Opinión

Más ajedrez y menos parchís

Partida de ajedrez.
Partida de ajedrez. | EFE

2018 terminó y con él la final del Mundial de Ajedrez más ajustada y reñida de los últimos tiempos. Un noruego, Magnus Carlsen, y un norteamericano, Fabiano Caruana, tuvieron que jugar los desempates tras doce partidas concluidas en tablas. El teatro londinense de The College in Holborn sirvió de marco a este campeonato que hizo las delicias de las “blancas”, las “negras” y de todos los aficionados a este deporte. Paralelamente, en El Grado, Huesca, se celebró hace ya dos años el VII Campeonato Mundial de Parchís con más de 600 participantes. Todos ellos apasionados por las fichas de colores y los dados de la suerte.

En España llevamos ya demasiados años hablando de un proyecto de país y del sistema educativo asociado, pero sin tomar decisión alguna al respecto. Ojalá 2019 sea el año en el que se repiense el modelo y, por fin, se establezcan las bases de lo que este país quiere ser y del talento que va a necesitar en el medio y largo plazo. Es el momento de dejar de jugar al parchís, con esa visión cortoplacista asociada al tablero multicolores en que comerte la ficha contraria y mandarla a casa es el objetivo inmediato, y pensar más en la estrategia del ajedrez, de largo plazo y encadenando diferentes movimientos. Todo ello sobre un tablero estable y uniforme.

En España es momento de pensar más en la estrategia del ajedrez, de largo plazo y sobre un tablero estable y uniforme

Somos una nación con empresas líderes mundiales en muchos sectores: moda, turismo, sanidad, infraestructuras y energía. Compartimos con más 570 millones de personas el mismo idioma y, a mediados de este siglo según el Instituto Cervantes, seremos más de 754 millones los hispanohablantes. Destacamos en Arte, Cultura y Deporte. “España, entendida como sociedad española, es muy solidaria”, en palabras de Miguel Angel Villena, autor del libro “España solidaria” (Gestión 2000). Somos creativos, buenos gestores y respetados directivos en organizaciones globales.

Con sólo estos atributos, ¿cómo es posible que aún no tengamos un proyecto de país ambicioso y a largo plazo que aglutine a todos los ciudadanos y fije objetivos claros y medibles a la Administración Central y a todas las comunidades autónomas? La cuarta revolución en la que nos encontramos inmersos debe ser nuestra oportunidad. No se trata de poner aparatos y redes. Hay elementos en la transformación digital que no están dirigidos por la tecnología. El cambio viene desde la propia sociedad y la economía que impone renovarse y actualizarse porque en caso contrario se pierde la posición competitiva y, lo que es más importante, el aprecio de tu marca país y la de tus ciudadanos.

La cuarta revolución debe ser nuestra oportunidad para renovarse y actualizarse para no perder nuestra posición competitiva

Al igual que para digitalizarte es necesario pensar cuál es el papel y el posicionamiento que se quiere ocupar en la nueva economía: ¿ser prescriptor y expandirte a otros negocios o ser prescrito y que tus productos y servicios vayan embarcados en las ofertas de otros? El reto de verdad radica en trasformar el modelo de negocio y renacer como organización digital, distinta, liberada de costes y de restricciones previas. Y eso aplica tanto a empresas y corporaciones como a países, instituciones, organizaciones sociales y sociedad civil.

Como bien dice José Antonio Marina, “aprender a ver y a valorar lo que se tiene -lo bueno y lo malo- es una regla imprescindible para tomar decisiones adecuadas”. Una buena receta para rebajar las actuales incertidumbres -en muchas ocasiones generadas por los políticos y gobernantes- y diseñar una estrategia país que ayude a despejar el futuro.

Un futuro que pasa inevitablemente por una transformación de la educación, una adecuada formación y el talento necesario para fomentar la empleabilidad en esta nueva economía. Las necesidades empresariales avanzan de forma tan vertiginosa que requieren de nuevas soluciones. Por eso, desde Accenture hemos comenzado a perfilar a nuestros propios trabajadores en algunos puestos específicos en colaboración con las universidades, centros de formación profesional, administraciones públicas y otros socios tecnológicos.

Nuestro grado de involucración es tal que comienza con programas de formación a los propios profesores que implantarán las clases a los futuros alumnos -metodologías Agile, Desing Thinking y DevOps- y se complementan con la preparación de la guía de recursos y herramientas que ayuden a los profesores en su autoformación. En este sentido, la Formación Profesional ofrece una propuesta de valor que responde a la perfección a los requerimientos que plantea tanto la formación como la empleabilidad. Senecesitan continuamente nuevos perfiles más especializados y técnicos, y la mejor manera de conseguirlos es a través de programas de formación dual, donde las compañías muestren de forma clara sus necesidades y los centros ayuden a formar a los futuros profesionales en esas materias.

Se podría y debería conseguir un sistema educativo de alto rendimiento antes de 2025. ¿Cómo?, racionalizando el mapa de universidades, buscando la especialización, reformando su modelo de gobierno, reforzando la integración universidad-empresa y con una formación profesional renovada. La innovación, el emprendimiento y la formación continua son algunas de las asignaturas pendientes -quizá todavía suspensas- del actual modelo educativo. Mi recomendación, menos parchís y más ajedrez. Y, como escribe el maestro Marina al hilo de su libro “Despertad al diplodocus” (Ariel 2015) “sería injusto, además de estúpido, que no lo consiguiéramos”.

 

Juan Pedro Moreno, presidente de Accenture en España, Portugal e Israel

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