José Antonio Urrutikoetxea (Miravalles, Vizcaya, 1950), más conocido por su nombre de guerra, Josu Ternera, fue detenido por primera vez a las afueras de Bayona (Francia) el 11 de enero de 1989. Ya entonces era un destacado miembro de la dirección de ETA.

El 12 de mayo de ese mismo año, el juez Baltasar Garzón, la fiscal Carmen Tagle y el comisario Pedro Díaz-Pintado acudieron a la prisión de Fresnes, al sur de París, en el marco de una comisión rogatoria a instancias del juez de la Audiencia Nacional Carlos Bueren. El juez francés Michel Legrand fue el encargado de preguntarle al preso, pero este siempre contestaba de la misma forma: "Je n'ai rien à dire" ("No tengo nada que decir").

Garzón entró en acción y le sometió a un duro interrogatorio. Ternera permaneció impasible y le largó una soflama sobre las libertades en Euskadi. En un momento, el juez español le preguntó si matar niños era compatible con la lucha por la independencia. Entonces, el cabecilla de ETA contestó en castellano: "Cuando hablemos de las torturas que practican contra nosotros en las cárceles españolas, entonces hablaremos de eso". Ya en francés, inquirió a Legrand sobre quiénes eran esas personas. Una vez conocidos sus nombres y en calidad de qué estaban allí, Ternera exclamó: "¡No reconozco la jurisdicción española. No voy a contestar!".

En ese momento, la fiscal Tagle le susurró a Díaz-Pintado: "¡Valiente hijo de puta!". Pero Ternera debió escucharla, porque en ese momento le lanzó una mirada de odio de la que Garzón dijo: "No se me olvidará nunca".

Al regresar a Madrid, Díaz-Pintado comentó en la Audiencia Nacional: "Esta mujer trae firmada su sentencia de muerte".

Cuatro meses después de que Ternera acribillara con su mirara a la fiscal, Carmen Tagle era asesinada a tiros al entrar en su casa de Madrid por Henri Parot, entonces miembro del Comando Argala.

Todo esto lo cuenta Florencio Domínguez en su libro Josu Ternera, una vida en ETA (La esfera de los libros, 2006). Un texto de obligada lectura para los que no quieran borrar la historia, y, en especial, para los que quieran ver con perspectiva el documental No me llames Ternera, que se estrenará en el festival de cine de San Sebastián el próximo día 22.

La relación entre la mirada de Ternera y el asesinato de la fiscal no es la especulación de un juez y un policía impresionados por la altanería del etarra y su actitud desafiante ante los representantes de la Justicia. Posteriormente, Parot, el hombre que apretó el gatillo, declaró ante la Guardia Civil que en la decisión de asesinarla, de señalarla como objetivo de ETA, influyó el interrogatorio a Ternera. Más tarde, el hombre que ordenó matarla, Francisco Múgica Garmendia, alias Pakito, también declaró que en su decisión se tuvo en cuenta el interrogatorio a Ternera.

Este es el hombre a quien ha entrevistado durante horas Jordi Évole. Alguien capaz de sentenciar a muerte a una persona con la sangre fría de un asesino en serie.

La libertad de expresión implica escuchar también a los asesinos. El problema no es la conversación con el etarra, sino la imagen que quede de él tras la entrevista. Sólo sin piedad se puede hablar con un hombre que ha dejado un reguero de cadáveres a su paso

No me detendré en su sanguinario historial. Tan sólo mencionar que, tras ser entregado a España y ser puesto en libertad después de casi diez años en prisión, en 2002 se dio a la fuga cuando fue procesado por el atentado a la casa cuartel de Zaragoza (1987) en el que murieron 11 personas, entre ellas seis niños, y por el que la Fiscalía le solicita 2.354 años de prisión. Ahora vive en el sur de Francia en semilibertad y a la espera de extradición a España.

Apunto, además, que, después de su fuga, volvió a integrarse en la dirección de ETA y participó en las negociaciones que la banda mantuvo con el gobierno de Rodríguez Zapatero durante 2005 y 2006 y que concluyeron con el atentado de la T-4 en Madrid. Ya entonces, Ternera era una figura en declive. La voz cantante la llevaba Javier López Peña, alias Thierry, quien, en la última reunión con los enviados del Gobierno, amenazó: "¡Id preparando las corbatas negras!".

