Lucía Etxebarria lo mismo hace literatura ginecológica, si eso es literatura, que animalismo con fieras de felpa, si eso es animalismo. Como sabrán, Lucía Etxebarria iba por esos campos amazónicos o esa Creta de cerámica que siempre ven los de la ciudad fuera de la ciudad, cuando se cruzó con unas vacas y bueyes que a ella le parecieron toros bravos en plena demostración de su bondad bíblica, como pacíficos compañeros de Noé. Su espíritu de Blancanieves enseguida le empujó a tuitear su foto acariciando a la vaca pachorra o al buey de sombrajo, haciendo de antitorera ante esos cuernitos de pelusa, ante el peligro mortal de un cencerro con cadencia de rumiadura. Ese intento de demostrar, como digo, que no hay tal bravura ni hambre asesina de taleguilla en esos animales, sino sólo ganas de posar en un portalito de Belén, o en una tableta de chocolate con leche, generó, como era de esperar, un gran cachondeo en las redes. Pero yo creo que el cachondeo venía menos por el desconocimiento de lo bovino que por esa ceguera de quien no ve ya el mundo (ni la literatura, diría yo) sino como proyección de sus prejuicios y servidumbres ideológicos.

El animalista, lo que ahora se llama animalista, suele ser una criatura de ciudad, de supermercado, que cree que el animal es un puf con forma de animal, que una vaca es un adorno del Ale-Hop, que las fieras son gatitos de biberón y toda la naturaleza, en general, el centro de mesa para sus comidas solidarias con otros amigos animalistas muy enfurecidos con el ser humano como gran devastador o plastificador del planeta. En esa categoría entra el torero facha, el facha aunque no sea torero, el carnívoro sin conciencia y el pisoteador de césped. Así que están, por un lado, esos humanos sangrientos de animales, de madres de Bambi y de flores despedazadas como colmenas, esos humanos torturadores lo mismo de toros que de cetáceos que de libélulas que de amapolas, y por otro lado los animales amigos, animales como de Samaniego, animales de cielo de testigo de Jehová. Pero, en realidad, estos animales son como pobres de marquesa, sólo una excusa para demostrar una condición, un estatus, una diferencia, una lucha política o sentimental, una afirmación de identidad.

Estos animalistas no sólo no saben distinguir un toro de lidia de un toro de televisor y abanico, sino la misma ecología del aquelarre

Los animalistas, estos animalistas de estampado, en realidad no saben distinguir una boñiga de un cagajón, como dejó escrito en El camino Miguel Delibes, que era un gran conocedor del campo y de los animales, los animales de verdad, reales y crudos, con su belleza y su cuajarón, con su salvajismo y su pureza, con su coz y su cornada y su mordisco y su testarazo, no los animales como mascotismo snob o como camiseta con delfín. Estos animalistas no sólo no saben distinguir un toro de lidia de un toro de televisor y abanico, sino la misma ecología del aquelarre. Son estos animalistas ignorantes, diletantes, fanáticos como de la antisalchicha, los que degradan la defensa de la naturaleza convirtiéndola en algo grotesco, emparentado como con los horóscopos o con Paco Porras.

Lucía Etxebarria no encontró otra manera de zanjar el cachondeo en Twitter que mostrar en otra foto los grandes cojones del buey que se le acercó, utilizando esta palabra exactamente, “cojones”, igual que un legionario. Valgan también la falocracia y el heteropatriarcado de cojón al peso, si es para demostrar la fiereza del pobre buey de yunta, una fiereza que ella ya había decidido por determinismo ideológico, y que nada ni nadie le iba a arrebatar. Ahí estaban esos cojones para demostrarlo y para provocar, claro, que Twitter se terminara de descojonar.

Hasta la vaca más tranquila suelta una coz, incluso aunque seas animalista

Lucía Etxebarria acaricia toros de mentira y se ha salvado porque no quiso demostrar su teoría del buen animal con un oso, por ejemplo. De todas formas, tuvo suerte, porque hasta la vaca más tranquila suelta una coz, incluso aunque seas animalista y vengas a cepillarle el rabo o a hacerla tu hermana de causa. Si los animales son como pobres de marquesa para estos animalistas de florero, también pueden ser pobres de Viridiana y hacer que la monja salga escaldada. Lucía Etxebarria y el toro, formando como una alegoría, un rapto de Zeus del ternurismo folk. No se rían, que se jugaba la vida como un torero con gafas.