Qué acogedor debe de ser tener una ideología que te da siempre la razón. Unos cuantos mandamientos con las tablas de tu ley. Qué calentito debe de estar uno ahí dentro. Sobre todo si te permite responsabilizar a los otros, los que no piensan como tú, de todo lo que no te gusta que te pase.

Tal vez por eso el nacionalismo se está poniendo de moda. Además de tener razón, le permite a uno envolverse en una bandera que sirve de capa con superpoderes. Y gracias a ella las culpas se teletransportan automáticamente fuera de tus fronteras, que también son mágicas porque a veces basta con imaginarlas para que existan. Un inventazo.

El nacionalismo es un arma poderosísima para catalizar los sentimientos por encima de la razón. Está detrás de las guerras que han destruido Europa varias veces. Y últimamente ha vuelto con fuerza para convencer a los británicos de que estarían mejor fuera de la UE (porque el origen de sus males los veían en Bruselas), hizo de Trump el presidente de EEUU (Make America Great Again) y, a fuerza de demonizar la diversidad, casi lleva a Le Pen al Elíseo.

En Madrid, sin embargo, a falta de un enemigo común, nos repartimos los reproches unos a otros

La siguiente batalla nacionalista que tiene en vilo a Europa es la que se juega en Cataluña con el 1-O. De momento, el gran triunfo del independentismo catalán, para orgullo de MasPuigdemont, es haber convencido a cada vez más gente sensata de que el origen de todos sus males está en Madrid. Y lo mismo les sirve como argumento para desahogarse porque el Cercanías llegue tarde de buena mañana que porque a una tía abuela le toque esperar cuatro meses para una operación de cataratas. Cómo no te lo vas a creer si hasta te lo enseñan en el recreo.

En Madrid, sin embargo, a falta de un enemigo común, nos repartimos los reproches unos a otros. Y así están las calles de la capital hechas un asco de tantas culpas esparcidas por ahí. Cuando aquí el tren llega tarde hay mucha confusión en el andén: unos se enfadan con los lunes, otros con la lluvia e incluso hay quien se maldice a sí mismo por haberse levantado tarde.

En Madrid también tenemos ideologías que le dan la razón a sus fieles, faltaría más, pero es un lío identificarlos porque son muchos los bandos y la mayoría no tiene bandera. Aquí los liberales siempre culpan de lo que les pasa al Estado y los impuestos; los jóvenes a la Transición y la derecha reprocha la herencia recibida a la izquierda, normalmente muy liada criticándose a sí misma; los ecologistas cargan contra los transgénicos, los animalistas contra El Cordobés y los mayores achacan sus males al cambio de tiempo.

Con las banderas hay que tener cuidado porque pasa como a los celíacos con el gluten, provocan intolerancia

Con las banderas hay que tener cuidado porque pasa como a los celíacos con el gluten, provocan intolerancia. Por eso los patriotas me dan un poco de miedo. Como, en general, cualquiera que antepone ciegamente los sentimientos por encima de la razón. Y no puedo evitar ver algo de impostado que en los balcones de la capital broten banderas de España, a ver quién la tiene más grande.

Desplegar ahora un orgullo patriótico, con vídeos contra la presunta hispanofobia, lejos de servir de antídoto al independentismo lo que hará es exacerbarlo. Un nacionalismo nunca se acaba con otro, lo retroalimenta. Y el patriotismo español siempre llevará las de perder, no puede competir porque está huérfano de enemigos transfronterizos. ¿A quién vas a echarle la culpa de todos los males? ¿A quienes quieres convencer de que se queden?

Yo prefiero vivir en un país en el que al salir de casa, en vez de una nación, uno vea su barrio. Como decía Federico Luppi en Martín Hache, la patria es un invento porque, en realidad, uno se siente parte de muy poca gente.