Es una sensación extraña. Es como encontrarse con el nombre que durante décadas ha simbolizado el terror y la crueldad. El alías que ha marcado vidas, infancias y pesadillas. El silencio en la sala y los semblantes serios revelaban que lo que íbamos a ver no era una película más. La oscuridad ahora la ponen las luces y el viaje al pasado más doloroso se hace con la voz e imagen de quien junto a otros muchos lo alimentó. Chaqueta azul marina, camisa blanca y fondo negro. Comienza No me llame Ternera. Sus casi 72 años se reflejan en su cara. También su enfermedad. Josu Urrutikoetxea tiene mal aspecto. El gesto de ‘Josu Ternera’ sigue siendo duro, agresivo y sin aflorar empatía, sentimiento o cercanía. Frío. No tarda mucho en demostrar que su presencia ahí es más una actuación medida que una declaración de arrepentimiento, de reparación al menos, y menos aún de perdón. En algunos momentos se le ve incómodo, incoherente, contradictorio y sin capacidad argumental para justificar sus acciones.

Pasados los algo más de 90 minutos de recorrido por la historia de ETA, que es la historia de ‘Ternera’, una secuencia no se me quita de la cabeza. Tras recordar su infancia en el seno de una familia católica, llega la pregunta sobre el cumplimiento del séptimo mandamiento, ‘no robarás’; “No, ese no lo he cumplido”: ¿Y el quinto, ‘no matarás’? “Sí, ese sí lo he cumplido”. No, ‘Josu Ternera’ no siente haber matado. Aplica un criterio distinto al terrorismo "indiscriminado" del yihadismo y el que aplicó ETA, que cree justificado por la represión al Pueblo vasco, "nadie me habrá escuchado decir que matar está bien".

Reconoce su larga militancia en ETA. Llega incluso a admitir varios “errores”, más por cuestiones “políticas”, “estratégicas” o de “proyecto” que por la inutilidad, injusticia y dolor de utilizar la violencia. A Urrutikoetxea no le gusta su alias. Es uno de los momentos en los que más molesto se le ve. Recuerda que ese apelativo salió de dentro de su entorno, “¡reaccionas como una ternera!, me decían y luego alguien lo dijo en un interrogatorio”. También se molesta cuando el entrevistador, Jordi Évole, insinúa que se responsabiliza del conjunto de acciones de ETA, como militante durante décadas que fue de la banda. “No ponga en mi boca cosas que no he dicho, yo me responsabilizo de mis acciones como miembro de la organización que fui”, subraya.

La suya es una vida paralela a la de banda terrorista. Fue un amigo de la cuadrilla, que ya pertenecía, quien le animó a integrase en ella. Tenía sólo 17 años y unos meses después ETA comenzó a incluir los asesinatos en sus acciones. No terminarían hasta 2010, cuatro años antes de que 'Ternera' asegure que abandonó ETA.

"La Guardia Civil ya sabía a lo que venía"

En No me llame Ternera, Évole realiza un repaso por su vida, que es, de algún modo, la vida de ETA. No en vano, Urrutikoetxea fue el encargado de leer el comunicado de disolución el 3 de mayo de 2018. En sus palabras no se ve un ápice de arrepentimiento. Menos aún de petición de perdón. Su actitud hacia alguna de las víctimas de los atentados más crueles no pasa de un “lo siento mucho”. Y la autocrítica transcurre siempre por aspectos de estrategia, de inoportunidad para los fines políticos o “militares” de la banda más que por un cuestionamiento de toda la historia de la organización criminal.

Para ‘Ternera’ todos los atentados siguen siendo “acciones”, los asesinatos “muertes” y los años de violencia terrorista una suerte de guerra dentro del “conflicto”. Doce años después de que él mismo anunciara el final de ETA, continúa aplicando la clasificación de víctimas, las justificadas por razones del “conflicto” y los ‘daños colaterales', las víctimas indeseadas. Sin duda, las relacionadas “con los aparatos de represión” eran las más justificadas. “¿La Guardia Civil no dice 'Todo por la patria'? Ellos ya sabían a qué venían, a reprimir al País Vasco, ese era su trabajo”, asegura a modo de justificación de los atentados sufridos.

Entre ellos, el de la Casa Cuartel de Zaragoza, donde murieron 11 personas, seis de ellas niños. En ese caso, como el del atentado más cruel de ETA, el coche bomba contra Hipercor en 1987 -21 muertos- asegura que fue “un error de la organización con consecuencias irreversibles” pero para acto seguido poner el foco de la responsabilidad del Estado, en la Policía o en la Guardia Civil, “su función es proteger a los ciudadanos”, insiste. En el caso de Hipercor subraya que se avisó para que desalojaran el aparcamiento y el supermercado: “El objetivo no era matar 21 personas sino provocar daños materiales” y asegura que debieron “hacer su trabajo” y desalojar. De igual modo, afirma que días antes del atentado de la Casa Cuartel de Zaragoza ETA anunció que pasaban a ser un objetivo y que desoyeron la advertencia.

