Con los defensores de la caza pasa lo mismo que con los muy taurinos, creen que España esta contra ellos. Que la izquierda republicana y podemita ha contaminado la mentes de los ciudadanos para conseguir la prohibición de lo que consideran su pasión. Eso fue lo que llevó a proteger la tauromaquia como Bien de Interés Cultural hace cinco años y a mantener los cientos de corridas y festejos taurinos pagados con dinero público en toda España. Cuando la ley balear determinó la lidia sin la muerte del toro, en seguida acudieron al Tribunal Constitucional que sentenció que sin muerte no hay cultura. Esta afirmación del Tribunal pasará a la historia.

Piensan lo mismo los cazadores, que no les bastó con llamar deporte a su actividad sino que fueron más allá y la convirtieron en “actividad cinegética”. Bajo ese paraguas y como ejemplo la Comunidad de Madrid otorga 163.000 euros este año a tres asociaciones, federaciones y fundaciones de caza para “proyectos ambientales” como “control y translocación del conejo del monte” o “fomento de la perdiz roja”. Adivinen para qué buscan ampliar la presencia de conejos y perdices rojas en otras zonas. Y lo peor es que sacian su necesidad de matar seres vivos con la ayuda del dinero de nuestros impuestos.

Los animalistas que piden prohibir la caza o los toros deberían exigir que se eliminen las subvenciones

Los animalistas que piden la prohibición de ambas actividades se equivocan. Hay que empezar eliminando los millones de subvenciones que reciben. No es la primera vez que pongo como ejemplo al Ayuntamiento de Soto del Real en Madrid, su alcalde del PSOE hizo un referéndum con la pregunta “¿Quiere que con dinero público sigan subvencionándose las corridas de toros? El resultado fue que no, y desde entonces se celebra una sola corrida al año pagada por intereses privados. Son más efectivas a la larga estas decisiones, que la declaración simbólica de “ciudad antitaurina”.

La caza en España es competencia exclusiva de las Comunidades Autónomas, aunque para las grandes decisiones siempre cuentan con la ayuda de algunos gobiernos afines, como el anterior de Rajoy que consideró “riesgo ambiental” el plomo diseminado por el bosque por los practicantes de tiro olímpico, y no el de los cartuchos de los cazadores. El primero contaminaba, el segundo era inocuo, unas 6.000 toneladas de plomo al año.

A los cazadores les pido sinceridad, el poder de matar un ser vivo, sentirse superior en la pirámide evolutiva, notar su sangre caliente, volver a la vida de nuestros ancestros que mataban para comer, eso y más puede hacer atractivo para algunas personas esta actividad. Pero no nos digan que matan para proteger a la especie. Primero terminan con zorros y lobos, y luego como los conejos no tienen depredadores naturales, ellos se erigen en ecologistas con escopeta para controlar su población.

Vivo en un pequeño pueblo de la Comunidad de Madrid donde pasear a los perros por el bosque es imposible si no van atados, porque todo es coto de caza. Correr, ir en bici, buscar setas, pasear un domingo en temporada de caza, es hacerlo bajo la amenaza de los constantes disparos de los cazadores. Si se convirtieran esas mismas hectáreas de terreno en espacio protegido, la naturaleza repleta de corzos, aves rapaces y zorros llamaría mucho más la visita de curiosos y turistas y generaría un mayor beneficio para el lugar que la caza.

Matar a un ser vivo indefenso nunca puede ser un deporte, y tampoco cultura

Entiendo a los que les gusta la tauromaquia y la caza, los respeto. Deben ser ellos los que reflexionen sobre sus preferencias, no nosotros quienes les obliguemos a cambiarlas. Matar un ser vivo nunca puede ser arte. Matar un animal indefenso nunca puede ser deporte. Terminar con la vida de un mamífero no puede ser cultura.

Los españoles hemos cambiado nuestra sensibilidad en muchos aspectos, acerca de la violencia machista, sobre la protección a las minorías, el acoso, el bullying, la mofa a los discapacitados. A la hora de alimentarnos, buscamos huevos ecológicos o de gallinas camperas, carne de animales sacrificados sin sufrimiento. Hemos dejado de considerar a nuestra mascota jurídicamente “un objeto” y por ley son “seres vivos dotados de sensibilidad”. Y ¿los conejos del monte no lo son?, ¿los toros tampoco? Qué país europeo va a comprender que maltratar a una mascota es un delito y hacerlo con un bovino es cultura.

Este país ha iniciado un viaje sin retorno en el que unos y otros debemos ponernos de acuerdo sin airear de nuevo las dos Españas, porque cambiar y ser más sensibles con los que sufren no es de derechas ni de izquierdas, es de ser mejores personas.