Muy a menudo se identifica a la Administración de Justicia con los jueces y los fiscales, y el nombre de alguno de ellos está inscrito en placas que son, a un tiempo, recuerdo de homenaje y de luto.  Tengo presente al juez Jacobo López de Rueda, cuya historia conocí cuando fui juez de reciente ingreso: corría el año 1911 cuando lo asesinó una turba que rodeó el Ayuntamiento de Cullera, a donde había acudido a practicar unas diligencias. Desde entonces, a los cullerenses se les alude con el mal nombre de matajutges. También fueron asesinados el secretario judicial, el oficial y el alguacil que completaban la comisión judicial, aunque sus nombres no se recuerdan tanto pese a seguir el mismo destino.

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