La cosa ha quedado entre la señorita de Valladolid y la estricta gobernanta, entre la empollona con ojos de niña de merienda y la maja poderosa. Todos esperaban a Feijóo, que representaba la renovación sin abandonar ese galleguismo en el que se había refugiado el PP como en su museo del vestido, entre la seriedad y la ambigüedad y el purismo montañés. Pero a Feijóo le ha parecido que dirigir ahora el PP es un marronazo, una tarea demasiado dura de siega y reconstrucción para terminar perdiendo ante los dos San Luises de nácar, Sánchez y Rivera (Rivera resurgirá cuando a Sánchez se le acaben las coreografías con su perro y con su Gobierno flashmob). Han quedado pues las que siempre han estado luchando por el poder en el PP desde sus dos estafetas o rejas. Es verdad que hay otros candidatos, pero sólo hacen como de viruta entre estas dos fieras de la política que se miran desde hace tiempo como dos animales de ébano en el salón.

Soraya y Cospedal, a una la llamamos con nombre de novia y a otra con nombre de árbitro o sargento, esa gente que se trabaja la seriedad desde el apellido. Soraya se ha ganado la reputación siendo brillante, como alguien que empezó en el equipo de debate de la clase y llegó a arquitecta de La Moncloa. Tiene la labia de los jesuitas, iba a los debates cuando a Rajoy le daba agorafobia el mundo, y en el Congreso revolcaba a la oposición como si fuera Pippi Langstrump contra piratas de tebeo.

Cospedal, que fue miss y tiene una dureza femenina de Pepa Flores, es abogada del Estado igual que Soraya, aunque su talento carece del burbujeo de aquélla. Pero sí tiene esa consistencia del poder bien trabajado como unas oposiciones, con mucho codo y mucha lamparita de noche. Cospedal no tiene chiribitas en los ojos, pero te hace con ellos la radiografía que te puede salvar o matar, con oficio, silencio y gravedad de médico con mal humor, y sin dejar de parecer una bella madrastra. Maneja mejor el partido que la tele, pero ahora se trata de eso, del partido, no de bailar con la Ruperta.

Soraya y Cospedal son creaciones de Rajoy, no sé si intencionadas, no sé si como rey godo que divide su reino o como inversor torpe que divide mal su cartera

Soraya y Cospedal son como las concuñadas del PP y todos esperaban con morbo este enfrentamiento de convite familiar que se ha alentado igual que esos combates de Las Vegas con mentiras, tongos y luces de vicio y lucro. En realidad, Soraya y Cospedal son creaciones de Rajoy, no sé si intencionadas, no sé si como rey godo que divide su reino o como inversor torpe que divide mal su cartera. Soraya se quedó con el grupo parlamentario y los pasadizos de La Moncloa, que llegaban al mundo pero no miraban hacia dentro. Cospedal se quedó con el partido, con las calderas, la maquinaria que mueve desde el concejal de feria de la tapa hasta esa esquina con algo de buque fluvial que parece esperar en Génova los amaneceres o los maremotos.

El enfrentamiento era inevitable y quizá buscado, como entre hijos de Odín, ese Odín de pazo y hórreo que era Rajoy. Quizá Rajoy buscó en su día, al principio, la sana competencia, pero no calibró que el partido se podía dividir entre dos generalas fieras e inteligentes, como griegas e ibéricas a la vez, y que el PP podía ser Troya con Héctor y Aquiles y Briseida y Helena en sólo dos personas o personajes. Quizá Rajoy lo que no previó es que Feijóo se fuera a apocar tan freudianamente ante el padre o ante la mujer.

Con Soraya y Cospedal separadas el 2 de Mayo por esa silla de convite o de iglesia que puede ser como el Mar Rojo de las familias, se hicieron chistes y maldades de peluquería y de bar. En su enemistad hay una buena película, un buen cotilleo y una buena fantasía. El PP tiene en ellas a dos grandes mentes políticas, pero también una guerra total, mitológica y wagneriana. Y no está este duelo exento de inconvenientes o conflictos más prácticos, aparte el de la sangre sucia o musical. A Soraya siempre la podrán acusar de equivocarse en Cataluña, de que ahí, al final, tan visible, puede estar la prueba del fracaso de su inteligencia tan pregonada.

A Cospedal, por su parte, la pueden acusar de haber sido la que manejó con el manual usual de negación y evasión los casos Gürtel o Bárcenas, de llevar aún, como la mantilla, las oscuridades del PP. La ventaja, por colocación y por experiencia en el partido, creo que es para Cospedal, aunque Soraya es la favorita de la gente y de los vips. Ahí está la guerra, ahí están las generalas, y ahí está el ocaso o la esperanza del Partido Popular como entre la rubia y la morena de La verbena de la Paloma, pero vestidas a la vez de guerrilleras y bibliotecarias. Era el espectáculo que quería el pueblo, aunque no el PP.