Hace un año la tierra sacudió violentamente la geografía abrupta del Atlas mostrando con crudeza las costuras de Marruecos, el abismo que separa sus desarrolladas zonas urbanas y las olvidadas y marginadas áreas rurales. El terremoto, de magnitud 6,8, se cebó con las remotas y empobrecidas aldeas del Atlas. Su difícil orografía y la falta de recursos impidió una asistencia rápida. Cerca de 3.000 personas perdieron la vida. Un año después, las promesas de reconstrucción que musitó el régimen de Mohamed VI no se han cumplido. Una realidad que alimenta ahora la ira de los supervivientes.
“La reconstrucción no va a buena velocidad”, reconoce en conversación con El Independiente Salaheddine Lemaizi, un reportero marroquí del periódico independiente Nass Media. Durante los últimos meses ha visitado en numerosas ocasiones el epicentro del seísmo para elaborar un informe de Transparencia Internacional sobre el alcance de la ayuda estatal prometida. Rabat destinó 11.000 millones de euros a una reconstrucción que sobre el terreno sigue siendo incierta. “En cuanto a las carreteras y el equipamiento público, hay muchas infraestructuras que aún no se han terminado o no se han empezado, como las escuelas o los ambulatorios. No es fácil porque se trata de una región montañosa”.
Desde hace días la prensa estatal marroquí ha cantado las bondades del plan de reconstrucción pero la realidad no ha pasado desapercibida para cabeceras locales como LeDesk. “En el epicentro del terremoto de Al Haouz, el olor a putrefacción de los primeros días de la catástrofe ha dado paso, un año después, al de desesperación entre las víctimas de los pueblos de Talat N'Yaacoub e Ighil”, arranca un reportaje que muestra la sombría existencia de quienes sobrevivieron al terremoto, alojados en tiendas de campaña. “En Talat N'Yaaqoub ha surgido en pocos meses un barrio de casetas. El antiguo mercado ha dado paso a un barrio informal formado por cachivaches, un zoco y viviendas improvisadas. Desde hace un año, y sin darse cuenta, los habitantes han construido su propio 'gueto'. Sus condiciones de vida y de salud son miserables”, detalla el reportaje.
El antiguo mercado ha dado paso a un barrio informal formado por cachivaches, un zoco y viviendas improvisadas. Desde hace un año, y sin darse cuenta, los habitantes han construido su propio 'gueto'
A la intemperie
“El nivel de frustración y desesperación es muy alto, entre otras razones porque las promesas eran enormes y la entrega muy deficiente”, confirma a este diario Fouad Abdelmoumni, director de la sucursal marroquí de Transparencia Internacional. Una indignación que durante los últimos meses ha abonado las protestas de las víctimas, en los confines del Atlas o en las calles de Rabat. “El primer obstáculo fue que la población no entendía cómo funcionaba el programa. Los criterios que estableció el Gobierno para tener acceso a la ayuda no eran fáciles. Se intentó reducir el importe de las ayudas”, indica Lemaizi. “Había dos tipos: para viviendas destruidas completamente y para aquellas parcialmente derruidas. La población se queja de que el Gobierno ha tratado de reducir el importe de las ayudas”.
Desde entonces las víctimas han denunciado, además, las trabas burocráticas y la falta de diálogo con la administración. La reconstrucción está a cargo del ministerio del Interior. “Los primeros días tras el terremoto el rey Mohamed VI insistió en que los criterios eran la equidad y la escucha de la población. En la práctica, nos encontramos con que la gente fue ignorada la mayor parte del tiempo”.
La sensación generalizada entre quienes prestan asistencia en el país vecino es que la ayuda oficial no ha resultado suficiente. Alrededor de 300.000 personas siguen esperando un hogar donde reconstruir sus vidas. "Si bien es cierto que, en muchas de las aldeas afectadas, se ha concedido permiso a la gente para reconstruir, y la mayoría de las familias afectadas que podían solicitar ayuda oficial del gobierno la han recibido, la cantidad no es suficiente para cubrir el coste de los materiales, y en muchas ocasiones la superficie o la porción de tierra que poseen no es segura para reconstruir", precisan desde Alianza por la Solidaridad-ActionAid.
