Los tres meses de guerra han sido su puntilla. La invasión rusa de Ucrania se ha cobrado un reguero de víctimas. Entre las bajas, también figuran la verdad y el periodismo. El Kremlin, que durante años estrechó el cerco sobre la información, ha aplicado la definitiva vuelta de tuerca a los últimos refugios del periodismo independiente del país. “La situación es terrible”, lamenta en conversación con El Independiente Dmitry Kolezev, uno de los reporteros rusos que resistieron las presiones hasta que terminó abandonando Rusia en marzo.

“La mayoría de los medios independientes han sido bloqueados, algunos han sido clausurados y otros han optado por cerrar, porque resulta casi imposible trabajar en estas circunstancias”, comenta Kolezev desde el exilio. Muy crítico con las autoridades, durante años fue una preciada fuente de información para los rotativos internacionales. Actualmente es el redactor jefe de Republic, una cabecera rusa centrada en la actualidad política y económica que mantiene su labor a pesar de las presiones gubernamentales. Una treintena de periodistas nutren su hilo.

Desde finales de febrero, el cese de operaciones de medios independientes rusos ha sido constante. El 1 de marzo el Roskomnadzor -la agencia gubernamental encargada de vigilar el panorama mediático ruso- expulsó de las ondas al Echo of Moscow por su cobertura de la guerra. La dirección de la radio, un referente informativo desde el inicio de sus emisiones en 1990, acordó su cierre dos días después. Su frecuencia fue sustituida por la estatal Radio Sputnik. Una suerte similar corrió Dozhd, una televisión independiente nacida en 2010. El 3 de marzo su director general anunció “el cese temporal de las operaciones”. Contactados por este diario, los trabajadores de ambos medios han rehusado hablar.

Los periodistas que han optado por quedarse en Rusia están bajo la amenaza de ser perseguidos penalmente. E incluso yo, que me he ido, no puedo escribir libremente, porque mis textos pueden poner en peligro a los colegas que permanecen en Rusia.

Dmitry Kolezev, REDACTOR JEFE DE REPUBLIC

Años de acoso y derribo

Desde entonces, el acoso y derribo de los últimos altavoces del periodismo libre ha ido en aumento. Dmitry Muratov, redactor jefe de Novaya Gazeta, sufrió un ataque por un desconocido en un tren. A finales del año pasado recibió junto a la filipina Maria Ressa el premio Nobel de la Paz por “sus esfuerzos para salvaguardar la libertad de expresión, que es una condición previa para la democracia y la paz duradera”. Novaya Gazeta era el último rotativo crítico con el Kremlin que gozaba de alcance nacional hasta su adiós el 28 de marzo, tras recibir la segunda amonestación del Roskomnadzor. Durante semanas Muratov resistió editando dos versiones, en ruso y ucraniano. Desde abril una edición internacional se edita en Letonia.

“No queda ya ningún medio de comunicación independiente en Rusia que no haya sido designado como agente extranjero”, confirma con pesadumbre Peter Ruzavin, reportero de Media Zona. El digital para el que trabaja fue lanzado en 2014 por dos de las integrantes de Pussy Riot con el objetivo de sumar nuevas voces al anodino y controlado universo mediático de Rusia. “Primero se constituyó como un movimiento en defensa de los derechos civiles y de ahí se transformó en un medio de comunicación”, comenta Ruzavin, que durante los últimos meses ha seguido de cerca la invasión rusa desde Kiev y más tarde desde su refugio en Viena.

Contamos con algunas islas de resistencia, pero son muy pequeñas

Galina Timchenko, editora de Meduza

Los que resisten lo hacen en los márgenes. “Existen pequeños medios de comunicación en las regiones que se permiten al menos cubrir las protestas . Todos los demás están bloqueados, aunque siguen trabajando a través de VPN y en las redes sociales. Hay podcasts, canales de YouTube y Telegram. No hay más vida en los medios de comunicación convencionales, que están casi destruidos”, sugiere Kolezev. “Hay demasiados riegos, incluidos personales, para los periodistas. Contamos con algunas islas de resistencia, pero son muy pequeñas”, narra Galina Timchenko, editora de Meduza, otro de los medios que mantienen la batalla.

