Al congreso Las Mujeres que opinan son peligrosas organizado este fin de semana en Pontevedra no vine a hablar de las mujeres, sino del periodismo. Que es igualmente pretencioso por mi parte, pero más necesario. Porque el periodismo está tuerto. Necesita ayuda.

Las columnas escritas por mujeres, como el cine hecho por mujeres y las novelas de mujeres NO son un género. Son una visión del mundo dirigida a un público tan universal como la de los hombres. Quizá más. Porque las mujeres hemos crecido más acostumbradas a ver el mundo desde el punto de vista masculino que viceversa.

Sin embargo, hay muchas menos mujeres que hombres opinando en los medios porque, entre otras cosas, venimos de una tradición en la que la mujer estaba encasillada. Solo podía opinar de sus labores. Se nos reservaban tribunas, faltaría más, para alzar la voz sobre problemas e inquietudes de las mujeres. Y poco más.

Las columnas escritas por mujeres, como el cine hecho por mujeres y las novelas de mujeres NO son un género

Cuenta Mary Beard en su último libro, Mujeres y Poder, que históricamente de ellas se esperaba que opinaran públicamente solo para defender las causas consideradas propias de su género. La vida privada, sentimental o familiar de otra gente era patrimonio femenino. No así la política o economía de una sociedad. Ellas hablaban de ellas. Ellos, de todo. La universalidad en el discurso público ha sido tradicionalmente patrimonio narrativo de los hombres.

Ha habido en el periodismo español grandes excepciones a esta regla, sobre todo desde la segunda mitad del siglo XX. Cómo olvidarlo si tengo, de hecho, el privilegio de trabajar con Victoria Prego en El Independiente, uno de los pocos medios en este país en el que por cierto hay más mujeres que hombres columnistas opinando de economía y política. Ojalá no fuera algo tan extraordinario. Pero basta ojear un poco el panorama mediático nacional para comprobar que sí que lo es.

Se puede estar o no de acuerdo con Prego, pero no he conocido a nadie que no reconozca que es una profesional brillante. Un rasgo que comparte con la mayoría de las mujeres de su generación que se abrieron paso en el periodismo político cuando éste era territorio masculino. Una característica siempre necesaria, la brillantez, que claramente no se ha exigido en igual grado a los colegas varones para llegar lejos.

La universalidad en el discurso público ha sido tradicionalmente patrimonio narrativo de los hombres

En nombre del periodismo de calidad urge reivindicar un periodismo sin cuotas. Sin cuotas que reservan a los hombres el 80% de las opiniones en los medios y tertulias. Cuotas que excluyen a las mujeres del 90% de las direcciones de medios e informativos. Eso sí que es una cuota. Una sospechosa cuota desequilibrada de poder masculino que sesga la mirada de los medios. Y los deja tuertos. A falta de la mirada de la mitad del mundo.

Es en nombre de la meritocracia que urge reivindicar un periodismo sin cuotas. Sin esa cuota de poder abrumadoramente masculina que sobrerrepresenta una mirada de la mitad de la población con un presunto afán universal.

El poder de los medios debería estar en manos de sus profesionales más capaces. Si se le sigue reservando a una mitad el 90% de los cargos, la opinión y la mirada, tan alejada del equilibrio real, no puede ser en nombre del talento. Será, en el mejor de los casos, de la inercia. Y en el peor, del machismo.