Durante sus últimas semanas en Birmania, se acostumbró a cambiar cada noche de cama, esquivando a los militares que lo habían convertido en su enemigo público número uno. El periodista birmano Mratt Kyaw Thu acaba de llegar a España tras una travesía de infarto, digna de una película de Hollywood. “Ha sido mucho peor que en ‘La Terminal’”, relata Kyaw Thu, de 30 años, en una entrevista con El Independiente.
Como en la cinta protagonizada por Tom Hanks, el joven reportero escapaba de un golpe de Estado que denunció con vehemencia, desnudando las miserias de los generales que el pasado 1 de febrero, en vísperas de la constitución del nuevo Parlamento, hicieron desfilar los tanques por la capital y ordenaron el arresto del presidente Win Myint y la consejera de Estado, la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi.
He pasado un mes en un centro de detención de Fráncfort. Era como una prisión
Mratt, que desde el pasado abril arrastra una orden de arresto dictada por la junta militar, logró huir del país y obtener un visado Schengen en la embajada española de un país vecino. Fue entonces cuando comenzó la que debía ser la parte más sencilla del periplo. En la escala alemana, sin embargo, el rumbo se torció y durante las cuatro siguientes semanas permaneció atrapado en el aeropuerto internacional de Fráncfort. Las autoridades germanas le denegaron la solicitud de asilo, amparándose en que, en virtud del Tratado de Dublín, debía ser el país de destino, España, el encargado de tramitarla.
“He pasado un mes en un centro de detención de Fráncfort. Era como una prisión”, relata el periodista, una auténtica referencia en su país con más de 260.000 seguidores en Twitter y un trabajo valiente que ha expuesto las mentiras del consejo militar que preside el comandante en jefe de las fuerzas armadas, Min Aung Hlaing. “Al menos en la película ‘La Terminal’, el protagonista podía ir de tiendas y comprarse cosas, tomarse un café y tener una cita con una chica”, bromea Mratt, colaborador de –entre otros medios- la agencia Efe y las publicaciones locales Frontier Myanmar y The Myanmar Times. “Yo, en cambio, tuve que permanecer en mi habitación y no podía caminar más de cien metros. Todo lo que podía hacer era comprar un Coca-Cola en una máquina expendedora”, detalla.
El protocolo diseñado para evitar la propagación del Covid-19 complicó aún más las cosas, manteniéndolo incomunicado durante diez días. "En diez días no pude pedir prestado un libro, usar mi teléfono móvil ni internet. Ni siquiera podía comunicarme con la gente porque no hablaban inglés. La mayor parte del tiempo lo pasé esperando a que alguien me llamara por teléfono”, rememora recién aterrizado en Madrid.
Una novelesca huida
“Estoy feliz. Me siento libre porque desde aquí puedo escribir de lo que quiera e incluso caminar y presentarme como periodista a toda la gente con la que me encuentro”, replica el reportero mientras pasea, despreocupado, por las calles de la capital. Antes de poner tierra de por medio con Birmania, Mratt tuvo que emprender una novelesca huida. “El 11 de marzo la división de infantería ligera número 77, notoria por haber asesinado a rohinyás en el estado de Rakáin, aparecieron por mi calle. No sé si venían a por mí pero, por fortuna, yo no estaba allí para comprobarlo”, narra el periodista.
“Un vecino fotografió a los soldados y me envió las imágenes. Me pidió que no regresara y que me fuera. A finales del mes de marzo abandoné Rangún”, rememora. Durante las semanas previas, optó por pernoctar en ubicaciones siempre diferentes. “Había hecho una entrevista con un general desertor que había sido el primero en sumarse a los movimientos de desobediencia civil y desde la televisión estatal, controlada por los militares, me acusaron de propagar noticias falsas e incluso difundieron mi nombre públicamente. Decidí dormir en casas de amigos. Si me atrapaban, sabía que me torturarían o incluso algo peor: me harían desaparecer, como habían hecho ya con miembros de la Liga Nacional para la Democracia”.
Si me atrapaban, sabía que me torturarían o incluso algo peor: me harían desaparecer
Birmania ocupa el puesto 140 de 180 en la última clasificación anual de Reporteros sin Fronteras. Desde la asonada, los periodistas han sufrido ataques con munición, las redacciones han sido objeto de redadas y la red de telefonía ha fundido a negro en varias ocasiones con el propósito de ahogar cualquier tentativa de arrojar luz. Desde febrero, la represión ha dejado más de 700 civiles muertos, entre ellos niños, y más de 3.000 detenidos. Hasta tres destacados opositores han muerto bajo custodia.
En su espantada, Mratt pasó semanas en zonas apartadas y de difícil acceso de Birmania. “Había ocasiones en las que no lograba tener acceso a internet durante cinco días”, señala Mratt. Su trabajo, no obstante, llevaba más de un lustro en el radar del estamento militar. “Para ser precisos, desde 2016. Creo que fui el único periodista que presenció la escalada militar contra los rohinyás. Los medios locales e internacionales usaron mis informaciones como fuente frente a la agencia de noticias estatal. Fue así como tanto el partido gobernante como los militares repararon en mi”.
Su determinación de levantar acta de la limpieza étnica de la minoría de credo musulmán que habita el oeste del país –de mayoría budista- mereció en 2017 el premio Kate Webb de la agencia de noticias France Presse. Según la ONU, el genocidio sistemático a manos del ejército y la policía birmanos se ha cobrado más de 25.000 vidas y ha obligado a abandonar sus hogares a más de 725.000 personas.
Incluido ahora en la lista de fugitivos de Birmania, Mratt confía en iniciar pronto los azarosos trámites del asilo que España concede con cuentagotas. Según el informe del año pasado de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, nuestro país sólo ofreció protección internacional al 5,2 por ciento de los solicitantes, lejos del 31 por ciento de media de los países de la Unión Europea. “En algún momento llegué a tener miedo de que me deportaran a un país tercero y viví bajo mucha ansiedad pero ahora solo quiero continuar con mi trabajo. Es mi pasión y es todo lo que deseo”, concluye.
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