El Gobierno se propone recuperar de las fosas comunes 25.000 cuerpos de víctimas del franquismo, no se sabe si muertas durante la guerra en los frentes de batalla o asesinadas en las  retaguardias. De ellas, los autores del informe encargado por el ministerio de Justicia dicen que probablemente "no se podrá identificar más que a 5.000 o 7.000" de ellas. Con la apertura de fosas comunes se atiende a las peticiones de muchos familiares de personas que desaparecieron durante aquel período trágico.  ¿Y qué va a pasar con las demás, las que no puedan ser identificadas?¿A quién se atribuirá su muerte? Y otra cosa: ¿se van a buscar únicamente las víctimas del bando republicano?

Porque no pretenderá el Gobierno proporcionarnos un relato maniqueo según el cual las atrocidades sólo se cometieron por una de las partes. Habrá que buscar también a los desaparecidos que fueron sacados de sus casas en en el sector republicano y de las que nunca más se volvió a saber. No puede haber la menor objeción a la exhumación de los restos de víctimas de la guerra y de la posguerra y, puesto que la guerra la ganó Franco, a partir de abril de 1939 no se produjeron más muertes  de esa naturaleza en el bando nacional.

Pero hay que buscar con el mismo ahínco a los desaparecidos durante la contienda, hubieran luchado en el bando en que hubieran luchado. De otro modo, la decisión del Gobierno se interpretará como una estrategia política destinada a mantener viva la memoria de la guerra civil de cuyo término se cumplieron este lunes 80 años. Es decir, de que Franco siga vivo.

Hay un detalle sorprendente: echada una ojeada sobre el  informe titulado Estado actual de las exhumaciones de las fosas comunes de la Guerra Civil y dictadura franquista se aprecia algo extraordinario. En el epígrafe dedicado a Cataluña solo se lee lo siguiente: "No existe un mapa de fosas oficial".

La no existencia de un solo mapa de fosas en Cataluña es el síntoma de que estas operaciones tienen una clara intención política

Y nada más.  Pues mal vamos, porque en Cataluña se produjeron auténticas matanzas de militantes troskistas del POUM y anarquistas de la FAI,  a manos precisamente de los miembros del Partido Comunista, además de asesinatos masivos de personas de derechas, católicos, curas, frailes y monjas. ¿Nadie de la familia de cada uno de estos asesinados ha ido nunca a reclamar a ninguna de las asociaciones dedicadas a buscar fosas comunes que se  investigue el lugar de Cataluña en que está enterrado su abuelo, su abuela o su tía?

Es muy llamativa esta ausencia total de información sobre lo que sucedió en Cataluña porque ese territorio fue uno de los últimos en caer ante el avance del ejército de Franco. Quiere eso decir que todas las atrocidades que se cometieron en tierras catalanas han de ser adjudicadas en exclusiva a las distintas fuerzas que existían en la República. ¡Y después de 80 años no hay ninguna información sobre las fosas! Alguien tendrá que explicar cómo ha sido eso posible si no es por una decisión política escandalosa e inadmisible de todo punto.

Pero la no existencia de un solo mapa de fosas en Cataluña es el síntoma de que estas operaciones tienen una clara intención política y que sólo eso puede explicar la ausencia absoluta de información a este respecto. Y ése es el riesgo político que corre el Gobierno (aunque no se puede descartar que lo esté buscando): que quienes son hijos de los que lucharon en el otro bando, junto al ejército de Franco, vuelvan a levantar la mano y la voz para denunciar los abusos y los horrores de los que fueron víctimas sus antepasados más inmediatos.

Eso ya sucedió hace 12 años en España cuando, con motivo del 70 aniversario del comienzo de la guerra, empezaron a publicarse en los principales periódicos nacionales esquelas en las que se conmemoraba el asesinato de personas represaliadas por los nacionales. Eran esquelas contratadas por sus hijos y sus nietos. Pero después de una larga temporada empezaron a publicarse también otras esquelas: las que querían difundir los hijos y nietos de los asesinados por los republicanos, los rojos en la terminología de la época.

Y como dijo en aquel momento el catedrático de Ciencia Política Antonio Elorza, si se aceptaba que se llamara asesino en una esquela al general franquista Queipo de Llano, habría que aceptar que alguien llamara también asesino al comunista Enrique Líster o que se hablara de las checas que se montaron en zona republicana y en las que se torturó hasta la muerte a miles de españoles.

Deberá ser muy prudente el Gobierno a la hora de hacer un relato ajustado a la realidad y no deslizarse por la pendiente del sectarismo

Y, añado yo, que se consigne también por los mismos expertos de la tarea encargada por el Gobierno el número de asesinados en aquellas cámaras de tortura y también los campos de concentración que levantaron las autoridades republicanas en las zonas bajo su influencia, como el de Albatera en Alicante que, antes de servir a los franquistas como campo de concentración, fue utilizado por el Frente Popular desde octubre de 1937, fecha de su inauguración, hasta el fin de la guerra civil como campo de trabajos forzados para los desafectos de la República.

Por eso, deberá ser muy prudente el Gobierno a la hora de hacer un relato ajustado a la realidad y no deslizarse por la pendiente del sectarismo y de la versión unívoca de aquel período. Porque existen muchos españoles que están dispuestos a oponer al relato maniqueo de los hechos el suyo propio y demostrar que aquella tragedia tuvo dos caras, no una sola, como cualquier herida profunda tiene dos labios.

Y que la inmediata posguerra, en la que se cometieron infinitos abusos, fue responsabilidad exclusiva del bando vencedor de la guerra civil por la evidente razón de que la había ganado. Es inútil imaginar cómo se habría comportado el otro bando de haber ganado la contienda y si habría incurrido o no en una represión y en unos abusos similares.

Probablemente sí, pero no es de eso de lo que se trata. Se trata de que la herida de aquella guerra se puede reabrir en ambos bandos y puede provocar, según como se aborde la cuestión, una reacción airada de quienes se sientan maltratados política e históricamente por un relato que no resulte exquisitamente científico.

Lo que nos faltaba a estas alturas es que, de ofensa en ofensa y de humillación en humillación recíprocas, volviéramos a una nueva guerra de esquelas pero agravada esta vez por polémicas políticas y revisiones históricas de grueso calibre que serían muy del agrado de determinados partidos recién llegados a la escena nacional.

Nada que objetar, sino todo lo contrario, a la recuperación de cuerpos, de uno y otro bando, que yacen todavía en las cunetas de España. Pero también mucho cuidado con cómo se trata este material, que a lo largo de todos estos años no ha perdido ni un ápice su condición de altamente inflamable.