“El 11-S se pudo evitar”, responde tajante Ali Soufan. Nadie como él conoce los entresijos de la investigación previa a los ataques que estremecieron al planeta y la búsqueda a contrarreloj de los cerebros vivos de Al Qaeda cuando los atentados ya habían sucedido y su país inauguró una cacería en la que las torturas, desde Irak hasta Guantánamo, se propagaron como una plaga. Soufan es uno de los agentes antiterroristas del FBI que persiguió por medio mundo el rastro de Osama Bin Laden en los años de plomo desde 1997 hasta 2005, en plena resaca del 11-S.

“No se compartió información de inteligencia. Por ejemplo, no se trasladó uno de los encuentros preparatorios que se habían producido en el sudeste asiático. Yo creo que con esos datos podríamos haber abortado el 11-S en su fase embrionaria”, comenta Soufan en una entrevista a El Independiente. El plan inicial de Al Qaeda era atentar simultáneamente en Estados Unidos y el sudeste asiático pero “fue abandonado después porque era demasiado complicado”.

“Hoy tenemos muchos detalles de cómo tropezamos en la planificación inicial del 11-S en suelo asiático y cómo la red de servicios de inteligencia deberían haber informado de aquello. Hasta la propia comisión de investigación del 11-S reconoció que no se compartió la información necesaria con el equipo USS Cole que yo dirigía en el FBI”, recuerda Soufan. En los meses previos a los atentados, concretamente desde noviembre de 2000, el detective había litigado con la CIA para obtener sus pesquisas sobre unas reuniones de miembros de Al Qaeda en Malasia y una serie de conexiones que les habían llevado hasta Yemen y Bangkok.

La CIA jamás accedió a proporcionar lo reclamado. “Esa fue una de las oportunidades en las que el 11-S pudo ser detenido. Si la información hubiera sido compartida a su debido tiempo y a través del canal oportuno, probablemente aquel día hubiera sido diferente en la historia de Estados Unidos”, admite Soufan. Hace un año publicó en inglés “Banderas negras, cómo la tortura hizo descarrilar la guerra contra el terror después del 11-S”, un libro que había sido publicado inicialmente una década antes con párrafos enteros censurados por orden de la CIA.

Extracto del libro de Soufan. A la derecha, la versión censurada por la CIA en 2011. A la izquierda, la edición desclasificada publicada en 2020.

Una resolución judicial permitió el año pasado que el volumen viera la luz pública en su versión original, libre de corsés. El relato es un espeluznante recuento de las vejaciones a las que la CIA sometió sistemáticamente a los detenidos en la cruzada que abrió el 11-S. “Más de 3.000 inocentes fueron asesinados el 11-S pero mucha de la información que se obtuvo después sobre lo que sucedió no pudo usarse para perseguir a nadie porque procedía de 'black sites' [centros clandestinos de detención de la CIA]. Ni siquiera pudo emplearse ante tribunales militares”, lamenta.

La prisión iraquí de Abu Ghraib, tras la difusión de las imágenes de los abusos en 2004, se convirtió en uno de los episodios más oscuros de aquella ofensiva que comenzó en Afganistán. En sus memorias, Soufan rescata el papel de comandante general Geoffrey Miller, que en 2002 asumió su cargo al frente de Guantánamo y “rehusó escuchar a los profesionales que hacían los interrogatorios en la base y autorizó el uso técnicas coercitivas para los interrogatorios”. Un año después, fue enviado a Irak “para asesorar a quienes gestionaban la cárcel de Abu Ghraib”.

"Más de 3.000 inocentes fueron asesinados el 11-S pero mucha de la información que se obtuvo después sobre lo que sucedió no pudo usarse para perseguir a nadie porque procedía de centros de detención clandestinos»

“La tortura dañó la guerra contra el terror. El pueblo estadounidense fue engañado en una campaña que promovió la tortura”, señala Soufan. Una guerra sucia que fue en vano y que se terminó revelando contraproducente porque alimentó precisamente al enemigo e incrementó el reclutamiento de los grupos yihadistas. “Todo aquello supuso una disrupción permanente. La tortura arruinó el buen trabajo y el flujo de información”, subraya.

El detective vivió de primera mano los perversos efectos de las vejaciones a los detenidos. Abu Zubaydah fue un miembro de Al Qaeda que fue capturado poco después de los ataques. Había resultado gravemente herido y Soufan se encargó personalmente de mantenerlo con vida para protagonizar luego diez días de interrogatorios. “Aquella larga conversación fue extremadamente importante. Logramos que nos proporcionara mucha información sobre los preparativos pero lamentablemente la tortura detuvo todo flujo de información”.

