Los sistemas electorales suelen ser, esencialmente, de dos tipos: mayoritarios y proporcionales, aunque también se dan diversas variaciones de ambos modelos. El parlamento británico, el más antiguo del mundo*, se elige mediante un sistema mayoritario muy puro: cada escaño se cubre por la elección en cada circunscripción del candidato más votado. El número de circunscripciones en las que se divide la elección se corresponde con el de escaños y cada una tiene un número de electores que suele ser parecido.

Este sistema presenta dos grandes ventajas: facilita la gobernación, pues las minorías no suelen obtener representación y suele dar lugar a dos grandes partidos que se alternan en el gobierno, y sobre todo, otorga un gran protagonismo a los candidatos ya que sin un reconocimiento previo por sus vecinos –siendo la votación unipersonal- las posibilidades de ganar son muy escasas. Este modo de elección resta poder a los aparatos de los partidos políticos pues el éxito debe más al prestigio personal del candidato que a su designación por el jefe del partido, cosa que sucede con el sistema proporcional, de España por ejemplo. En el Reino Unido, Churchill fue elegido parlamentario por dos partidos distintos, ya que la personalidad y prestigio del candidato es tan o más importante que la pertenencia a un partido.

Los parlamentarios elegidos por el sistema mayoritario deben compartir dos lealtades: al partido que representan y a las promesas hechas a sus electores y los intereses de éstos. Esta situación da lugar a una verdadera división de poderes entre el legislativo y el ejecutivo.

Los parlamentarios elegidos por el sistema mayoritario deben compartir dos lealtades: al partido que representan y a las promesas hechas a sus electores y los intereses de ésto

Mientras que en los sistemas proporcionales de listas cerradas –caso español- el jefe del partido, del grupo parlamentario y del gobierno se confunden y la disciplina de voto es obligada, en el Reino Unido y EE.UU. -con sistemas mayoritarios- el jefe del poder ejecutivo tiene que ganarse el voto parlamentario de sus propios correligionarios políticos que fieles a sus promesas electorales no siempre votan lo que quiere el poder ejecutivo si creen que ello traiciona sus compromisos en su distrito. Es bien conocido que Obama gastó mucho poder de convencimiento para convencer a los diputados de su partido para que votaran su proyecto de reforma de la sanidad pública y ahora está de moda la insólita -por carecer de tan graves antecedentes- indisciplina de voto del Brexit en el parlamento británico.

Frente al sistema proporcional de listas cerradas por el jefe supremo del partido que hace tan imposible la indisciplina de voto como la existencia de un parlamento vivo integrado por diputados con opiniones propias, en el sistema mayoritario sucede lo contrario; hasta el punto de llegar a la indisciplinada porfía de voto que ha dado lugar al Brexit.

Siendo incuestionables las ventajas del sistema mayoritario sobre el proporcional, su mayor debilidad estriba en el sutil manejo de la frontera que separa la disciplina de voto del partido de la autonomía personal del diputado. Interesado por el funcionamiento de esta cuestión, en una cena celebrada en Londres –hacia finales del pasado siglo- el día posterior a unas elecciones parlamentarias pregunté a mi colega inglés -un distinguido Lord que había sido parlamentario y entonces presidía la patronal electrónica británica- como se resolvía allí el dilema de la doble lealtad. Su respuesta inmediata fue: siguiendo la tradición.

Para evitar el desastre político del Brexit los británicos podrían adoptar una nueva fórmula para resolver episodios de este tipo en el futuro

Según me explicó, en determinados temas -recuerdo defensa, seguridad, política exterior- la tradición requería disciplina de voto, pero en otros ámbitos los diputados eran más libres de posicionarse políticamente de acuerdo con sus principios e intereses electorales. Este modo no escrito, como la propia constitución británica, de hacer política ha funcionado muy bien hasta ahora. Con el Brexit ha hecho crisis, hasta el punto de que la votación del pasado 15 de eneromás bien parecía una jaula de grillos que un parlamento convencional. Es cierto que nunca participaron mas diputados y expresaron más variadas y personales opiniones sobre el tema debatido que ahora, lo que es muy democrático, pero muy poco práctico.

Si el sistema proporcional –cada vez menos vigente en favor del mayoritario- ya ha demostrado, ahora en España y en el pasado en Italia, su capacidad política disgregadora, ahora el sistema mayoritario ha encontrado un fallo en su larga trayectoria de éxito, que es posible remediar.

Para evitar el desastre político del Brexit los británicos podrían adoptar –tras unas nuevas y obligadas elecciones– una nueva fórmula para resolver episodios de este tipo en el futuro. En presencia de situaciones controvertidas que puedan generar una notable indisciplina de voto, los partidos políticos deberían discutir internamente y votar -mediante el sistema mayoritario– después una posición unánime en el parlamento. Si así se hiciera -y perdón a los británicos por enseñarles democracia- las aguas podrían volver a su cauce en el Reino Unido, en la UE y en el sistema democrático liberal que inventaron y tan grandes servicios ha venido prestando a la humanidad.

*Las Cortes de León son más antiguas (1188) que el Parlamento inglés nacido de la Magna Carta (1215)… pero se quedaron por el camino

 

Jesús Banegas es presidente del Foro de la Sociedad Civil