Terminar como Cifuentes, como una señorita de Avón corrupta, como una choni repudiada, entre ridículas cremas de pepino caribeñas, pintalabios reventados en la boca, rímel veneciano para las lágrimas y uñas de un rojo limpiasuelo. Es difícil recordar las mentiras de antes cuando se ha terminado así, como un cadáver encontrado en un chino o en un congelador de carne. Su cabeza en los sótanos o trastiendas de un supermercado, bajo su luz de pescadería, con los carritos sin ruedines, los maniquíes desarmados y la leche caducada. No ya tu fin, sino tu fin como con las medias bajadas y ese olor a amoniaco de la humillación y los meados. Como aquella novela de Raúl del Pozo, no es elegante matar a una mujer descalza. Cifuentes ya parecía culpable, pero la han rematado con los pies desnudos en el charco. Ahora, sólo parece rota.

Cifuentes se ha empecinado en resistir cuando ya era imposible resistir

Lo peor que ha hecho Cifuentes no ha sido mangar cremas de cajera cuarentona que se imagina que es japonesa en el cuarto de baño. Ni aceptar regalado un máster con letra gótica y pompa de pega, como los fascículos de un cursillo cutre de inglés fingidamente oxoniense. Ni siquiera ha sido lo peor percatarnos de que hace falta una vanidad y una despreocupación bastante bobas para caer en eso. Lo peor son las mentiras entremetidas con los trucos y las intrigas cubiertas no ya con enredos, sino con amanerada dignidad. Lo peor y lo más atractivo. Otros han mentido, desde luego, y por asuntos más serios, pero su desenvoltura de bailarina era hipnótica, delicada y arriesgada, como un ejercicio de trapecio. Todos esperaban la caída como la de una trapecista congelada, inevitable pero aún grácil. No ha sido así.

Cifuentes parece ahora que ha caído como una diva borracha o un roquero tirado o una actriz viciosa, en miserias impropias pero no del todo ajenas ni sorprendentes. Son miserias tristes que consuelan mucho al populacho, ansioso de revanchas de clase. Pero yo creo que Cifuentes se parece más ahora a un chantajeado, a un senador pillado con un travesti o a un banquero fotografiado en bragas. Mentir u ocultar puede ser lo peor que ha hecho Cifuentes, pero no lo más peligroso. Lo más peligroso ha sido enfrentarse a González y a Granados y a la corrupción. En este tipo de juegos suele haber cartas guardadas igual que revólveres, y a Cifuentes la acaban de echar de la mesa con ases como balas. Sin compasión.

Cifuentes se ha empecinado en resistir cuando ya era imposible resistir, y se ha metido en negocios feos en los que no podía mantener la puja. En medio de todas las venganzas, ha terminado cayendo como un detective un poco perdido, con malos pasos pero sin sangre en las manos, que acaba con el neón en las pupilas, luz fija y rota igual que su botella en la mano, y dos tiros en el pecho como dos centavos.

A Cifuentes la han destruido de una manera canalla y definitiva. Cifuentes era culpable pero no se merecía esto. Nadie se merece esto, aunque muchos se alegren y su fin acabe con no pocos problemas, en el mismo PP sobre todo. No es agradable ver a Cifuentes así, en la mala postura de tan mala muerte. Como para esos detectives buenos y malos a la vez, con razón y sin ella, elegantes y mezquinos, justicieros y corruptos, ahora parece que suenan saxofones de gatos de ciudad para Cifuentes, mientras la sombra de sombrero que ponen las farolas se desliza sobre su cuerpo acribillado. No es elegante matar a una mujer descalza. Ni siquiera en Vallecas.