Manuel Valls es un hombre con una gran talla política e intelectual que está a punto de adoptar una decisión de gran trascendencia que excede los límites de la ciudad de Barcelona para abarcar el terreno nacional español y también el ámbito europeo. Valls no se presenta, si es que al final se presenta, lo cual es más que probable, únicamente para devolver a la ciudad condal los perfiles cosmopolitas en lo político, en lo cultural y también en lo urbanístico que sucesivas gestiones de alcaldes mediocres mediocres han empequeñecido hasta convertir a esa ciudad en una réplica infinitesimal de lo que un día fue.

Lo que busca este hombre, que ha sido alcalde de Évry, una localidad francesa de tamaño medio, ministro del Interior con el gobierno del socialista François Hollande y más tarde primer ministro, es hacer desde Barcelona una apuesta tan municipal como europeista que se aleje de la pequeñez de las tensiones nacionalistas y de esa amenazadora combinación con el nacionalismo que es el populismo. Es, por eso, una apuesta por la mejor Europa y contra la peligrosa fragmentación que supone hoy un peligro real para la Unión Europea que vivimos.

El probable anuncio de Valls en otoño va a suponer un inmediato reajuste de las fuerzas políticas participantes en la contienda

Sería, por lo tanto, un lujo poder contar con él como candidato a la alcaldía barcelonesa. Y como tal lujo, el probable anuncio en el próximo otoño de que se presenta a las elecciones va a suponer un inmediato reajuste de las fuerzas políticas participantes en la contienda. Desde luego, los independentistas procurarán de todas las maneras posibles concurrir en una lista única para no perder en la dispersión ni un voto que les reste fuerza. El problema es que en este momento no está claro que puedan lograrlo habida cuenta de la resistencia numantina de ERC de dejarse engullir, como ya ha hecho el PDeCat en las fauces de la Crida Nacional que está montando Carles Puigdemont para liderar todo el movimiento secesionista en torno a su persona.

Pero nada se puede descartar, sobre todo porque la intención de Manuel Valls es la de no presentarse bajo el amparo de las siglas de un solo partido, como se pensó en un principio cuando parecía que el político catalán, que conserva la nacionalidad francesa, era el candidato de Ciudadanos. No es ésa su intención. Valls pretende encabezar una plataforma amplia a la que se puedan sumar determinados partidos como el de Albert Rivera pero también el PSC si lo desea, además de incorporar a ese catalanismo al que pertenecen ciudadanos importantes de la vida social y cultural catalanas y gentes del mundo empresarial y financiero. Personas, en definitiva, a las que les interesa la política pero no militan en ningún partido, y que son legión. No quiere Valls participar en una lucha partidista, quizá porque ya tiene la experiencia de su militancia en el Partido Socialista francés, que abandonó, y porque es consciente del desprestigio creciente que en la Europa contemporánea,y en Occidente en general, tienen hoy en día los partidos políticos.

Por eso lo esperable es que imite la estrategia del presidente de la República Emmanuel Macron quien, partiendo de una estructura débil pero contando con un liderazgo fuerte, se alzó finalmente con la victoria en las elecciones presidenciales y a continuación en las legislativas francesas y levantó un partido de amplia base apelando a la sociedad. La futura candidatura de Valls, como fue la de Macron, tendrá unos perfiles ideólógicos no estrictamente definidos, más bien algo difuminados, lo cual le permitirá acoger a partidarios procedentes de distintas posiciones. Pero una linea estará muy clara: su oposición radical a los populismos nacionalistas no solo en Cataluña sino en distintos lugares de Europa. Ésa será una batalla que con toda seguridad dará Manuel Valls.

Pero nada de eso excluye ni deja en segundo lugar su defensa de Barcelona como la ciudad más importante del Mediterráneo y su propósito de devolverle el lugar que le corresponde como una de las grandes metrópolis europeas alejada por fin del aldeanismo al que ha sido condenada en los últimos tiempos a base de una política empeñada en sacralizar las pequeñas diferencias. Su experiencia municipal como antiguo alcalde le podrá ser muy útil para mantener una buena posición en los debates preelectorales y, en el caso de que consiguiera ganar las elecciones o sumar una mayoría suficiente para ser elegido alcalde, para hacer una buena gestión.

La apuesta no es fácil. En realidad es muy difícil. Pero si Manuel Valls se presenta a las elecciones para alcalde de Barcelona es seguro que asistiremos a un acontecimiento que irá mucho más allá de los límites de esa ciudad para extenderse ampliamente fuera de nuestras fronteras. Será una batalla municipal y europea, lo cual la convierte en apasionante.