Media Zona no ha escapado a los reveses que han padecido el resto de medios independientes. Su acceso ha sido prohibido intramuros de Rusia y el uso de VPN -la tecnología empleada para sortear el bloqueo- se ha vuelto imprescindible. “En situaciones de crisis como ésta el tráfico siempre aumenta aunque es cierto que nos ha hecho daño el bloqueo”, reconoce. En su caso, la página web ha mantenido el pulso a las autoridades, negándose a cerrar. “Los medios que tenían sus recursos y su sede dentro de Rusia no han tenido más remedio que dar por finiquitado su trabajo. Media Zona ha seguido trabajando porque hace un año, cuando comenzó la campaña que nos designó como agente extranjero, decidimos que parte de la redacción se marchara del país y trabajara desde el extranjero”.

Vladimir Putin atiende a un consejo económico en Moscú. EFE

El camino del exilio

El exilio se ha convertido en la única opción para decenas de reporteros que se han negado a aceptar las cada vez más rigurosas mordazas impuestas por Moscú. “La censura está en todas partes, incluso entre la oposición rusa. Nadie quiere escuchar lo que le resulta incómodo”, denuncia en declaraciones a este diario Alina Winter, reportera de Sota Vision, otra de las cabeceras independientes rusas. Winter fue primero abogada de la fundación anticorrupción establecida por el líder opositor Alexey Navalny. Ahora, en cambio, informa desde Lituania, uno de los países europeos elegidos por los profesionales del periodismo ruso para guarecerse del fuego hostil.

La represión informativa, no obstante, sumó sus primeras líneas hace años. “Nuestros redactores ya habían trabajado a distancia, por lo que no resulta un gran problema trabajar desde diferentes ciudades y países”, comenta Kolezev. “Otra cosa es que los periodistas que han optado por quedarse en Rusia estén bajo la amenaza de ser perseguidos penalmente. E incluso yo, que me he ido, no puedo escribir libremente en Republic, porque mis textos pueden poner en peligro a los colegas que permanecen en Rusia. De hecho, no podemos trabajar plenamente y cubrir la guerra”, admite.

La censura está en todas partes, incluso entre la oposición rusa

ALINA WINTER, PERIODISTA SOTA VISION

Unas líneas rojas que alcanzan incluso a la propia denominación de la guerra, negada entre las fronteras de Rusia. “Por desgracia, muchos de nuestros reporteros están abrumados y confundidos por las leyes cada vez más y las amenazas del Kremlin. Los que permanecen en Rusia no se sienten seguros, lo que afecta a su capacidad de trabajo. La gente hace lo que puede en esta situación, pero está lejos de la libertad de prensa que imaginamos”, desliza. Y las restricciones no parecen agotarse. La Duma estudia un proyecto de ley que, de aprobarse, permitirá el cierre arbitrario de medios de comunicación, sin orden judicial, e incrementará el número de periodistas procesados por compartir información.

Mucha gente en Rusia ha decidido en estas circunstancias y como reacción a lo que está sucediendo vivir en su burbuja y aceptar la censura creciente

Peter Ruzavin, reportero de Media Zona

Nuevos golpes legislativos

“Si bien el panorama ruso de los medios de comunicación sobre 'noticias falsas' sobre el ejército ruso y las agencias gubernamentales en el extranjero, este proyecto de ley es un nuevo golpe a la libertad de prensa e impide de hecho la existencia de cualquier información que contradiga la política del gobierno”, alertan desde el Comité para la Protección de Periodistas. Son nuevos zarpazos a una maltratada libertad de prensa. El 4 de marzo, apenas unas semanas después del inicio de la contienda en la vecina Ucrania, Putin promulgó unas enmiendas al código penal que establecen penas de prisión por difundir información "falsa" sobre el ejército. El 25 de marzo los diputados rusos ampliaron la ley e introdujeron castigos por la cobertura "falsa" sobre los organismos gubernamentales.