Curiosamente, Thierry nació en Galdacao (Galdácano, Vizcaya), localidad en la que en 1976 fue asesinado Víctor Legorburu cuando era su alcalde. En el documental que se emitirá el próximo día 22, Ternera reconoce que participó en dicho asesinato, por el que no fue procesado en su día. Aquel atentado no tuvo como consecuencia ninguna condena, ya que quedó amparado por la ley de amnistía de octubre de 1977.

El revuelo que ha causado la emisión del documental es entendible. Un grupo de unas 500 personas (entre ellas filósofos como Fernando Savater; escritores como Félix de Azúa, Andrés Trapiello o Fernando Aramburu -autor de Patria-, y políticos y víctimas de ETA, como Maite Pagazaurtundua, Rosa Díez o Mari Mar Blanco) ha firmado una carta (Contra el blanqueamiento de ETA y Josu Ternera) en la que se solicita al director del festival, José Luis Rebordinos, la retirada de la película porque "nadie admite hoy un relato similar aplicado a la apología ni justificación de otras formas de violencia, sea étnica, sexual o social".

No he visto el documental y, por tanto, ni puedo dar mi opinión sobre él ni mucho menos oponerme a su emisión. Ignacio Varela calificaba ayer en El Confidencial la postura de los autores de la carta como "censura previa". Tiene razón. La libertad de expresión implica escuchar también a los asesinos, aunque sólo sea para ahondar en nuestra repulsa moral sobre sus actos.

Sentado este principio, conviene repasar algunos aspectos para entender en toda su extensión la verdadera dimensión del debate.

El primero, el contexto. El documental -que luego podrá verse en una plataforma de pago- se estrena en San Sebastián, ciudad en la que ETA cometió decenas de atentados. Para las víctimas no debe ser plato de gusto ver el retrato del jefe más emblemático de la banda en las principales calles de la ciudad como si fuera Brad Pitt.

Llega además en un momento en el que Batasuna lleva a cabo una operación de blanqueamiento de ETA que implica, entre otras cosas, homenajear a sus asesinos, como vimos la semana pasada en la competición de traineras de La Concha. Su líder, Arnaldo Otegi, aún no ha condenado a la banda asesina a la que perteneció. El relato de la Batasuna de hoy no dista mucho del que era en los tiempos en los que Ternera ordenaba asesinar a personas inocentes: la violencia de ETA es la respuesta a la violencia del Estado represor. Es decir, que tenía una causa justa.

El festival de San Sebastián tiene dos varas de medir a la hora de admitir o no determinadas películas o documentales. Como bien recordaba Aramburu en declaraciones recogidas por El País: "El señor Rebordinos cerró la puerta a Vox al festival, partido que dice sus cosas, sin duda discutibles, pero que yo sepa no se dedica a colocar bombas ni a pegar tiros en la nuca".

Resaltando este doble rasero, el cineasta bilbaíno Iñaki Arteta contaba ayer en una entrevista a Mikel Segovia en El Independiente cómo el festival de San Sebastián se negó a proyectar en 2020 su película Bajo el silencio, sobre la misma temática, sin darle ninguna explicación. Arteta afirma en la misma conversación que "el festival no ha sido ejemplar por su sensibilidad hacia las víctimas o contra el terrorismo".

Por último, Évole es un magnífico profesional de la comunicación, pero con abierta simpatía hacia posiciones de izquierda. Esto no tiene nada de particular, pero hay en cierta izquierda la tendencia a ser comprensivo con un tipo concreto de terrorismo, el que se reviste de motivación política y justiciera.

La clave, por tanto, no está en la entrevista en sí, sino en la manera en la que Évole interrogue al etarra. Complaciente no será. Eso seguro. Pero ¿le retratará como lo que es, un asesino en serie de la peor especie? ¿O bien como un hombre que se equivocó y ahora suplica clemencia?

Me gustaría que Évole le crucificara como creo que haría con El Prenda de La Manada si es que algún díe llega a entrevistarle. Sin piedad.

Sólo sin piedad se puede conversar con un hombre que ha dejado a su paso un reguero de cadáveres y que todavía está pendiente de ser juzgado en España por la masacre de la Casa Cuartel de Zaragoza. La comprensión sería un insulto a las víctimas y a los que creemos que en ningún caso se las puede poner al mismo nivel que a sus asesinos.