A Lucía Ruíz le quedaban dos días para cumplir 11 años. Antonio Frutos tenía turno de tarde y estaba en la cama con su mujer. Ella cursaba sexto de EGB y estudiaba para los exámenes de antes de Navidad. Él era guardia civil de Tráfico y su esposa trabajaba en El Corte Inglés. A ambos le despertó el fogonazo y el estallido del coche bomba de la Casa Cuartel de Zaragoza el 11 de diciembre de 1987.

Aquella gélida mañana, un Renault 18 con 250 kilos de amonal y tres bombonas de acero cortadas estallaron en la puerta donde los guardias y sus familiares entraban a diario. Murieron asesinados 11 personas, seis niños. El jefe de ETA Josu Ternera se fugó de España en 2002, cuando se le citó a declarar por haber ordenado la matanza. En 2019, la Guardia Civil y la Policía francesa lo encontraron al sur del país galo. Vive en libertad vigilada desde entonces, a la espera de resolver las causas que pendientes que tiene allí para poder ser deportado a España y responder por este atentado.

Los dos viven estos días con dolor y rabia. El documental sobre Ternera, estrenado este viernes en el Festival de San Sebastián por el periodista Jordi Évole, les hacen recordar el peor momento de su vida. Por suerte ellos pueden contarlo, aunque el documental les dé "urticaria": "Ternera donde tiene que hablar es en la Audiencia Nacional", sentencia Lucía.

Seis de la mañana

"Si aquello fue a las seis de la mañana, al instante sabíamos qué ocurría. Vi a mi padre vestido con uniforme y con las botas desabrochadas. Nos pregunto a mi hermana y a mí si sabía lo que había pasado y le dijimos que sí", recuerda Lucía en conversación con este periódico. Antonio también lo tiene fresco en la memoria: "Eran los años del plomo. Había atentados casi cada día. Los servicios de Información ya nos dijeron que los cuarteles podían ser objetivos y tomamos precauciones. Nuestras mujeres apagaban las luces de la casa, no tendían la ropa fuera... Cualquier cosa que no diera pistas de que había gente allí".

Han pasado 26 años del atentado. Los dos hablan con serenidad. Han repetido tantas veces lo que pasó aquel día que tienen hecho el cuerpo. Todo lo que se puede tener. Ella es ahora delegada de la Asociación de Víctimas del Terrorismo en Aragón. Él se retiro de la Benemérita hace 10 años por las secuelas psicológicas de la bomba y preside el Equipo de Víctimas del Terrorismo.

"Teníamos una Olivetti, de las antiguas, muy pesadas, que con la explosión salió volando y cayó en la almohada de mi hermana", dice Lucía. "Mi padre se puso a sacar a familias por las ventanas, a recoger a gente".

Recuerda Lucía que bajaron del Cuartel y ella y su hermana se repartieron: la primera fue a casa de unos familiares -su tío vivía enfrente- y la otra partió a casa de una compañera de clase. "Llévalas al colegio", dijo su madre a su hermano, "al menos así sé el sitio donde puedo recogerlas".

Lucía Ruíz se puso un chándal prestado y unas zapatillas de estar por casa. Se la dieron en casa de su tío materno. De allí salió para coger el autobús escolar. Como no se montó en su parada habitual, la espectación era total. Todos sabían lo que había pasado. "¡Te hemos estado llamando al teléfono", recuerda que le dijeron sus compañeras. "Lo que no sabían es que no había ni telefóno", recuerda entre una risa espontánea.

Los días siguientes

A la portavoz de la AVT le vienen más datos a la cabeza de aquel día y los siguientes: esperó a su madre tomándose un tazón de leche en el despacho del director del colegio, hizo deberes sobre una piedra de los escombros mientras espera a que su padre terminase de trabajar, pasó la Navidad en un piso alquilado cerca de la zona de la explosión. Antonio Frutos no tuvo tanta suerte.

"Recuerdo como un destello, la explosión y luego el silencio", rememora. Se acuerda de ver cadáveres y a los bomberos entrando con bombonas amarillas para dar oxígeno a las víctimas bajo los restos de hierros y paredes. "La onda expansiva rompió la ventana de la ventana de nuestra habitación de matrimonio. Plegó el colchó, haciendo un efecto sandwich, y nos quedamos ahí atrapados". Antonio vivía en el pabellón 34, en la planta baja, muy cerca de donde se detonó el coche bomba.

Antonio pasó cinco días en la UVI por las secuelas físicas. Al salir, lo llevaron a una habitación donde vio a los hijos de un matrimonio que había muerto en el atentado. "Lo que quería era ir al cuartel, ver cómo había quedado".

El documental

"Entre las víctimas hay un ambiente malísimo" con el documental, apunta Antonio. Cree que se vive un momento de olvido y desprecio por ellos. "Lo que más nos jode, lo siento por la palabra, es que no se pida perdón. Nos sentimos abandonados".

El guardia civil no espera ver sentado a Josu Ternera sentado en el banquillo por este crimen. "Volverá con todas las garantías". Aún así verá la entrevista de Jordi Évole. "Lo vero todo, todo lo que sale. Lo hago para ver si se me ha escapado algo que me haga comprender por qué lo hicieron, por qué mataban a gente. Quizás hay algo que se me pasa, pero no consigo entenderlo".

Lucí también lo vera. Sabe que lo hará en tandas, apagando y encendiendo el televisor por la rabia que le produce verle. "Seguro que le suelto algún grito a la televisión", vuelve a reír. Cree que entrevistarle es reprobable y no es ético. Que a quien hay que escuchar es a las víctimas del terrorismo.

"El nombre del documental es significativo. Parece que quiere desvincular la persona que ahora quiere ser con quien ha sido. Me niego a no llamarle Ternera, eso es blaquearlo".