Es el momento más complicado de la Rusia moderna, también de mi vida

Peter Ruzavin, reportero de Media Zona

“Es el momento más complicado de la Rusia moderna, también de mi vida”, murmura Ruzavin, un periodista a mitad de Moscú y Kiev. “Mi esposa, también periodista, es ucraniana y he pasado los últimos seis años viviendo entre Moscú y Kiev”, esboza. “Para mí el principal reto como periodista hoy resulta ético. Somos periodistas rusos y estamos en mitad de una guerra que ha comenzado nuestro Gobierno. Son los soldados de mi patria los que están matando a los soldados y los civiles de un país vecino y hermano. Resulta muy difícil aceptar que los que gobiernan tu país son unos criminales”.

Para Winter, sin embargo, no existe otra alternativa que reincidir y persistir. “Aunque todo sea hoy tabú en mi país y no se pueda hablar ni siquiera de la guerra sino de la supuesta desnazificación, hay que seguir trabajando. El periodismo es mi vida”, indica la joven, afincada también en Lituania. “En el interior de Rusia, la situación es terrible. “Los periodistas son interrogados y amenazados con la apertura de causas penales y con la cárcel. Cientos de reporteros han abandonado el país. El mercado publicitario está prácticamente destruido. Las donaciones son difíciles de recaudar debido al colapso económico y al bloqueo de las tarjetas bancarias. Y los servicios extranjeros se niegan a trabajar con Rusia, incluso con los medios de comunicación independientes, lo que no hace más que empeorar la situación”, manifiesta Kolezev.

Acto del ala juvenil del Partido Comunista ruso en Moscú. EFE

Futuro sombrío

El país arrastra la consideración de un agujero negro informativo, una latitud donde el periodismo que ha sobrevivido sirve lealmente al poder y sus mentiras. “Yo creo que no estamos en el contexto de una nueva Corea del Norte. Es cierto que el acceso a los medios de comunicación independientes ha sido ampliamente bloqueado pero quienes acceden a fuentes alternativas dentro del país lo pueden hacer. Otra cuestión es que mucha gente en Rusia haya decidido en estas circunstancias y como reacción a lo que está sucediendo vivir en su burbuja y aceptar la censura creciente”, indica Ruzavin. “Y desafortunadamente el aislamiento seguirá creciendo en el futuro”.

Rusia y el resto del mundo continuarán construyendo un muro, cada vez más alto

Peter Ruzavin, reportero de Media Zona

Un pronóstico sombrío que comparte Kolezev, también desde el destierro: “Si el régimen de Putin continúa, resulta poco probable que Rusia tenga medios de comunicación independientes en los próximos años. El tiempo de los medios de comunicación libres ha terminado. Lo que viene es un calco de lo que sucede en China, donde todos los medios están controlados por el Gobierno y cualquier paso al lado se percibe como un crimen”, predice. “Al mismo tiempo, los periodistas, incluso en los canales estatales, renuncian y no quieren trabajar para este Estado. Los periodistas rusos huyen del país. Fundarán medios de comunicación en el extranjero. Parece la Bielorrusia de 2020, con medios de comunicación partidistas en Telegram y otras plataformas. La información libre se seguirá transmitiendo, aunque de forma muy limitada”.

A disgusto, el periodismo libre parece haber unido su destino a la suerte que corra el inquilino del Kremlin, el hombre que lo apostó todo -su propia supervivencia y el futuro de su país- a la invasión y ocupación del país vecino. “Rusia y el resto del mundo continuarán construyendo un muro, cada vez más alto. No creo que exista ninguna posibilidad de que mi país se vuelva más liberal y democrático en los próximos años. No, al menos, hasta que Putin muera o el régimen cambie drásticamente”, opina Ruzavin. “Me niego a dejar el periodismo. Es más necesario que nunca. Estamos aislados de la audiencia en Rusia, pero todavía hay gente que necesita información alternativa. Tenemos el deber profesional de registrar lo que ocurre en nuestro país, aunque tengamos que abandonarlo. Estos días trabajo más que de costumbre y constato un enorme interés de los lectores”, concluye.