Ya hay formuladas y publicadas interpretaciones políticas para todos los gustos ideológicos a propósito de lo que ha significado, y de lo que supondrá en el futuro, el pacto cerrado entre el PP y Ciudadanos por un lado, y el PP y Vox por otro.  De modo que ahí va la mía.

El PP y especialmente Pablo  Casado han logrado salir casi indemnes de lo que se podría haber convertido en una trampa mortal para él y para sus perspectivas políticas de cara a las próximas elecciones de mayo y sobre todo a las generales que convoque el presidente del Gobierno en fecha aún sin despejar.  Digo casi porque la  posición inicial de Vox respecto a la posibilidad de propiciar un cambio de gobierno en Andalucía no permitía prever el rabotazo que los dirigentes de ese partido dieron este pasado martes con la presentación de sus seis folios de condiciones y la advertencia por parte de su presidente, Santiago Abascal, de que no se trataba de un órdago a la grande sino de propuestas para negociar.

Porque, una vez que Vox puso ese documento disparatado sobre la mesa, la situación del PP pasó inmediatamente de ser de una fragilidad extrema que auguraba una de estas tres cosas: el fracaso estrepitoso del proyecto de constitución de un cambio de poder en la Junta o, por el contrario, el sometimiento de los populares a las draconianas condiciones de los del partido verde, lo cual garantizaba a su vez el hundimiento electoral de los de Casado en los comicios que están por venir. Sólo la tercera posibilidad permitía al PP salir prácticamente victorioso de ese envite, que fue también un embate, y consistía en no amilanarse ante el reto insensato de Vox  y lograr reconducir a sus dirigentes al terreno de la sensatez y de la moderación en los puntos negociables. Y eso es lo que ha sucedido.

Vox se ha comido sus bravuconadas y ya puede lanzar tuits anunciando una nueva era gracias a sus logros, que la realidad es la que es y no hay manera de disfrazarla

Vox ha recogido velas, se les ha visto lo burdo de su jugada, se ha demostrado que iban de farol aunque ni siquiera fueran conscientes de ello y han tenido que recular porque aquello que sacaron el día 8 era un documento que no resistía un análisis de cinco minutos y que evidenciaba entre otras cosas un profundo y preocupante desconocimiento de los niveles de responsabilidad y competencias que corresponden a la administración autonómica y a la Administración central, por no hablar de otros disparates. Por eso se plantaron los negociadores del PP y decidieron aguantar el tirón que, al cabo, duró  muy poco tiempo porque no podía durar más. Pero en ese tiempo de incertidumbre y tensión estuvo  verdaderamente en el aire el cambio de manos del gobierno andaluz.

Finalmente, Juan Manuel Moreno será presidente de la Junta de Andalucía después de haber aceptado muy pocas cosas de las propuestas de Vox. Una de ellas, constituir un departamento de Familia, asumido por los populares para tranquilizar a los de Abascal. Esto es algo que no puede molestar a nadie, ni siquiera a Ciudadanos, por más que ese apartado estuviera incluido para ellos en una consejería de ámbito más amplio. Pero esa es una pequeñez que se resolverá con la distribución de las carteras y que no va a dar más de sí. El compromiso de "promover una ley de concordia que sustituya a la Ley de Memoria Histórica"  es un proyecto del propio Casado y no va a tener nunca en contra a Ciudadanos, pero es que esa es una ley que se aprobó en el Congreso de los Diputados y que, de ser reformada, deberá serlo en el propio Congreso y no en el Parlamento andaluz. Y por supuesto, toda la literatura vertida por Vox en torno a la derogación de la Ley de violencia de género y de no discriminación de las personas LGTBI se ha ido por el sumidero de las negociaciones celebradas y el PP no ha asumido ningún compromiso en ese campo a petición de sus interlocutores.

En definitiva, Vox se ha comido sus bravuconadas y ya puede lanzar tuits anunciando la llegada de una nueva era gracias a sus inmensos logros, que la realidad es la que es y no hay manera de disfrazarla. Lo cierto es que Pablo Casado y los suyos han logrado contar con los 12 votos de apoyo de los de Abascal a la investidura de su candidato sin abdicar ni de sus principios ni de sus posiciones. Por lo tanto, no tienen cabida -por el momento - esas alarmas, yo creo que algo impostadas, según las cuales los populares se han echado en los brazos de la ultraderecha más peligrosa. Porque no hay nada de lo pactado con el partido verde que dé pie para llamar a los demócratas a rebato.

La partida se ha jugado bien y del resultado obtenido pueden sentirse aliviados tanto los dirigentes de Rivera como satisfechos los de Casado

Ciudadanos también ha salido indemne de este pulso que se prometía incierto y a partir de ahora se dedicará a pelear por las competencias incluidas en las consejerías de las que va a responsabilizarse. De manera que la partida se ha jugado bien y del resultado obtenido pueden sentirse aliviados tanto los dirigentes de Albert Rivera como satisfechos pueden estar los de Pablo Casado. Mucho más dudoso es que los de Santiago Abascal salgan contentos de esta operación, pero el error ha sido exclusivamente suyo por no haber sabido administrar con inteligencia, moderación y, sobre todo, eficacia, sus bazas.

Otra cosa será el día a día del gobierno andaluz. Si Vox ha aprendido algo en estos pocos días, deberá saber que votar en contra de determinadas propuestas de reformas tendrá como resultado que las cosas seguirán como estaban hasta ahora y que en consecuencia su acción solo contribuirá a mantener en Andalucía la situación actual. Sus votos pueden servir para impulsar cambios pero no van a servir para revertirlos en la dirección que ellos deseen porque sólo disponen de 12. Del mismo modo en que Ciudadanos está por estrenarse en las funciones de gobierno,  Vox es un  partido inédito como fuerza de oposición, aunque sus comienzos no han sido precisamente acertados.

Hay que esperar que vayan aprendiendo a emplear sus escasas pero determinantes fuerzas en algo constructivo para Andalucía y no en mero motivo de bronca o de alboroto. Pero eso es de momento una incógnita que nadie puede ser capaz hoy de despejar.