Soufan, desvinculado ya de la administración estadounidense y al frente hoy de un centro de análisis antiterrorista, sostiene con ciertas reservas que la tortura que se inició hace veinte años -mezclada con la sed de venganza por el 11-S- es cuestión de pasado. “Espero que hayamos aprendido la lección de la tortura. Hay que reconocer que la CIA cambió y permitió que mi libro fuera desclasificado y la verdad viera la luz. La transparencia es extremadamente importante para aprender lecciones basadas en hechos, no en ficción”, replica.

-Dos décadas después, ¿qué zonas quedan en sombra del 11-S?
-Aún queda mucho por saber pero es cierto que sabemos con cierta claridad mucho de lo que sucedió a nivel operativo: cómo surgió la idea de los ataques y cómo fueron de una fase a otra, cómo seleccionaron a los pilotos y a los secuestradores. Existen, sin embargo, otros puntos que desconocemos. Las familias de las víctimas mantienen una demanda para recabar más información. Yo reconozco que no conocemos todo lo que sucedió. Con suerte un día sabremos toda la verdad del 11-S.

"Si la información hubiera sido compartida a su debido tiempo y a través del canal oportuno, probablemente aquel día hubiera sido diferente en la historia de Estados Unidos"

Una confesión que Soufan firma sin titubeos. ¿Un nuevo 11-S sería hoy posible en suelo estadounidense o europeo? “Es algo que tampoco podemos afirmar a ciencia cierta. Esperemos que no. Hemos ejecutado una serie de protocolos, al menos en EEUU, para prevenir que ocurran con una mejor estrategia para compartir información de inteligencia. Pero también resulta evidente que todo eso se ha centrado en los yihadistas. Otro tipo de grupos podrían llevar a cabo ataques exitosos evitando estos parámetros. Lo deseable es que el espionaje y aquellos que se dedican a aplicar la ley estén más preparados en esta ocasión”, indica.

La efemérides coincide con una nueva radiografía del movimiento que representa a la yihad global. Algunos de los actores que hace veinte años ordenaron los ataques han desaparecido. Bin Laden fue la pieza más preciada en caer pero también su hijo Hamza, el que estaba llamado a heredar su red del terror y liquidado en un ataque estadounidense. “No tengo ya mucha información sobre su familia pero Bin Laden tuvo muchos hijos y no es improbable que alguno de ellos trate de seguir sus pasos. Hamza, no obstante, era el que había sido educado para sucederle”, estima Soufan. “Algunos de los viejos camaradas de Osama, que trabajaron con él desde el principio de la organización, siguen hoy ahí. Como Ayman al Zawahiri, que lidera el grupo desde Pakistán”, advierte.

"Los países occidentales deben crear un sistema para al menos hacerse cargo de los hijos de los yihadistas que se encuentran en campos en Siria y rehabilitarlos porque, si no, serán la futura generación de terroristas»

-¿Cuáles son hoy los desafíos que enfrentan los estados para luchar contra el terror?
-Hay muchos pero uno de los temas que deberíamos tener en mente es el de los ciudadanos occidentales que se unieron al autodenominado Estado Islámico en Siria e Irak junto a sus familias, mujeres e hijos. Muchos de ellos están aún en campos de refugiados y los países occidentales deben crear un sistema para al menos hacerse cargo de los menores de edad y rehabilitarlos porque, si no, serán la futura generación de terroristas. Occidente debe también perseguir a sus ciudadanos que se alistaron al IS modificando las leyes y redactando leyes más duras.

Soufan no siente nostalgia por los años que sucedieron al 11-S, cuando se pateó el mundo tratando de recomponer las piezas de aquello que saltó por los aires un martes de 2001. “Estábamos todos muy ocupados intentando básicamente impedir otro ataque y velando porque el mundo fuese un lugar más seguro. La mayor parte del tiempo la gastamos en las primeras líneas del frente. Fue un tiempo con muchos retos y con muchos problemas”, puntualiza.

Acabó dejando su trabajo en el FBI en 2005. Tiró la toalla cuando presenció con pavor cómo la CIA encargaba un ataúd para confinar a Zubaydah, el terrorista que se había sincerado con él y que había enmudecido cuando las torturas hicieron acto de presencia. “Llamé a la central del FBI y les dije: 'No puedo seguir aquí. O me marcho o arresto a alguien'. Más allá de la inmoralidad de aquellas técnicas, no podía apoyar maltratar a alguien en lugar de conseguir información para salvar vidas”.