Sin acceso a educación y sanidad
Las quejas alumbraron un movimiento social que se ha desplazado a los centros administrativos de la región e incluso a la capital marroquí. El Gobierno ha proporcionado ayudas mensuales de 250 euros para las 60.000 familias afectadas, que perdieron también sus fuentes de ingresos y que -como calamidad añadida- padecen ahora la sequía en una región agrícola. La mayoría de los supervivientes siguen viviendo en tiendas de campaña y alojamientos temporales. Cunde la desconfianza. Existen otras zonas de sombra como la falta de recursos educativos para los menores en edad de escolarización. “Es una economía que funciona en redes de apoyo familiares. Algunos hijos trabajan en grandes ciudades como Agadir, Casablanca o Marrakech y envían dinero a sus parientes”.
Las ONG han tratado de suplir la negligencia estatal. Aldeas Infantiles, por ejemplo, ha instalado aulas prefabricadas que permiten a 7.200 niños y niñas continuar con sus estudios, a pesar de las difíciles circunstancias. Además, 1.126 niños y niñas han tenido la oportunidad de acceder a programas de educación no formal y aprendizaje digital, facilitados a través de caravanas móviles que transitan las zonas afectadas.
Tampoco la asistencia sanitaria está siendo efectiva. "El apoyo a mujeres y niñas, que fueron las más afectadas por el terremoto, ha sido muy escaso. En los meses posteriores al terremoto se prestó asistencia sanitaria de urgencia; pero actualmente en las zonas más aisladas el acceso a la atención sanitaria, y especialmente la atención a las necesidades reproductivas de las mujeres, es muy difícil", detalla desde Alianza por la Solidaridad-ActionAid. “Hace un año las vidas de miles de personas fueron destruidas por un terremoto que asoló las zonas más remotas del país. La atención se ha desplazado a otros lugares, pero las personas afectadas aún viven en una pésima situación, sin un lugar dónde dormir o lo más básico” reconocen responsables de Alianza-ActionAid.
En la práctica, nos encontramos con que la gente fue ignorada la mayor parte del tiempo
Fuentes gubernamentales insisten que, a pesar de la lentitud de la reconstrucción, a finales de este año las viviendas recuperadas superaran las 12.000 unidades. “El futuro depende de cómo funcione el programa de cuatro años de duración”, desliza Lemaizi. El seísmo y sus consecuencias mostró la distancia que separa a los núcleos urbanos y los rurales. “Es una brecha que siempre ha estado ahí desde la independencia de Marruecos de la colonización francesa y española”, alega el periodista.
Doce meses después del terremoto, agrega Lemaizi, el debate público anda ocupado en otros lares. “El Gobierno habla más de la Copa del Mundo de fútbol de 2030 y del campeonato africano de fútbol del próximo año. Se habla de estadios, hoteles e inversiones en grandes ciudades. El terremoto ha ocupado poco espacio en el último año. En el reportaje de LeDesk los protagonistas olvidados se preguntan cuál será su suerte: “En Ouirgane, el poblado de casetas, salpicado de antenas parabólicas y pequeños depósitos de agua alrededor de los cuales se reúnen las mujeres este viernes por la mañana, alberga sobre todo a supervivientes de otros pueblos cercanos, que aún no han podido regresar a sus casas, aunque sea de forma esporádica. 'Todo lo que teníamos era esta tierra. Nos prometieron que nos asignarían otra, pero estoy esperando', explica Abdelkrim en Talat N'Yaaqoub. Una sala de espera que se ha vuelto irrespirable, sin citas. Pero, ¿hasta cuándo?”.
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hace 1 mes
Es una vergüenza que un país que ingresa ingentes cantidades de dinero por el fosfato, la energía eólica y la pesca robados a los saharauis, por el hachís y por sus exportaciones agrícolas, y que destinará una fortuna a albergar sedes del Mundial de fútbol, abandone así a los pobres que habitan regiones como el Rif. No obstante, tienen que ser los propios marroquíes quienes alcen la voz ante tanta injusticia. Para evitarlo, ya se encarga Mohamed VI de no indultar a los líderes de la resistencia rifeña que tiene encarcelados.