ETA nunca lo había hecho. Tampoco volvería a repetirlo. La banda terrorista había evitado hasta entonces situar a mujeres entre sus objetivos. Ni en las listas de atentados, ni en la de los secuestros. Pero aquel verano de 1982 las divisiones internas en la organización armada y las urgencias de financiación de alguna de sus ramas hicieron saltar esa máxima. Miren Elosegui se convertiría en la primera y única mujer en los casi 60 años de historia de ETA en ser secuestrada. La hija del propietario de la centenaria empresa Boinas Elosegui de Tolosa pasaría 13 días de cautiverio en un ‘zulo’ oscuro de 2x1,5 metros, sin ventilación, con un colchón como único mobiliario y sin apenas contacto con sus secuestradores. ‘Mirentxu’ Elosegui murió el pasado domingo a los 88 años de edad.

Sucedió en el 12 de junio de 1982. Mientras España se sumergía en el Mundial de ‘Naranjito’ que al día siguiente se inauguraría en el Camp Now de Barcelona, en Euskadi el terrorismo seguía siendo una rutina cruel. Las divisiones internas en el seno de ETApm no hacían sino ensombrecer aún más el día a día de la sociedad vasca. En la localidad guipuzcoana de Tolosa la realidad no era distinta. En la banda dos sectores comenzaron a actuar de modo casi autónomo, ETA VII Asamblea y ETA VIII, los ‘séptimos’ y los ‘octavos’. El reparto de bienes hizo que ‘los octavos’ se quedaran con las armas y los ‘séptimos’ con los coches, pisos y el dinero.

La falta de fondos de ETApm VIII, dispuesta a seguir con la violencia, hizo que aquel verano impulsara los secuestros como vía de financiación. La dirección de aquella rama de ETA la ocupaban dos miembros que alcanzarían gran peso en la historia de la violencia y su apoyo social: Josu Abrisketa (Txutxo) y Arnaldo Otegi. El plan pasaba por secuestrar media docena de empresarios que le reportaron 302 millones de pesetas, según se señala en “Héroes de la retirada”. Entre ellos figuraba el de Miren Elosegui. Antes habían protagonizado el del odontólogo Luis Allende y después del de Elosegui llevarían a cabo el de Rafael Abaitua.

Miren Elosegui.

A las dos de la tarde del 12 de junio de 1982 un hombre llamó a la puerta de su domicilio. Tras confirmar su identidad, la encañonó y junto a otro miembro del comando le retuvieron en el interior de la vivienda. Ella recordaría después cómo desde el primer momento le advirtieron de que se trataba de un secuestro. Poco después, llegó su hijo mayor, Javier Aramburu Elosegui, de 21 años, al que también encañonaron y le llevaron junto a su madre. Le informaron que iban a secuestrarla y le entregaron un plano con un punto de encuentro en San Juan de Luz donde deberían entregar los 50 millones de pesetas que reclamaban por su rescate. La exigencia se rebajaría después a la mitad.

Amenaza de "ejecutarla"

Antes de llevarse a su madre cautiva, en un documento junto al anagrama de ETA le detallaron las condiciones en las que se tendría que hacer el pago: billetes usados, de numeración discontinua y sin control policial. No debían informar ni a la prensa ni a la policía. El arresto se prolongaría 48 horas y “no se admitirán plazos ni regateo alguno” en el pago. Y la advertencia final: “El incumplimiento de todas las instrucciones y la puesta en peligro de cualquiera de nuestros militantes nos llevará a tomar la decisión de ejecutarla”.

Después, los dos terroristas se llevaron a Miren Elosegui en un vehículo que su hijo pudo identificar desde la ventana de casa como un Renault-5 rojo. Después sabría que había sido robado a punta de pistola a su propietario, Jaime Echevarria. A su madre la obligaron a tumbarse en el suelo del coche, la cubrieron con una capucha y la amenazaron con matarle si levantaba la cabeza. Tras quince minutos de ruta, cambiaron de coche y la introdujeron en el maletero. No le quitaron la capucha hasta que estuvo encerrada en el ‘zulo’ oscuro donde permanecería aislada trece días.

En esos días familiares y amigos se movilizaron para exigir su liberación. Incluso su marido, Imanol Aramburu, escribió a los secuestradores ofreciéndose para ser intercambiado por su mujer. En una carta publicada pedía a los etarras que “dejen en paz a mi esposa para que se ocupe de sus hijos y sus obligaciones”: “En su lugar me ofrezco personalmente para discutir sus peticiones”, aseguraba. Lamentaba que el cautiverio ya estaba teniendo consecuencias en la familia, en particular en sus hijos que se habían visto forzaos a no presentarse “a tres asignaturas” en los exámenes universitarios. Reprochaba a los secuestradores que “se enteren bien” de la situación financiera de la empresa de boinas de su suegro y les reclamaba indicaciones sobre “el camino que debo seguir para ponerme en contacto con ustedes”.

"Felicitar" a su padre

Finalmente, Miren Elosegui, la única mujer secuestrada por ETA, fue liberada a las doce de la noche del 26 de junio de 1982, festividad de San Juan. Tras una hora en el maletero de un vehículo, gran parte del tiempo con el motor en marcha pero sin circular, fue liberada en la carretera de Pamplona, a tres kilómetros de Tolosa, su municipio. Recordaría cómo uno de los secuestradores le despidió diciéndole que aún tenía tiempo de felicitar a su padre, Juan Elosegui, por su santo.

Por aquel secuestro fue condenado Joaquín Martínez Pérez a un año de prisión. Arrepentido, abandonó ETA y apostó por reinsertarse en la sociedad. No fue detenido hasta cuatro años más tarde, el 29 de septiembre de 1986 en Hendaya. También condenado por el secuestro de Saturnino Orbegozo. El comando que participó en el secuestro de Elosegui también formaba parte J. Ignacio Rodríguez Muñoa ‘Zipo’ y Elena Barcena Argüelles, la ‘tigresa’ o ‘Neska’.