Algunos días me siento afortunada de estar viva y de que nadie criará a mi hijo excepto yo; otros días me levanto deseando haber muerto, con la destrucción alrededor y después de haber caminado durante horas en busca de un lugar seguro”. Habla Alaa Maadi, una joven gazatí de 23 años que pasó unos meses en Murcia el año pasado durante sus estudios universitarios y que sobrevive ahora atrapada en la Franja de Gaza bajo la campaña de ataques indiscriminados del ejército israelí que se ha cobrado ya cerca de 19.000 vidas.

La conversación con Alaa se desarrolla en una sucesión de actos, obligada por los instantes diarios en los que recupera internet y la conexión con el mundo. Entre esos momentos fugaces pueden abrirse días enteros sin recibir noticias de ella. “Lo siento, he pasado varios días sin internet”, se excusa cuando vuelve a dar señales de vida. A 3.500 kilómetros, Alaa batalla a diario en un territorio que ha sobrevivido a 16 años de bloqueo y que desde el pasado octubre, sin suministro de luz ni agua, vive sometido a unos ataques aéreos que han barrido barrios enteros. Más de la mitad de los edificios han sido dañado o destruidos por el plomo.

“Me llamo Alaa Maadi; soy una palestina de Gaza de 23 años, con una doble licenciatura y ex estudiante de intercambio en España”, desliza. El año pasado Alaa se casó. Su hijo Adam nació hace cuatro meses y con él a cuestas se ha desplazado en las últimas semanas buscando un refugio en el sur de la Franja de Gaza, mientras el ejército israelí firmaba una operación terrestre en el norte y centro de un territorio de 41 kilómetros de largo y con una superficie similar a la de la isla de La Gomera.

Situación de una escuela convertida en refugio para desplazados en el sur de Gaza.

Cinco guerras y no me acostumbré a las escenas de matanzas, a los sonidos de los bombardeos...

“Soy hija de una familia sencilla, esposa de un marido adorable y madre de un niño pequeño. He sido testigo y he vivido cinco guerras israelíes y varias agresiones más. Cinco guerras y no me acostumbré a las escenas de matanzas, a los sonidos de los bombardeos y a los gritos y a la sensación de dolor y pánico”, relata desde Rafah, un distrito de Gaza fronterizo con Egipto en el que vive acogida por una familia. La guerra ha obligado a desplazarse hasta la zona a 1,8 millones de gazatíes.

Una madre en busca de alimento para su bebé

Alaa narra escenas de hacinamiento y una situación agravada por la falta de medidas de higiene, la propagación de enfermedades y la llegada del frío y la temporada de lluvias. En las últimas imágenes que comparte se abre paso entre tiendas de campañas levantadas para los desplazados y plantadas en mitad del fango que ha provocado la climatología. Una situación que por primera vez Alaa vive como madre. “Esta guerra significa más tortura para mi. Por primera vez soy madre y, además del miedo a una muerte que veo cercana, descubro cómo las simples rutinas diarias se han vuelto más duras”, esboza.

Imágenes de destrucción en Gaza captadas por Alaa.

Los bombardeos se han cebado con la población civil, especialmente con mujeres y niños. De los 18.787 muertos, según el ministerio de Sanidad de Gaza, más de 7.700 son niños y 5.000 mujeres. Hay varios miles de personas desaparecidas, sepultadas bajo los escombros. El cierre y el ataque a las instalaciones sanitarias han reducido las posibilidades de supervivencia de los recién nacidos como Adam, sometidos a unas condiciones dantescas. El 74 por ciento de los hospitales de la Franja ya no están operativos. “Lo difícil que es buscar una rama de un árbol para cocinar y hacer fuego; lo difícil que es sostener cubos de agua para lavar la ropa con las manos y lo terrible es estar preocupada por tus padres debido a la interrupción de las comunicaciones”, detalla Alaa. Su familia -formada por seis hermanos- permanece en el norte.

“Esta guerra trae más dolor para mí y para todos los gazatíes. Trae una nueva inmigración, un futuro desconocido y una nueva hambruna por el camino”, lamenta la joven, inquieta también por el estrés que le impide alimentar a su hijo y la odisea de buscar alimento para el pequeño. “El pequeño Adam es tan inocente. Mi cuerpo ya no produce leche por el miedo y la desnutrición. No hay gas para preparar la leche y, cuando prendo fuego, no soy capaz de encontrar agua potable para hervir. La leche en polvo ha empezado a escasear en las farmacias. Tampoco quedan pañales. Siento que soy incapaz de arreglármelas. he perdido la energía, el control y los nervios”.

"Un sinfín de miserias diarias"

Las agencias de la ONU denuncian “la catástrofe humanitaria” que protagonizan los supervivientes de Gaza, desplazados a un territorio que ni siquiera es seguro porque no están libres de los bombardeos, en mitad de la falta de asistencia sanitaria y suministro de alimentos básicos y medicinas. Alaa proporciona instantáneas de la devastación en la que se mueve: edificios que han colapsado por los ataques; calles y plazas que han quedado totalmente desfiguradas… “Gaza ya no es Gaza. Era una franja entera pero hoy está dividida en tres regiones, empezando por el norte, la ciudad de Gaza, que fue completamente destruida y evacuada. Ahora está llena de soldados israelíes. Algunas familias permanecen allí porque se niegan a abandonar sus tierras”, alega.

Un restaurante callejero de falafel en Gaza

De las breves conversaciones que mantiene con los parientes y amigos que optaron por permanecer en el norte, Alaa repite sus palabras de desesperación. “Dicen que están viviendo entre los tanques, dispuestos a morir. Nadie puede hacer nada por ellos. No llegan las ambulancias ni tampoco los periodistas. Nadie está allí para rescatarles. Es como si fuera una tumba”, asevera.

La falta de combustible ha obligado a recurrir a medios más rudimentarios para moverse o alimentarse. Los carros tirados por burros han sustituido a los vehículos y los restaurantes que resisten preparan falafel -a base de garbanzos, cebolla, ajo y diferentes hierbas y especias- en parrillas de leña.

En mitad de la desolación, Alaa ha aprendido a buscar fuerzas para permanecer a flote. Por vaga que sea la esperanza de un final próximo. “Hay un sinfín de miserias. Siempre hay muchas tareas pendientes que hacer. En los días de lluvia lavo nuestra ropa con las manos y hay otros días que me despierto sin encontrar nada para desayunar…”, esboza. Alaa teme que ésta no sea su última mudanza, entre los rumores que vocean el plan israelí de expulsar a los gazatíes hacia la península egipcia del Sinaí. “No sabemos a dónde iremos después de concentrarnos en el sur. Puede que nos obliguen a trasladarnos al Sinaí. Nadie sabe cuál será nuestro destino”, concluye.