No le están saliendo las cosas bien a Pedro Sánchez y mira que lo está intentando todo. Lo último que le ha pasado es que la tan mentada Comisión para la Evaluación y la Modernización del Estado de las Autonomías, constituida a instancias del líder socialista con el propósito de abordar en su seno el estudio de una posible reforma de la Constitución, se le ha quedado en nada. Esta Comisión fue "vendida" por Sánchez como un éxito suyo obtenido a cambio de apoyar al Gobierno en la aplicación en Cataluña del artículo 155.  Pero en el canje el PSOE obtenía una victoria política de largo alcance: nada menos que liderar la reforma constitucional. Pero la cosa no apuntaba nada bien desde el comienzo: los partidos nacionalistas ERC PNV y PDeCAT nunca se sumaron a los trabajos y allí quedaron solos UPN, Compromís, Ciudadanos y un PP muy reticente que se apresuró a aclarar que ellos no se habían comprometido a abordar la reforma constitucional sino simplemente a hablar sobre el asunto. Eso se lo dijo Mariano Rajoy, palabra por palabra a Pedro Piqueras en Tele 5. A pesar de todo Sánchez no perdía la fe y anunciaba el comienzo de los trabajos con la convicción de que esa reforma que los socialistas parecían tener en la cabeza iban nada menos que a solucionar lo que ellos siempre han descrito como el "encaje de Cataluña en España".

Bueno, pues su gozo en un pozo. De los pocos que estaban, PSOE, PP, Ciudadanos, UPN y Compromís, ya se ha marchado uno de los grandes, Ciudadanos, y se ha quedado el otro, el PP, cuyo entusiasmo  por abordar una reforma constitucional es ahora mismo próximo a cero. Pero lo peor es que Albert Rivera lo ha explicado: "Nos vamos porque personas como Alfonso Guerra, presidente durante la comisión constitucional durante años, José Bono, presidente del Congreso o Juan José Laborda, presidente del Senado, han sido vetados por el señor Sánchez”.  A Rivera le escandaliza y le irrita que estos socialistas no quieran escuchar "ni a los suyos", lo cual le ha permitido acusarles hoy de sectarios. Total, un fracaso porque Sánchez se ha quedado sin uno de sus juguetes preferidos y no es tan ingenuo como para pensar ahora que el PP va a colaborar con entusiasmo en diseñar la Constitución de esa "nación de naciones" en la que tanta fe ha tenido siempre el secretario general del PSOE.

Pero este fracaso sólo ha sido el último y eso es porque se ha producido ayer por la tarde. Pero es que el domingo pasado Pedro Sánchez tuvo que tragarse otra píldora amarga porque sus propios compañeros de partido le sabotearon, sin duda conscientes de que lo hacían, en su tan preparada y tan anunciada Escuela del Buen Gobierno del PSOE cuyo objetivo principal, el que acariciaban los sueños de Sánchez, era el de mostrar al mundo la unidad recuperada de su partido una vez superado el trauma de aquel turbulento congreso federal del 1 de octubre de 2016, seguido de su abandono de la secretaría general, la etapa de la gestora, su campaña para el regreso y su deslumbrante victoria en las primarias, lo que le devolvió a su despacho de líder del partido. La Escuela estaba pensada para cerrar el círculo y mostrar al público el rostro del nuevo socialismo unido en torno a su líder. Un nuevo fiasco. Como titulaba Carmen Torres en  este periódico "Pinchazo en la Escuela de Gobierno del PSOE: ni público, ni unidad, ni conclusiones". Destacados barones le dejaron en la estacada y otros que sí asistieron lanzaron ácidas críticas al partido por la estrategia seguida en asuntos capitales para los socialistas.  Y además, no llegó el aforo a cubrir media entrada. Si con aquella convocatoria se había querido exhibir el éxito conseguido, lo que se mostró fue justamente lo que podría entenderse como un fracaso.

Además de este traspié, Pedro Sánchez tropezó con otra piedra ese mismo domingo cuando anunció que el PSOE propondrá durante la tramitación de los Presupuestos que el sueldo de los miembros del Gobierno, diputados y senadores sólo suba el 0,25 por ciento, lo mismo que las pensiones, si el Gobierno no rectifica y no las aumenta conforme al Índice de Precios al Consumo (IPC).  Es más, la vicesecretaria general del partido, Adriana Lastra, anunció  acto seguido que la Ejecutiva del PSOE al completo encabezada por su secretario general se subirían ese 0,25% de su sueldo en solidaridad con los pensionistas españoles.

Para qué queremos más: el economista José Carlos Díez, que elaboró la ponencia económica de este partido durante el gobierno de la Gestora, reaccionó acto seguido con un tuit demoledor que decía así: "Sánchez se subió el sueldo un 25% en 2018 y cobra casi el doble que un diputado y un presidente de CCAA y 10 veces el salario y la pensión mínima".

Con este puñado de palabras el señor Díez se había cargado de un plumazo la banderita solidaria que el líder socialista quiso sacar a pasear en su discurso de cierre de la fallida Escuela del Buen Gobierno para dejarla en un triste gesto demagógico. Pero no acabó aquí la cosa: este mismo martes, los senadores socialistas han pedido explicaciones a Sánchez por hacer unas declaraciones que les han parecido una medida inútil porque supondría un total de ahorro de 100.000 euros y, además, un anuncio contraproducente porque desvía la atención de un asunto del que el partido había conseguido hacer bandera. En definitiva, otro desastre y un nuevo fracaso.

Y  a eso hay que añadir la penosísima impresión que la semana pasada causó al público en general la desdichada intervención del portavoz socialista,  Juan Carlos Campo, en el debate sobre la prisión permanente revisable. Si el PSOE tenía un papel difícil porque el asunto, y el momento en que se abordaba, era el menos conveniente para acercar a la  opinión pública a las posiciones socialistas, las palabras del señor Campo tiraron por tierra definitivamente cualquier esperanza de sobrevivir a aquella discusión. El grupo parlamentario socialista cerró filas en torno a su compañero pero el desastre del PSOE  en aquella prueba pasará a los anales de sus mayores errores y de sus más sonados fracasos.

No está siendo una buena época para Pedro Sánchez a pesar de que él ha hecho todo lo posible para que las cosas le vayan de cara. Con su modificación del reglamento el partido le ha entregado todo el poder en sus manos y ha dejado fuera del campo de juego a todos sus mandos intermedios. Ahora está sólo él y sus bases y, entre ellos, nadie. Es decir, lo que se llama democracia directa o asamblearia. Y a pesar de todo, o quizá por eso mismo, Sánchez sigue teniendo al grupo parlamentario dividido entre "los suyos" y "los otros", siendo estos últimos los que no le siguieron ni le apoyaron en su particular travesía del desierto que duró un año. "Los otros" se quejan de estar marginados y sin nada que hacer y su irritación e incomodidad crecen con los días.

Quizá debería Pedro Sánchez empezar por ahí a ver si logra reconstruir los vínculos intensos que siempre unieron a los socialistas entre sí a pesar de sus discrepancias pero que en estos momentos siguen rotos sin que él haya hecho nada relevante por restaurarlos. El veto a Elena Valenciano para encabezar la lista del PSOE a las elecciones europeas ha sido una buena muestra de su falta de voluntad, o quizá sólo de su falta de tacto, para alcanzar la restitución de la perdida unidad emocional de su partido.  Y hasta que no lo consiga no debería pensar en organizar otra Escuela del Buen Gobierno. Más que nada por si por fin consiguiera salir bien en la foto.