia del Gobierno. Va a copar muchos titulares durante ese proceso. Quizá resida ahí buena parte de las razones de esa metamorfosis de la también gallega.