El razonamiento es similar al ser preguntado por el secuestro de José Antonio Ortega Lara, 532 días de cautiverio. Afirma que si no le soltaron es porque el Estado no daba ningún paso en favor de los presos de ETA. Llega a comparar su secuestro con el régimen de “aislamiento” que han padecido muchos presos de ETA “algunos durante más de 20 años”. El secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco que siguió a la liberación por parte de la Guardia Civil de Ortega Lara no lo compartió. Afirma que llegó a hacérselo saber a la dirección de ETA. “Era un error político y humano” y no “nos favorecía en el proyecto de dar una salida negociada al conflicto”. En su opinión, no fue una venganza de la banda porque “la venganza no es una actitud que nos haga avanzar en nuestro proyecto de construcción de Euskal Herria”: “La venganza y el odio te ciegan y no te permiten avanzar”.

"Te haces insensible"

También defiende el cobro del llamado impuesto revolucionario con el que poder financiar “la lucha”. Asegura que a quienes se les reclamaba formaban parte del conflicto. Preguntado si esa vía de financiación no era más propia de la mafía, ‘Ternera’ ríe molesto: “Era necesario para financiar la lucha”.

Del asesinato de Dolores González Katarain, 'Yoyes', tan sólo llega a esbozar un “lo siento de veras” hacia la familia de la exmiembro de ETA a la que ‘Kubati’ asesinó tras abandonar la organización. No oculta que incluso llegó a visitarla en México tras dejar ETA y que tenía cierta relación con ella. Sin embargo, se escuda en que la dirección tendría sus razones para tomar esa decisión, “quizá cortar ese cáncer que les podía llegar”.

‘Ternera’ dice que no sabe preparar un coche bomba. Apunta que entró en ETA en el ‘frente cultural’ y que ya entonces recibió una breve formación militar, “poca cosa, apenas toqué una pistola y uno o dos tiros”. Su primera pistola no se la dio la organización terrorista sino que la pagó de su propio bolsillo, “500 francos me costó”.

Desde 1971 se exilió en el País Vasco Francés. Es precisamente ahí donde se realiza la entrevista, en San Juan de Luz, “aquí en Francia”, asegura Évole; “no, esto no es Francia, esto es Euskal Herria norte”, le replica. ‘Ternera’ relata que la pistola la necesitaba para defenderse y que cuando la ha utilizado ha sido sólo en propia defensa.

En varias ocasiones reconoce que llegó un momento en el que ETA entró en una “espiral de violencia” de igual modo que lo hacía “la represión” del Estado: “En esa situación te haces insensible al sufrimiento de los demás”: “Nunca me he alegrado de la muerte de alguien, posiblemente de la de Franco y la de Carrero Blanco”. En este último atentado, el perpetrado en 1973 contra el almirante franquista, “participé indirectamente”, señala, en referencia al robo de los explosivos empleados.

"Matar no es un placer para nadie"

Durante toda la entrevista ‘Ternera’ no muestra signos de arrepentimiento. Asegura que “matar no es placer para nadie, tampoco para quien hace la acción, es una mochila que llevará hasta el final de los días”. La suya, su ‘mochila’, afirma que es pesada y que la arrastra “con un montón de cosas”. Concluye que en su vida ha sido consecuente con lo que pensaba, hasta que fue consciente de que la “lucha armada” había perdido su sentido: “La organización siempre ha escuchado lo que ha dicho el pueblo y en esos momentos dijo que ya no era un conflicto político-militar”, señala en referencia a la reacción de la sociedad vasca tras el asesinato de Miguel Angel Blanco: “Aquello no lo viví ni como una victoria ni como un fracaso”.

El arrepentimiento sólo lo aplica al final de su trayectoria. Apunta que algunos aspectos sí le provocan un sentimiento de arrepentimiento, “como el no haber hecho más para que esto acabara antes”. Señala que en 2006 se desligó de ETA, que negoció con Zapatero en 2005 en clave de final y que ETA no le respaldó, y por eso enviaron a otro interlocutor, a ‘Therry’. Hasta el final, en 2018, cuando puso voz a la “disolución” de ETA en el pueblo.

No muestra intención alguna de colaborar con el esclarecimiento de los cientos de atentados sin resolver. Sí reconoce su participación en el atentado contra quien fuera alcalde de Galdakao, Víctor Legorburu, en 1976, que quedó impune tras la Ley de Amnistía de 1977. Crimen cuya autoría una de sus víctimas, Francisco Ruiz, escolta de Legorburu, conoce gracias a No me llames Ternera, y cuya reacción también se incluye en el documental: “No creo que lo sienta como dice, le diría que me pida perdón y reconozca todos los crímenes, yo soy hombre de paz. No sé si llegaríamos a darnos la mano, pero nunca llegará ese día”.