Necesito un retiro espiritual. Doñana como toda una vajilla de caza que ha cobrado vida. O una finca toledana, como un nido de águilas de castellana sobriedad. Esos sitios donde tengo sombra de gran árbol de sabiduría y fuerza; y territorio de rey león áspero pero legítimo, por carácter, ese firme temple de la izquierda. Quintos de Mora no como un rancho, como le dijeron a Aznar, quizá porque parecía un cowboy absurdo de Manolita Chen. No: esa finca como un monasterio del pueblo. Igual que Doñana, no como un coto de la aristocracia, no la sombrilla de tenis que parecía buscar allí Rajoy, sino como el arrozal de pobre recuperado por fin por el trabajador.

Ésa es la diferencia, eso es lo que no quiere ver la derecha. Igual que lo del avión. El avión para ir a por tabaco, el avión con chorritos de ducha, el avión como una barbacoa de Jesús Gil… Pero el avión no es un lujo, o sólo es lujo para los ricos, porque para la izquierda es justicia y dignidad recuperadas; y en ese avión está un presidente desalojando a la derecha del cuero que creía suyo, para que el trabajador sienta el calor del desagravio histórico en sus castigadas espaldas, como si le despegaran por fin la pana igual que una vieja venda. Por eso hay que considerar lo del avión, mis viajes, un secreto, para que la derecha no pueda hacer mofa de esta conquista, de esta reparación. Y para que nadie se atreva a quejarse de lo que cuesta levantar la antorcha de la igualdad.

Ir en avión, por supuesto, no voy a ir en burro como un aguador. Y llevando a quien quiera, a ver si la derecha resulta que puede llevar a un chef, o a una delegación de ferrallistas o de obispos, o a una familia de jeques, y yo no puedo llevar a mi mujer o a su decorador feng shui o a su profesor de ofimática. Y nadie tiene por qué saberlo, faltaría más. Ir en avión incluso a un concierto de rock, y no sólo a la ópera, carísima y decadente nana hecha para esos ricos con cuco en las pelucas y las chisteras. La próxima vez iré en el Falcon a ver a Camela, y será como el primer presidente que va en viaje oficial a comprar cuatro bragas por tres euros. El comienzo de una nueva época, otra más.

La apertura verdadera la notará el ciudadano ahora que vamos a abrir La Moncloa a los visitantes

La transparencia, la apertura verdadera la notará el ciudadano ahora que vamos a abrir La Moncloa a los visitantes. Así podrán ver mis zapatillas sudadas, los tensores para mis antebrazos de salvar España, la carpetilla de los cursillos de inglés de Begoña, y mis fotos como de Kennedy cruzado con Iniesta. Ésa es la cercanía que aprecia el pueblo, la que hace falta en el país.

Pero sí, ahora necesito un retiro espiritual, cuando agosto parece un incendio de botellas de plástico y de viseras. No sólo un retiro para mí, sino para mis ministros, que son más que ministros, son como arquitectos de la imaginación. Dice la derecha que no estamos haciendo nada, pero ahí está mi Gobierno proyectando el templo de esa nueva era, dibujando grandes símbolos, mandorlas como gineceos, gramáticas panteístas, fronteras de témpera, nuevos océanos alicatados, sexualidades de madreselva…

Y cómo pueden decir que no es nada la derrota definitiva del fascismo, imposible durante tanto tiempo; de esa derecha facha, de hebilla y taco, a la que vamos a dejar sin sombra y sin fuente cuando saquemos a Franco del Valle de los Caídos. Sacaremos a Franco y ya no mandarán los curas con bonete ni los patronos gordos ni los tecnócratas del Opus; sacaremos a Franco y el paraíso del obrero no tendrá ya al guardia eterno que lo mantenía en alpargatas como si fuera Fraga.

Que no hacemos nada, dicen. Ahí ven Cataluña, es que no hay más que poner el ejemplo de Cataluña, donde el diálogo ya lo está solucionando todo, sin violencia, sólo dejando que fluyan los sentimientos sin trabas, como una medicinal llorera. Si es que sólo hacía falta que se fuera Rajoy, y un poco de comprensión con los independentistas, lo están viendo. Del conflicto sólo queda ya el humor, que un restaurante de Lérida, como si fuera uno de Cádiz, ofrece “guardia civil andaluz a la brasa”. Hay que tener arte.

Necesito un retiro espiritual, no como descanso, sino como inspiración e impulso. Será, lo he decidido, en esa finca toledana, la agreste virilidad de la finca toledana, como la mía (virilidad pansexual, sin embargo; virilidad inclusiva, por supuesto). Retiro espiritual, sí, pero decidida e inequívocamente progresista. Allí seguiremos pensando cómo afrontar esta segunda parte de la historia humana.